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El Niño que roba la lluvia

José Acosta

El Niño consiste en un fenómeno climático que se origina con un incremento de temperatura en el Océano Pacífico. Normalmente los denominados Vientos Alisios empujan el agua caliente desde las costas de Perú y Ecuador hacia el oeste, capsule en tanto el agua fría se desplaza hacia la costa pacífica de América Central, pero cuando las temperaturas en el este y centro del Océano Pacífico son más altas de lo normal surge una ola de vientos del oeste que ocasiona una gran corriente de agua caliente que se desplaza de vuelta hacia Sur América y así nace El Niño.

El nombre de El Niño fue dado por los pescadores peruanos a esa corriente cálida que aparece cada año alrededor de Navidad, de ahí el origen del nombre. En adelante el uso del término se modificó para hacer referencia solo a las manifestaciones más fuertes del fenómeno.

El Niño se puede predecir con bastante certeza, las predicciones las hacen a partir de un sistema de boyas marinas equipadas con sensores para medir temperaturas, corrientes y vientos. Así tratan de detectar las variaciones en la temperatura del Océano Pacífico. Esos datos se suman con otros recogidos por satélites y estaciones de observación meteorológica, y se cruzan con complejos modelos computarizados diseñados para tal propósito.

El fenómeno altera los patrones climáticos de todo el planeta y puede provocar desde intensas sequías en determinadas regiones a lluvias torrenciales en otras. La última vez que se desarrolló fue hace cinco años, entonces generó una pobre temporada de lluvias monzónicas en el sureste asiático, sequías en el sur de Australia, Ecuador y Filipinas, tormentas de nieve en Estados Unidos, olas de calor en Brasil e inundaciones en México.

En Centro América, debido a su ubicación geográfica, El Niño se manifiesta con intensas sequías, como lo que ocurre actualmente, una sequía crónica que ha generado pérdidas millonarias en el sector agropecuario y pone en grave riesgo la seguridad alimentaria de la población, para el caso de El Salvador el Ministerio de Agricultura y Ganadería reporta pérdidas por 100 millones de dólares con una afectación del 75% de las cosechas de granos básicos. Un informe de Oxfam establece que en la región Centroamericana 2.5 millones de personas están en situación de inseguridad alimentaria debido a los daños en cultivos como maíz y frijol.

Además del impacto en la producción de granos básicos, los incrementos en las temperaturas mínimas nocturnas y el patrón irregular de lluvia afecta la floración de frutales como el aguacate, la piña, los cítricos, el plátano y la papaya, así mismo la ganadería se ve perjudicada por la escases de agua y de pastizales para la alimentación animal, lo que repercute en desnutrición y muerte, principalmente de ganado bovino.

Pero la tragedia no termina con la crisis de alimentos, otro impacto igual de grave sucede con el abastecimiento de agua, al respecto un informe reciente del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura, IICA, establece que hay una reducción en los caudales de los ríos en Centroamérica y una menor producción de agua de pozos artesanales. El mismo informe señala que lugares como Guanacaste en Costa Rica se encuentra en estrés hídrico.

La disminución de los caudales en los ríos incrementa los costos de producción de energía hidroeléctrica, así mismo la limitada disposición de agua para el consumo humano y uso doméstico tiene incidencia directa en la aparición de enfermedades relacionadas con el saneamiento básico.

Otra consecuencia atribuida al aumento de la temperatura es el incremento de la violencia, un estudio del Observatorio Lamont Doherty en la Universidad de Columbia sostiene que la tendencia a la violencia en muchos seres humanos se ve amplificada cuando aumenta la temperatura, además si existe desigualdad social, pobreza y otras tensiones, el clima puede ser la gota que derrama el vaso.

La situación ya es crítica y tiende a prolongarse, por tanto es urgente que los gobiernos y la sociedad en su conjunto tomen las medidas necesarias y oportunas para prevenir una crisis de mayores proporciones. La protección de las zonas de recarga acuífera; la descontaminación y cuido de los cuerpos superficiales de agua dulce; la promoción de la agricultura sostenible, la organización de redes comunitarias de protección de semillas, la creación de reservas estratégicas de granos básicos, son algunas medidas que bien pueden ser la diferencia entre la desolación y la esperanza.

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