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El mundo fue y será una porquería

Iosu Perales

El tango compuesto por Enrique Santos Discépolo y cantado por Carlos Gardel, en 1934, nunca ha dejado de estar de actualidad.  Pruebe usted en explorar un mapa del mundo y abra listados de conflictos violentos, guerras desatadas, violaciones de los derechos humanos, crímenes de estado contra las disidencias, confrontaciones por razones étnicas y de creencias religiosas. Añada también las violencias racistas, las derivadas de opciones sexuales diversas, las de género y machismo, los crímenes medioambientales, los exterminios de animales, el tráfico de armas, la explotación de mujeres, los abusos contra menores y todas las injusticias probadas de las que es usted consciente.

Puede que entonces corra el peligro de saber demasiado, lo que constituye un enorme obstáculo para ser feliz.

El mundo que vivimos no se cansa de desvelarnos que quienes llevan los mandos de la nave global, cada vez más perpleja, desorientada y al parecer impotente, gobiernan desde la prepotencia y la ignorancia, desde el cinismo y la codicia, desde la retórica que miente, desde el dinero casi siempre ilegítimo. Incapaces de abordar los conflictos por la vía civilizada del diálogo, se dedican a imponernos verdaderos infiernos a los que llaman “daños colaterales”.

Si alguien tenía dudas del fracaso que encarnamos la sociedad mundial y las sociedades nacionales, la pandemia nos ha puesto en nuestro sitio. Una a una podemos ser encantadoras personas, pero juntos apenas tenemos remedio. Los cierto es que estoy hasta las narices de todos nosotros. Somos tontos, o somos tontos. No queremos ver lo que realmente ocurre en nuestro alrededor, no queremos aprender. Nuestra estructura mental y el sentido común no se llevan bien. Se dan la espalda y cuando se encuentran no se reconocen. Para darle la vuelta a este pesimismo me digo a mí mismo que somos el resultado de la evolución de la especie que aún no ha culminado su viaje.

La pandemia nos sigue amenazando y una parte de la política también. Mientras miles de personas libran una batalla contra la muerte, una minoría encaramada en el poder político lucha entre sí para preservar o recuperar el poder. Mociones de censura, transfuguismo, traiciones, escisiones, elecciones anticipadas, son algunas de las armas que se exhiben, en un aquelarre bochornoso que produce inestabilidad allí donde haría falta acuerdos políticos y mesura para salvar vidas.

Los de arriba organizan las guerras y los de abajo las sufren.

La letra de Discépolo es una critica social, tal vez de un nihilismo exacerbado. Nos habla de una sociedad caótica y de desesperanza, pero en mi opinión retrata bien una realidad infame. Fíjense, más de 70 años de conflicto israelo-palestino y no se ve luz al final del túnel. Los organismos mundiales han claudicado, los regionales también, las sociedades se acostumbran a vivir con un conflicto perpetuo. El mundo fue y será una porquería.

“Hoy resulta que es lo mismo/ ser derecho que traidor/ ignorante, sabio o chorro/ generoso o estafador/ Todo es igual/nada es mejor/lo mismo un burro que un gran profesor”. El tango sigue diciendo “los inmorales nos han igualao/ Si uno vive en la impostura/ y otro roba en su ambición/ Todo es igual/ nada es mejor (…)”.

Naciones Unidas calcula que unas 750 millones personas viven en extrema pobreza. Si hubiera justicia, un amplio grupo de individuos poderosos deberían sentarse en un banquillo de acusados y ser sentenciados a castigos ejemplares. Pero justicia no hay. Ni parece que habrá. El mundo es un lugar peligroso en el que unos pocos sentencian a unos muchos a muerte por hambre y enfermedades curables. Es un escándalo. Los que mandan son seres inhumanos, carentes de empatía. Los poderosos jamás han experimentado el gozo de ayudar al prójimo.

Muchos ciudadanos intuimos dónde está el poder. La mayoría reconocemos el poder de los Bancos y de instituciones como el Fondo Monetario Internacional. Pero lo cierto es que sabemos poco acerca de cómo se construye el poder global y ni sospechamos a través de qué medios se ejerce. Junto a la banca, las corporaciones industriales son otra pata del poder, particularmente las vinculadas a la fabricación de armas. La extensión de los negocios incontrolados, la amplitud de sus actividades, el control del dinero y de la política, dibujan los contornos del poder.

Un poder es el verdadero poder cuando tiene la capacidad de crear dinero. Por eso, no es una sorpresa que se nos oculte la forma en que el dinero crea dinero y obtiene el control que roba a la sociedad. La mayoría de la sociedad piensa que la forma del dinero son las monedas y los billetes. Sin embargo, ese dinero físico es apenas el 10 % de la actividad económica. El 90% se mueve por autopistas que tienen sus propias reglas, fuera de la democracia. No digo nada relevante al decir que hay países enteros en manos privadas.

De hecho, estamos asistiendo a un debilitamiento de la democracia como consecuencia de que poderes gigantescos imponen sus reglas al resto de la sociedad. Discépolo diría que vivimos bajo un despliegue de maldad insolente y que vivimos revolcados en el merengue.

Pero no solo hay poder donde aparenta. La libertad de movimientos del capital, la independencia de los bancos centrales, la capacidad de maniobra de las entidades financieras y su consolidación como poder monetario privado, son factores que han determinado el fenómeno actual, contemporáneo, que hace que los gobiernos tengan totalmente atadas las manos frente a los mercados.

No lo duden, los grandes propietarios de capital se consideran a sí mismos los dueños del mundo.

Creo que es verdad que el tango de Enrique Santos Discépolo que, por cierto, se titula Cambalache, en el momento de su creación expresó el desamparo de la sociedad argentina, y en pleno siglo XXI sigue expresando un sentimiento de enfado y protesta de la sociedad mundial. Pocas veces una canción ha representado con tanta inteligencia e ingenio los sentimientos populares de desencanto y, como dicen los argentinos, de bronca.

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