Amor canino

 Wilfredo Mármol Amaya

Escritor viroleño

Entre vuelta y vuelta escuchó  como todas las noches anteriores el ladrido del perro al otro lado del vecindario, pharmacy check pero esta vez le pareció mucho más cercano que otras ocasiones.

Ese día, seek la tarde estuvo tierna, advice tranquila y ventilada; la brisa vespertina trajo consigo una llovizna con relámpagos y truenos. El tiempo parecía alargarse sin pasar inadvertido. Los ladridos estuvieron haciendo eco al compás del crepúsculo, lo que si no se escuchó fueron los pericos al pasar al caer la tarde,  bueno a decir verdad no sucedía desde  hace un par de meses atrás.

Añorando ese canto del ocaso del día y el aullido de nostalgia canina, Rita,  la pequeña de la casa se fue a la cama, recordando que ahora el vecindario sólo era un montón de árboles rasgados de raíz, grandes volcanes de tierra, promontorios de ripios que no eran más que vestigios que en el gran terreno baldío vivieron personas humildes, cuyas casas fueron arrasadas por máquinas inescrupulosas que terraciarón de un santiamén las casas humildes del antiguo vecindario, arrojando a sus oriundos a buscar techo en otros municipios aledaños.

Rita recordó la noticia que había aparecido de manera insistente en los noticieros de la televisión en las últimas semanas, destacando como la honorable Sala de lo Constitucional, había amparado a los ilegítimos e ilegales antiguos propietarios.

Esa noche, Rita logró conciliar el sueño con una idea entre ceja y ceja: “mañana, muy temprano iré a buscarlo y traerlo conmigo a casa, así sea lo último que haga…pobre perrito…”

Como niña cumplidora de sus propias  promesas,  se levantó, desayunó y tomó el atajo más certero al vecindario recién usurpado por la ley,  luego de sortear máquinas, columnas y herramientas de construcción se encontró al perro; estaba sucio, flaco y hambriento. Por un momento la niña pensó, “pobre perrito por amor de los pellejos no se le caen los huesos”,  tenía por cierto una profunda triste mirada.

Ahí estaba, echado en el rincón de lo que fuera la esquina de su antigua casa,  surcos acuosos color café le bajaban de sus ojos, desconsolado desde que su familia fue despojada del vecindario, nadie llegó a recogerlo,  y no hay manera de sacarlo del lugar de la actual construcción, ya los trabajadores han hecho vanos intentos, pero siempre regresa. Suele ser visto deambulando en medio de las máquinas y promontorios por los albañiles de lo que será la futura “Residencial La Esperanza” que será por cierto inaugurada dentro de algunos meses. Los trabajadores llaman al perro, el usurpador de la Residencial.

Rita se puso frente al perro, como pudo, se fue acercando lo más que pudo al perro, le dio comida y agua que puso en un pequeño recipiente,  le tocó el lomo, le hizo piojitos de la cabeza a la cola, empezó a moverse en señal de confianza; le hizo unos gestos de consuelo y como pudo le susurró al oído “te escucho llorar por las noches, tus aullidos de soledad llegan al cielo y golpean mi corazón nocturno,  como si alguien tocase las puertas del cielo… por favor acompáñame a tu nueva casa… te cuidaré y vivirás otra vez  en familia… ven conmigo perrito lindo…”, pero el perro tomó distancia, se echó al suelo y se puso las patas delanteras sobre su cabeza, no volvió la mirada. Se quedó quieto,  inmóvil. No escuchó más las palabras de Rita. La niña dio la vuelta y retornó triste a casa, al igual que la mirada del perro usurpador.

A diversas horas de la noche, en medio de la nada, suele escucharse el aullido de un perro, con la esperanza de ser recogido por su familia, un día de estos.

 

La Laguna, Chalatenango, 14 de septiembre de 2014. 6:11 pm.

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