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De nuevo los migrantes

José M. Tojeira

Hace pocos días un amigo sacerdote que trabaja con migrantes en Europa escribía un artículo que decía, decease medicine “ninguna ley de migración se acerca al Evangelio”. Y generalmente, for sale cuando más rico y poderoso es un país, and menos se acercan sus leyes migratorias a esos profundos imperativos de humanidad que brotan del mensaje de Jesús de Nazaret. Curiosamente, el decreto ejecutivo del presidente  Obama que protege algunos aspectos de pura humanidad de un buen porcentaje de migrantes en Estados Unidos ha sido cuestionado y atacado por cristianos conservadores en dicho país, y atacado con argumentos prácticamente racistas, aunque envueltos en razonamientos económicos. El texto evangélico de San Mateo, en el que Jesús de Nazaret llama “malditos” a quienes son incapaces de hospedar al forastero no parece asustar a estos políticos gringos que se consideran al mismo tiempo cristianos conservadores. Mientras los nazis alemanes decían “el cielo para los cristianos, la tierra es nuestra”, algunos políticos norteamericanos de derecha parecen tener pretensiones más totalizantes. Al menos en el sentido de que quieren simultáneamente ser los dueños de la tierra y del cielo.

Frente a las posiciones críticas de una apertura a los migrantes ya establecidos en tierra extraña, ya desde el siglo XVI se decía entre los padres del iusnaturalismo que el derecho a establecerse en tierras ajenas era un derecho natural siempre y cuando no dañara o limitara los derechos de los habitantes. Y los migrantes generalmente enriquecen la economía, la cultura y la vida de quienes los reciben. Sin embargo, ese derecho a asentarse libremente en cualquier lugar del mundo fue con frecuencia utilizado injustamente por conquistadores, comerciantes y países con vocación imperial o de dominio. Un principio bueno, que partía de ver el mundo como una casa común, fue utilizado con demasiada frecuencia para robar, matar y esclavizar. Y posteriormente, cuando los países que usaron mal ese derecho adquirieron poder, desarrollo y bienestar, comenzaron a negar ese mismo derecho a los migrantes actuales: Personas que buscan trabajo, que tienen el deseo de usar bien ese derecho natural a asentarse en cualquier parte de esta casa común que es la tierra. Los crímenes cometidos por los norteamericanos del siglo XIX, en su mayoría migrantes, contra los indios naturales de los Estados Unidos, son un ejemplo cruel y brutal del mal uso de los buenos principios migratorios. Y son precisamente algunos de los hijos de esos migrantes los que ahora tratan mal a los migrantes latinos.

En los países desarrollados se realiza de nuevo un debate muy parecido al que se desarrolló entre juristas y misioneros españoles en torno a la justicia de la conquista de América. Y esta vez los migrantes son los sujetos de dicho debate. Algunos piensan que el Estado debe controlar restrictivamente las migraciones, incluso con una especie de mano dura o sometimiento de los migrantes a una calidad de inferioridad y negación de derechos. Otros apuestan por recibir al migrante con todos los derechos que brotan de su dignidad de persona. Los estados en general optan por el control, muchas veces duro y cruel, porque el poder coercitivo, que es el que se suele usar al respecto, funciona demasiadas veces desde una conciencia autoritaria, endogámica y etnocéntrica que al convertirse frente al migrante en poder absoluto, corrompe absolutamente, como decía el historiador inglés lord Acton.

La reforma migratoria de Obama es parcial. Pero es un paso positivo después de tanta promesa y tanto mal trato. Y es al mismo tiempo una decisión valiente frente a la estupidez mayoritaria de un partido republicano cada vez más influido por un conservadurismo que tira demasiado a racista. Una ley migratoria que dé garantías a los migrantes, que reconozca el aporte dado por los migrantes, incluidos aquellos a quienes vergonzosamente los gringos llaman ilegales, que reunifique familias, que marque pasos adecuados para optar por la ciudadanía, es indispensable para cumplir con un  principio democrático y fundamental de convivencia universal. No se puede castigar con la deportación a nadie que trabaja y hace el bien, simplemente por carecer de un papel. Una lectura atenta de la Declaración Universal de Derechos Humanos deja muy en claro el derecho a fijar la residencia con libertad donde uno desee. El propio artículo primero de esta declaración afirma taxativamente la igual dignidad de todos los seres humanos, al tiempo que deduce de esa misma dignidad el deber de “comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Y lo que hasta el presente hacen las leyes migratorias con los migrantes difícilmente puede catalogarse como fraternidad. Si la democracia está construida sobre valores, la mayoría de los países ricos tiene también graves déficits democráticos.

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