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¿Es posible el diálogo?

José M. Tojeira

Dicen que dos no pueden dialogar si uno no quiere. Pero si uno insiste en su deseo y apertura al diálogo, al menos en el largo plazo, acaba ganando la apuesta. Amparados en una masiva victoria electoral, un buen grupo de representantes en la Asamblea prescinden del diálogo, especialmente si la contraparte que intenta dialogar parte de un pensamiento crítico. Lo críticos también con frecuencia se obstinan en solo ver realidades malas en la situación actual y se niegan a reconocer cualquier actividad o situación positiva dentro de la problemática y actividad actual. No es raro en este contexto preguntarse si es posible el diálogo entre las partes enfrentadas. Dada la dureza de nuestros problemas y la permanencia de los mismos en el largo plazo, es posible que el tiempo irá ayudando a frenar el mesianismo de unos y la cólera crítica de otros. Por eso, aunque de momento las perspectivas de diálogo se puedan ver muy negativas, es importante hablar de diálogo.

De entrada, hay que trabajar por romper la estructura mental de ver todo en blanco y negro. Muchos de lo seguidores del actual régimen fueron miembros de otros partidos y no dan la impresión de estar muy arrepentidos de su historia. O al menos no se acusan a sí mismos de haber sido ladrones y cómplices de la inutilidad casi absoluta que el régimen al que admiran atribuye al pasado inmediato. También los críticos del régimen, por poner un ejemplo, prefieren ver cualquier problema en el proceso de vacunación y no reconocer que, para las posibilidades del país, el proceso ha sido sorprendentemente ágil hasta el momento.

Un punto de necesaria convergencia en el que hay que insistir es la situación de empobrecimiento en el país. Un país con casi un 40 % de la población en pobreza a causa de la pandemia, y otro 40 % en situación de vulnerabilidad, no puede avanzar sin un proyecto común. Y no existe el tal proyecto. Reflexionar sobre las necesidades de nuestro pueblo, mayoritariamente pobre y vulnerable, será siempre el objetivo más humano y positivo si se quiere comenzar un diálogo efectivo. Lamentablemente la soberbia de los triunfos electorales espectaculares conduce a pensar que no se necesita a nadie para resolver problemas. Y esa clase media estable que compone el 20 % de la población, junto con el mínimo porcentaje de los muy ricos, además de divididos, se preocupan normalmente más de sus propios intereses que de las necesidades de los pobres. Mirar con mayor humildad unos las necesidades de nuestro pueblo pobre, y con mayor generosidad y capacidad de sacrifico otros, ayudaría a encontrar un punto indispensable de futuro. Y ya hablando de las necesidades fundamentales, es más fácil avanzar hacia puntos y hechos más difíciles.

La verdad se construye en comunidad y diálogo. Las verdades abstractas impuestas, lo mismo que las promesas vacías o irrealizables solo conducen al agravamiento de los problemas. La razón crítica nunca ha estado ausente de El Salvador. Pero durante treinta años se negoció con ella en un sí pero no, que en el mejor de los casos acababa beneficiando al 20 % de la población en situación más cómoda. Hoy la razón crítica constituye un atentado contra la soberbia del presente. O al menos así lo siente el poder. Romper paradigmas, desandar algunos de los caminos recorridos, reconocer que podemos caminar juntos en objetivos estratégicos a pesar de la diferencia de opiniones, es la única actitud positiva para el país. Obstinarnos en doblegar voluntades siempre lleva al fracaso. Si hay que volver a empezar, como dice el papa Francisco, “hay que hacerlo desde los últimos”.

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