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Fotografiar la violencia con ética, el eterno desafío de los reporteros de guerra

Por Chloé Coupeau

Bayeux/AFP

¿Cómo fotografiar la violencia para denunciar sin ahuyentar ni entrar en el juego de los que recurren a ella? Un eterno debate reabierto en la edición 2016 del Premio Bayeux con una exposición sobre la guerra entre pandillas en la ciudad mexicana de Acapulco.

En la entrada de la muestra, exhibida hasta el 30 de octubre en Bayeux (noroeste de Francia), un cartel advierte de que algunas imágenes, difícilmente imaginables en la prensa europea, pueden herir la sensibilidad del público.

Según el curador, el reportero belga Laurent van Der Stockt, Acapulco es la ciudad «más peligrosa de México».

«Mi ética consiste en no mostrar integralmente los cadáveres» desfigurados de mujeres o niños, dice.

«Me centro entonces en detalles, como las piernas» atadas de un cuerpo abatido en la acera, explica el fotógrafo mexicano autor de las imágenes, Bernardino Hernández, de 48 años, quien llegó huérfano con tres años a Acapulco.

Unos hombres yacen a la salida de un autobús o sobre una mesa. Hay sangre derramada. El viento arrastra pétalos de buganvillas. Las imágenes impactan porque a menudo son terribles y de una belleza propia de un lienzo.

El mensaje llega al público: la violencia de los narcotraficantes es inaudita y corroe la vida cotidiana de los mexicanos.

«La prensa mexicana va mucho más lejos» que otras en lo que muestra de la violencia, recalca Patrick Chauvel, un profesional del fotoperiodismo con gran experiencia a sus espaldas y moderador del seminario sobre la «ética sobre el terreno», al margen del Premio Bayeux de los corresponsales de guerra.

«¡Cómo quieres que la gente acepte a los refugiados en Europa si tu no le muestras toda la violencia de los migrantes que huyen!», exclama Sami Sivra, un reportero fotográfico indio de 40 años, en plena discusión con su colega del Kurdistán iraquí Yunes Mohamad, preocupado de que las imágenes puedan, al contrario, alimentar la violencia.

Los dos participan esta semana en el seminario. «He visto a niños jugar haciendo ademán de decapitarse. Esto plantea un problema. Y los que usan la violencia quieren mostrar su poder y esperan de mí que les ayude a lograr un impacto psicológico» sobre el enemigo, recalca Yunes Mohamad, de 44 años.

‘Llamar la atención sin chocar’

En 2014, el reportaje del fotógrafo turco Emin Ozmen que mostraba a yihadistas realizando decapitaciones en Siria fue premiado por el público en Bayeux tras ser objeto de un acalorado debate entre los miembros del jurado de profesionales que no lo recompensaron.

El debate sigue abierto. Emin Ozmen «lleva la razón. No se puede decir ‘Dáesh decapita’ y no mostrarlo. Él no entra en la propaganda de Dáesh (acrónimo en árabe del grupo Estado Islámico), al contrario», estima Patrick Chauvel.

«Hay que fotografiarlo todo, por la memoria colectiva, para el tribunal penal internacional, pero no publicarlo todo: estamos aquí para llamar la atención, no para chocar» a nadie, afirma el periodista de 67 años.

«Algunos en busca de notoriedad están dispuestos a llegar un poco demasiado lejos», lamenta.

«Si la fotografía suscita repugnancia, no informa. Si hace que uno diga ‘estoy harto de estos horrores, ya no sigo las noticias’, no funciona», considera por su parte la reportera belga Virginie Nguyen Hoang, que presenta una exposición sobre Gaza.

«En agosto de 2013, cubrí una matanza en El Cairo. Vi a mucha gente morir delante de mí, desangrarse. Pero yo fotografié a un joven que estaba muerto, con ‘solo’ un agujero en la garganta», afirma.

«La foto no chocó pero impactó. Habló de las autoridades egipcias que decidieron matar a los manifestantes», afirma esta periodista de 29 años. Ese día, casi 800 personas murieron en unas horas.

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