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Por: Rolando Alvarenga
La tardía decisión de posponer inevitablemente los Juegos Olímpicos de Tokio para el 2021 se debió, en gran medida, a las millonarias cifras que estaban de por medio y el COVID-19 que no dio tregua.
Por ello, la cúpula del COI y el Comité Organizador de los Juegos congelaron el fallo hasta el filo de la navaja; pero, ante la presión integral de distintas federaciones, terminó dando a torcer el brazo.
Posteriormente, el COI informó de la decisión, pero fue puro “güiri, güiri diplomático” en el que se entendió que las razones humanitarias y solidarias terminaron pesando.
Pero no, en buen castellano, lo que pasó fue un estrepitoso derrumbe, como un dominó, de una danza millonaria de dólares.
Extraoficialmente, se calcula que los Juegos Olímpicos ascienden a 25 mil millones de dólares y, obvio, con el COI esperando recaudar el doble; pero con la posposición, y sus consecuencias afines, los costos se dispararán.
Y es que el COI, al igual que el Vaticano y la FIFA, tienen en sus arcas cualquier cantidad de millones de dólares, que en el caso del COI son invertidos en sus Programas Olímpicos y costear los gastos de un contingente de Ejecutivos Olímpicos que, a cambio del voto de sus Comités para la cúpula del COI, se desplazan por el universo en vuelos de primera clase, hoteles de cinco estrellas y menús no aptos para damnificados.
Por la posposición que se ha vuelto una pesadilla, el COI no se quedará pobre, pero a lo mejor restringirá su turismo olímpico.
