Jorge Lardé y Larín
El Palacio de Intendencia, residencia afines de la dominación española de la máxima autoridad colonial, el señor Corregidor Intendente de San Salvador, y donde se alojaban, además, las principales oficinas gubernativas, ocupa el sitio donde hoy se encuentra el Círculo Militar de El Salvador y predio adyacente destinado a aparcamiento de automóviles, en la esquina formada por la 4ª Sur y 6ª. Calle Oriente.
Dicho edificio destinado en 1824, por el prócer y primer jefe de Estado D. Juan Manuel Rodríguez, para instalar en él la imprenta y sus accesorios adquiridos en Guatemala por el “Benemérito Padre de la Patria” Dr. José Matías Delgado, y que fue recibida, bajo arcos triunfales y como heraldo de la civilización, a su ingreso en la ciudad de San Salvador.
En ese lugar y mediante ese taller tipográfico se editó, el 31 de julio de 1824, el primer periódico salvadoreño con nombre de “Seminario político Mercantil” y bajo la dirección del Pbro. Miguel José de Castro y Lara.
De hecho, pues, el titular del Poder Ejecutivo no tenía una residencia oficial: vivía en su propia casa o bien alquilaba en la capital, durante el término de su mandato, la que más se acomodaba a sus deseos e intereses. Además, las demás dependencias de dicho Poder andaban diseminadas y de huéspedes, sin tener un asiento fijo y propio.
Esas anomalías las subsanó el Gobierno que presidía el Dr. Rafael Zaldívar, ilustre médico oriundo de San Alejo y una de las personalidades políticas más vigorosas y discutidas de la segunda mitad del siglo XIX.
En efecto, en 1877 el Dr. Zaldívar hizo construir el edificio que se conoció con la designación de Casa Blanca, en el predio donde modernamente se alza el Cine Libertad y donde, en los días de gloria de los movimientos insurgentes de 1811 y 1814 quedaba la casa solariega de tres célebres hermanos de sangre, el patriotismo y el sacerdocio, como expresara el inolvidable amigo Dr. Manuel Castro Ramírez, p.: los Pbros. Nicolás, Vicente y Manuel Aguilar.
Era una bella y elegante construcción, de madera y lámina, de sobrias líneas estilo americano, a prueba de temblores pero no del fuego.
Pintada serpentinamente de blanco, asemejando una nube desprendida, le hacía formidable contraste el azul profundo de nuestro cielo y el verde esmeralda que se desliza por las faldas del Amatepec o cerro de San Jacinto, ¡Un sueño de construcción en una ciudad de adobes y bahareques!
Allí, en Casa Blanca se escenificó la tragedia nacional del 22 de junio de 1890, calificada justamente por un joven salvadoreño Rafael Chacón, como “la perfidia que no tiene ejemplo en nuestra historia”.
En la noche de ese día se perpetuó una incalificable felonía: el Gral. Carlos Ezeta, elegante militar educado en institutos castrenses de Alemania, instado por el Gral. Melecio Marcial, se decidió a ser agente de alta traición. Mientras se desarrollaba en Casa Blanca un baile de gala conmemorativo el quinto aniversario de la gloriosa revolución de junio, que aquél malhadado y hasta entonces apreciadísimo general se movilizó sigilosamente con toda la tropa del Primer Regimiento de Artillería (más tarde de infantería) y se colocó frente al Palacio del Ejecutivo. Cuando al ruido de las armas y de la alarma general, el presidente Menéndez salió al palco de Casa Blanca, en el segundo piso, y se enteró que la soldadesca bajo la presión psicológica de oficiales jóvenes ya traidores también coreaban: ¡Viva el Gral. Ezeta… Presidente de la República! disparó su pistola contra los alzados y lleno de indignación y coraje bajó las escalinatas y se dirigió al patio interior para tomar el mando de la Guardia de Honor y sofocar aquella rebelión.
Empero, antes de acometer la empresa, un infarto paralizó su noble y generoso corazón. Cuando el pérfido Gral. Melecio Marcial pretendió adueñarse de Casa Blanca y pasar sobre el cadáver del presidente-mártir, el comandante de la Guardia de Honor Gral. Francisco Martínez Olivares y sus bravos soldados, en cumplimiento del deber y a tono con lo que es genuinamente el pundonor militar, abrieron fuego nutrido contra el intruso, quien en el acto cayó inanimado por la muerte. La gente de San Salvador cantó por mucho tiempo:
“En Casa Blanca murió Marcial.
Chico Martínez lo fusiló
Carlos Ezeta lo fue a enterrar
En el panteón de San Salvador”.
Años más tarde, las oficinas administrativas que allí existían fueron trasladadas al Palacio Nacional de San Salvador, cuando se inauguró este nuevo edificio en 1911, y la Casa Blanca pasó a ser albergue de la Dirección General de Correos, en cuyo local se celebró la histórica sesión de 22 de septiembre de 1912 en la que se creó el Ateneo de El Salvador.
El 21 de marzo de 1918, Casa Blanca fue consumida por las llamas de un incontrolable y pavoroso incendio. Así desapareció la fisonomía del viejo San Salvador, pero de las páginas de historia no se borrará jamás esa frase conminatoria que el joven Rafael Chacón, en carta con data Tegucigalpa 27 de junio de 1890, dirigió al Gral. Carlos Ezeta: “No levantará Ud. jamás la cabeza al caminar por el mundo, porque siempre y en todas partes lo perseguirán estas palabras de una víctima inocente: “Yo te elevé y tú me asesinaste”!
Jorge Lardé y Larín El Salvador: inundaciones e incendios, erupciones y terremotos. Academia Salvadoreña de la Historia. San Salvador, 1978: pág 167-168

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