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El día del trabajo

José M. Tojeira

Todos los años celebramos el día del trabajo. Pero con frecuencia entran dudas de si realmente lo celebramos. Porque el trabajo continúa en muchos aspectos mal tratado en El Salvador. Y el primero de mayo pasa con frecuencia olvidando la marginación en la que se encuentran muchos de los trabajos y trabajadores. Con demasiada frecuencia las reivindicaciones sindicales se centran únicamente en aquellos trabajos que aunque es cierto que están mal pagados, están reconocidos, con frecuencia sindicalizados y entran dentro de la economía formal. No es malo reclamar y mejorar las condiciones laborales del trabajo formal. Pero lo que no se puede es olvidar todos aquellos trabajos que ni siquiera se mencionan y que permanecen en situaciones de marginación y falta de protección casi absoluta. Sobre ellos debemos hablar. Y dado que son los trabajos más vulnerables, en torno a ellos hay que desarrollar estrategias y planes.

El trabajo en el hogar es el más olvidado. Además de repartir con mayor equilibrio el trabajo en el hogar entre hombres y mujeres, especialmente cuando la mujer trabaja fuera y dentro del hogar, es necesario proteger a la mujer que realiza solamente el trabajo del hogar. Derecho al Seguro Social y derecho a pensión son exigencias mínimas que marcan una base elemental de respeto al trabajo reproductivo. Las trabajadoras del hogar asalariadas, aunque se las puede incluir en el Seguro Social si el patrón quiere hacerlo, se encuentran también en una injusta marginación. No tienen los mismos derechos que el resto de los trabajadores en el Seguro Social, careciendo de algunos que son básicos como el complemento salarial durante la enfermedad, la inclusión de los hijos menores de doce años, o el derecho a seguir perteneciendo al seguro después de los 60 años. Olvidar el trabajo de la mujer en el hogar es una terrible muestra de machismo. Y olvidarlo especialmente el primero de mayo hace pensar que quienes lo olvidan no son coherentes con una cultura del trabajo que parte de la igual dignidad de la persona humana.

El trabajo en el campo continúa desprotegido. Los campesinos, salvo una muy pequeña pensión compensatoria que ha comenzado a darse en los municipios más pobres, carecen de derecho a pensión. Como si su trabajo no hubiera producido riqueza para el país. El hecho de no cotizar no puede excluirlos automáticamente del derecho a pensión. Trabajan, producen riqueza dentro del país, y por tanto toda exclusión de un derecho laboral es totalmente injusto. Buscar formas de inclusión, tener propuestas al respecto, debía ser una exigencia de todo trabajador formal. No puede ser que un país como el nuestro, que se ha desarrollado en su hábito de trabajo, en su cultura y en su dignidad desde el trabajo del campesino, excluya de pensión y de la Seguridad Social al trabajador del campo. Convivir con la exclusión del campesinado sin crítica y protesta indica en nosotros los trabajadores, de cualquier ámbito que seamos, una terrible falta de conciencia e incluso una hipocresía, tal vez inconsciente, profundamente elitista y despectiva respecto a los más pobres. Y no hablamos aquí solamente de la ANEP, que con tanta furia y desprecio de los derechos de los pobres, se oponía a un aumento mínimamente digno del salario formal o a la inclusión de las trabajadoras del hogar en el Seguro Social. También nosotros, los que defendemos el salario digno, olvidamos con demasiada frecuencia a los más pobres y desprotegidos.

El trabajo informal está también abandonado a su suerte, que no es ciertamente la mejor. Que prácticamente la mitad de los trabajadores y trabajadoras de El Salvador estén en el sector informal, y que carezcan de protección social adecuada debería ser para todos un escándalo hiriente. Pero no sólo los ricos y poderosos política y económicamente muestran una despreocupación absoluta por el trabajador informal. También los trabajadores formales olvidan con demasiada frecuencia a este sector, cuando no se aprovechan de él o incluso lo explotan. Si el trabajo es una de las fuentes principales de la dignidad humana, el trato que le damos a un trabajo informal tan numeroso y abundante en el país, nos señala y refleja como una sociedad irresponsable e incluso contradictoria con sus propias leyes. Sobre todo si tenemos en cuenta que la Constitución de la República dice que “reconoce a la persona humana como el origen y el fin del Estado” y que por tanto el Estado debe “asegurar a los habitantes de la República el goce de la libertad, la salud, la cultura, el bienestar económico y la justicia social” (Art. 1). Así mismo, y por si hubiera duda, el artículo 37 de la Constitución dice que el Estado “empleará todos los recursos que estén a su alcance para proporcionar ocupación al trabajador, manual o intelectual, y para asegurar a él y a su familia las condiciones económicas de una existencia digna”. Tanto en tiempos de ARENA como en tiempos del FMLN, cuando alguien dice que El Salvador es un estado fallido, las voces oficiales contestan con indignación. Pero leyendo la Constitución solamente en temas laborales uno puede afirmar sin lugar a equivocarse que el Estado Salvadoreño ha fallado demasiado en la protección del trabajo y del trabajador. Y un Estado que falla de un modo sistemático a la hora de implementar los derechos constitucionales no está lejos de ser un Estado fallido.

El Primero de Mayo tiene que ser entre nosotros un día de reflexión y exigencia. Los gritos, pintas y manifestaciones masivas pueden ser necesarias para recordar derechos. Pero las frases generales, el gremialismo que sólo mira los derechos de un sector sin mirar al trabajador en su conjunto, la búsqueda de derechos de grupo mientras se olvida a una muy alta proporción de trabajadores no hace más que favorecer los intereses del egoísmo individual y privado.  Al final quienes reclaman derechos, los reclaman solamente para el veinte o el treinta por ciento de la población económicamente activa, dejando la margen de sus reclamos a una proporción de trabajadores mucho mayor. Si así se da, se desnaturaliza el día del trabajo y puede ser que acabemos protegiendo, aunque se utilice un lenguaje incendiario contra los ricos, los intereses del capital.

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