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El deseo de sentir deseos

René Martínez Pineda

Literalmente, los deseos son como un arco iris, porque en nuestro imaginario son algo corpóreo, pero para decepción de los sentidos desaparecen queremos tocarlos, lo cual no importa debido a que lo importante es que nos hacen caminar contando los pasos en números primos y los descansos en refugios cabalísticos. De igual forma, el dolor de no poder cumplir nuestros deseos es un animal salvaje: o lo domesticas o te devora. Entonces digamos que a todos nos encantan las fechas cabalísticas, ya sea porque convierten en especial lo que no lo es, o porque nos hacen sentir seguros de los pasos por dar. Una fecha cabalística es el uno de enero, un día como cualquier otro al que le damos un significado especial, sólo porque sí; un día en el que nos proponemos cumplir los deseos que más deseamos, los que pueden ser muchos, deseando poco, o pueden ser pocos, deseando mucho.

Yo no deseo mucho ni poco, sólo deseo que, como pueblo, seamos dignos de la ilusionante ilusión de construir la vida a imagen y semejanza de nuestros rostros; deseo que sigamos guardando en el armario del pecho la desesperada esperanza de que aún tenemos esperanzas que nos esperan a la vuelta de la esquina de la muerte; la ilusión de que aún tenemos ilusiones; el sueño de que aún tenemos sueños capaces de vencer, con un único gesto, nuestras peores pesadillas.

Yo no deseo poco ni mucho, sólo deseo que podamos tener el valor civil de darnos la mano en los momentos más duros de la guerra contra la desigualdad social y el hambre –y no sólo en los días felices y saciados- y también que podamos caminar solos y ausentes cuando los cambios deban contarse de uno en uno, de persona en persona, porque de qué nos sirve un zapato sin un pie que lo calce, o un anillo sin un dedo que lo luzca, o una manopla que tenga miedo de cumplir su misión. Yo no deseo mucho ni poco, sólo deseo que podamos ser capaces de negarnos a quitarle el pan de cada día a los pobres o robarles los centavos que hacen magia en el mercado porque sacan del delantal vacío un manjar que alcanza para todos.

Yo no deseo poco ni mucho, sólo deseo seguir siendo tan ingenuo –o tan utopista, o tan pendejo, para decirlo con una palabra caliente que todos comprenden- para que podamos ser tan testarudos para seguir creyendo, contra toda evidencia de la historia, en el milagro de la utopía en la que la naturaleza humana es civilizatoria para todos los que hemos nacido mal hechos, pero no estamos desechos. Yo no deseo ni mucho ni poco, sólo deseo que podamos ser capaces de seguir luchando contra los molinos de viento del Quijote que sueña en nuestra cama mientras fornica a la Dulcinea de la pobreza, a pesar de las traiciones más traidoras y de las derrotas más derrotistas y de las caídas mortales en el insondable barranco de la apatía, porque la partera de la historia sigue haciendo el milagro de la vida, más allá de nosotros y los otros, y cuando ella parece en pausa, en realidad ha salido a comprar un cartón de huevos.

Yo no deseo ni poco ni mucho, sólo deseo que podamos mantener viva la llama de que es imposible ser revolucionario sin ser crítico y actualizado para reconocer todas las máscaras de la injusticia y de la belleza colectiva que es garabateada en los mesones; para que tenga el valor de morir en un lugar mejor que el lugar en el que nací porque mi alma no reconocerá fronteras excluyentes, ni mapas carcelarios, ni tiempos torturadores. En el mundo de los deseos, en el que entramos el primer día del año, la vida es así, tan llena de presencias y ausencias, y por eso deseo tener muchos más amigos que enemigos y que estos últimos -tan necesarios si están dados en la medida correcta- lo sean por cuestiones políticas y no personales para que, en el tedio mortal de escucharlos, me lleven a cuestionar mis falibles certezas. Yo no deseo ni mucho ni poco, sólo deseo tener la motivación para que de la noche vieja no pase al día viejo; para que tenga las arterias y venas en buen estado y, en sus cauces caudalosos, pueda soñar que el primer día del año se repite todos los días y pueda amanecer viendo nacer un nuevo año, una y otra vez. Yo no deseo poco ni mucho, sólo deseo no rendirme nunca aunque todo esté perdido para los otros, los pusilánimes; para poder descubrir nuevas estrellas con el telescopio montado en los ojos de mis hijos; para sepa cómo comenzar de nuevo desde lo viejo; para que pueda aceptar que la sombra es producto de esa luz con la que debo enterrar mis miedos, y liberar el lastre de la perversidad, y retomar el vuelo hacia lo indecible, y continuar el viaje hacia el horizonte sin venas abiertas, y desamarrar el barco del tiempo que está atracado en el muelle de la corrupción, y barrer los escombros de dos siglos oscuros, y destapar el cielo para platicar con él.

Yo no deseo ni mucho ni poco, sólo deseo que el frío no queme mis sábanas; que las boletas de empeño no me ladren por la noche; que el sol no juegue escondelero conmigo; que el viento sea un buen platicador; que siga habiendo vida en mis sueños; que siempre tenga puertas sin cerrojos; que pueda escalar las murallas de la ignominia; que reconquiste la risa en nombre del pueblo; que me sienta seguro al bajar la guardia sin necesidad de contratar guardianes; que pueda celebrar la vida antes de llorar la muerte, ese terrón de azúcar que endulzará mi último café; que podamos prestarnos los sueños sin cobrarnos intereses; que las noches de fin de año sean gatitas cariñosas que laman el durazno sedoso de la palma de la mano de un país con árboles azules. Yo no deseo ni poco ni mucho, sólo deseo sostener la mano del pueblo como si de ello dependiera el vaivén del universo, y el paso del invierno, y el canto del gallo que no denuncia traiciones, y el amor como cuarentena de un pueblo que sueña con seguir soñando.

Yo no deseo todo ni deseo nada, sólo deseo que tengamos la frente suficiente para cambiar de bandos políticos si: el movimiento social en el que estamos deseando se convierte en una banda de ladrones sifilíticos; la adrenalina fluye en cuerpos separados; los despojos embalsaman las luciérnagas del sueño; los ojos sólo hablan por teléfono; se archiva la justicia en las galeras del olvido; la pasión por construir un bonito país se convierte en punto final en lugar de ser puntos suspensivos. Sólo deseo conservar la ilusión de no dejar de tener ilusiones.

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