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EL ROSAL DE DON ALBERTO MASFERRER

Álvaro Darío Lara

A David Rodríguez, con afecto
En 1935, a tres años de la muerte del maestro, escritor y pensador salvadoreño, don Alberto
Masferrer (1868-1932) un grupo de amigos y admiradores de su prolífica obra dispusieron reunir
diversos artículos y poemas iniciales del gran ensayista, en un corpus que se intituló “El rosal
deshojado”. Es éste, entonces, un libro póstumo, que se ha venido reimprimiendo a través del
tiempo, pero cuya última publicación es ya lejana.
Como bien dice el desconocido autor de la nota editorial perteneciente a la edición que tengo a la
mano (Dirección de Publicaciones, Ministerio de Educación, 1973): “…esta obra pertenece al
período más romántico de su creador”. Y esto es parcialmente cierto. Cierto en tanto, estas
páginas se encuentran insufladas por un aliento lírico, por una energía expresiva, auténtica,
desnuda, que caracterizó el intenso quehacer literario del Maestro. En ellas, aparece un joven
Masferrer, pleno de asombro ante la belleza natural de Cuscatlán; reflexionando sobre los grandes
misterios de la vida, que siempre inquietaron su alma en constante afán por elevarse, más allá de
los planos groseros que le oprimían, a ese ignoto mundo interior y exterior.
Es un Masferrer prosista, pero también es un Masferrer poeta, que busca en los versos otro cauce
formal para expandir su devoción por lo sublime. Sobre esto, nuestro anónimo presentador nos
continúa diciendo, sin que le falte razón: “Es indudable que Masferrer fue mejor prosista que
versificador. Aunque las poesías que se ofrecen este volumen son escogidas, su desarrollo no
culmina en elevada inspiración. Masferrer poseía, desde luego, gran sensibilidad expresiva; pero
no llegó a traducirla en los versos y estrofas que dejó escritos. Su prosa sí es fina y fuerte,
entrañable y conmovedora, en algunos momentos llega a ser poética y cuando trata temas
humanos, sabe imprimirles, dentro de su arrebatado apasionamiento, verismo, sentimiento
conmovedor, de tal modo que sus ideas impresionan y sus argumentos persuaden por su
sinceridad y belleza”.
Sin embargo, Masferrer fue poeta en un sentido amplio. Nadie como él para domeñar la
expresión, hasta volverla, luminosa en la denuncia, brillante en la exposición; pero fragante, dulce
y transparente en la forma. Es un esteta del lenguaje. Y su obra sea de índole dramáticamente
social o de sobrecogedora dimensión espiritual, mística, esotérica; o bien de gran intensidad lírica,
siempre es una sola. Verla seccionada e inconexa es un fatal error. Masferrer es un todo. Por eso
es místico, hablando de los problemas sociales; o sociológico, yendo a las enseñanzas de Sidarta
Gautama; o poético, en los editoriales de su periódico Patria.
Franqueando la nota editorial, el libro se compone de tres apartados. El primero consta de treinta
y cuatro textos en prosa; el segundo reúne veintidós poemas, bajo el título de “Poemas
escogidos”, donde sobresalen por su gran pálpito humano y preciosidad estilística: “En el glauco
mar” y “Blasón”; y finalmente el apartado “Niñerías”, veintiséis recuerdos autobiográficos de la
infancia de don Alberto en su natal Tecapa (ahora, Alegría, departamento de Usulután).

Estoy por cerrar el libro, en estas noches de bienhechora lluvia, en medio de un aguacero
escandaloso que golpea los techos, ensancha el caudal de las acequias, y nos refresca
maravillosamente. Es, entonces, que el dedo fija un título: “Hazme suave el instante”, el logrado
poema en prosa, que don Alberto, nos dejara, para valorar el HOY supremo de la existencia. El
tiempo bendito en el cual debemos HACER toda clase de bienes, para luego, no lamentarnos.
Nos quedamos con este fragmento: “Hazme suave el instante. Mañana, esta noche tal vez, he de
partir. Y será para ya no volver…Para no volver jamás…jamás…Pasarán milenios y edades y
eternidades, y yo no volveré. Rodaremos de mundo en mundo por toda la inmensidad de los
cielos, y no volveremos a encontrarnos. Y aun si nos encontráramos aquí mismo, una y otra vez, no
sabrás quién yo soy, ni yo te reconoceré. Porque sólo se encuentran los que se compenetran: los
que vencieron la barrera de la separación; los que se adivinaron, y sacrificaron, uno en aras del
otro, los mil egoísmos del ser. Por eso, hazme suave el instante: porque una vez yo muera; una vez
la primera palada de tierra caiga sobre mi féretro, ya nada servirá que me llores y que te lamentes
de no haberme endulzado el amargo vivir. Ahora, ahora que vivo o padezco, todo es hiel o miel
para mi alma. Una sonrisa, una palabra, una mirada, un simple gesto cordial, es medicina y alivio
para mi atribulado corazón. Después, ya perdido en las tinieblas del sepulcro, nada me servirá”.

Ver también

«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.