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El intenso señor Quevedo

Mauricio Vallejo Márquez

Escritor y Editor

suplemento Tres mil

 

A Quevedo lo había escuchado porque algunos alumnos de mi mamá contaban chistes acerca de él y de Pedro Ordimales. Así que en mis primeros años pensé que era un cómico como Aniceto Porsisoca o Chilango. De igual forma un par de veces escuché sus versos pasados de tono que siempre los relacioné con el albur y la comicidad roja, y para nada con la literatura.

Cuando uno avanza en sus estudios no siempre pone atención en los personajes que se le presentan dentro de un grupo, así que igual pasé por alto muchos gloriosos nombres del Siglo de oro (Siglos XVI y XVII), por considerarlos innecesarios para el alma y tonteras parecidas. Gravísimo error que con el tiempo me ha dado tristeza y procuro enmendar.

A mi abuela Josefina le gustaban algunos versos de don Francisco de Quevedo (1580-1645), ese inmenso escritor cortesano que al igual que yo estudió en su niñez con los jesuitas, aunque él siguió y se graduó. En tanto, conocer ese dato le dio un empuje de simpatía que años más tarde se fue volviendo gusto. Gracias a mi tío Julio Bautista, quien toca el contrafagot además de ser un gran lector, tuve una antología bastante completa de Quevedo (la cual alguien hurtó de mi biblioteca), en la que comencé a sentir fascinación por el autor y su ingenio, sobre todo por los intensos conflictos que vivió con don Luis de Góngora (1561-1627), un hijo de Cristianos nuevos que también era cortesano y a quien debemos el culteranismo o gongorismo.

Quevedo y Góngora tenían diferencias desde que el primero estudió  en la universidades de Alcalá de Henares y de Valladolid, precisamente en Valladolid se hizo famosa este pleito de poetas, algo que me hizo recordar a nuestra flora y fauna donde en ocasiones los poetas de distintas generaciones tienen irreflexivas disputas por cuestiones de ego y tiempo, más que por razón. Algo así como los pleitos de papá e hijo en algún momento de la vida.

Quevedo también fue un impresionante político tras estudiar teología tuvo fantásticas relaciones con el duque de Osuna a quien le dedicó sus traducciones de la obra de Anacreonte (IV e.c. a V e.c.), con quien además hizo carrera diplomática y de inteligencia, porque realizó trabajos hasta de espionaje entre las repúblicas italianas, las cuales valdrían una película o quizá un libro más del capitán Alatriste de Arturo  Pérez-Reverte. Así que de 1613 a 1620 le fue de maravilla, sin embargo desde esos tiempos la política es voluble y volátil, en 1620 el duque cayó en desgracia y el poeta lo siguió. Por fortuna logró el favor del conde duque de Olivares con quien después hizo escaramuza por defender su ideal de caballero de Santiago, que ostentaba el título desde 1617, y oponerse a que Santa Teresa fuera patrona de España, por obvia entrega a Santiago Apóstol en 1628, desoyendo las recomendaciones de su protector. Lamentablemente tras ese incidente las relaciones estaban un tanto deterioradas y  en 1639 Quevedo fue acusado de cosas oscuras y terminó cautivo en una minúscula celda en el convento de San Marcos de 1639 a 1643. Después se retiró a la Torre de Juan Abad, que le pertenecía, su madre le había comprado ese señorío antes de morir.

Quevedo me cae bien porque no se limitó a un solo género literario, los probó todo. Gracias a ello tenemos una rica gama de sus obras para escoger. Escribió poesía donde desarrolló con maestría el soneto con temas satíricos y burlescos. En novela tenemos Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos, en donde demuestra su increíble ingenio. Su prosa llena de reflexión, moral y filosofía también es invaluable.

Después de conocer todo esto sigo sin entender, porque su ingenio llega a veces a quedar en el espacio escueto de un chiste. Entonces, llego a la reflexión de lo dicho por Antonio Machado en sus coplas:

“procura tú que tus coplas/ Vayan al pueblo a parar,/ Aunque dejen de ser tuyas/ Para ser de los demás./ Que, al fundir el corazón/ En el alma popular,/ Lo que se pierde de nombre/ Se gana de eternidad”.

Y es hermoso ver, que esa centuria denominada de oro tiene cuatro siglos de haberse difuminado, pero los versos de sus poetas siguen con su saludable latir vivos entre el pueblo que se divierte y los poetas.

Ver también

«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.