Página de inicio » Suplemento Tres Mil | 3000 » 5 – EL CAMINO DE LA TEMPLANZA.

5 – EL CAMINO DE LA TEMPLANZA.

EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA

 Eduardo Badía Serra,

Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua.

 

 

Goza los placeres ordenada y adecuadamente,

sin desviarte de nuestro fin, la verdadera felicidad.

Santo Tomás de Aquino.

 

 

  • Pase príncipe – se escuchó decir desde

muy adentro después que hubieron entrado por aquella enorme puerta, que era

de cristal – Ya te esperaba.

 

Dio la comitiva algunos pasos, y a medida que avanzó fue encontrándose en un hermoso jardín. Los árboles más inverosímiles, plantas que esparcían sus aromas por doquier, deliciosos frutos, pequeños arbustos que se enredaban entre los peñascos, todo fue apareciendo ante los ojos del príncipe y de sus servidores todos. Al fin, situados ya en el centro de aquella especie de paraíso, se encontraron con un hombre enorme, de rostro amigable, sencillo en su vestido, que estaba sentado sobre un tronco rodeado de todas las figuras humanas imaginables. Allí, con él, pordioseros, mujeres ligeras, regios nobles, eruditos, todos le rodeaban mientras escuchaban lo que les decía.

 

El príncipe no dejó de espantarse ante aquel espectáculo. Acostumbrado, como estaba, a los oropeles y a la servidumbre, consentido en todos sus deseos y satisfechas de sobra todas sus necesidades, no dejó de extrañarle el ver a aquel anciano mayúsculo, con aspecto de sabio, rodeado de tan inusual compañía.

 

  • No temas – le dijo – que esta debe ser tu ruta en este largo camino que has emprendido. Y a este en que te encuentras sólo pueden entrar aquellos que han recorrido los tres anteriores. No entran aquí quienes no han sorbido las mieses de la sabiduría, de la prudencia y de la sencillez, porque tales virtudes yo las acojo y las sustento para que puedan vencer las incontinencias y senectudes de la vida. Estos que aquí ves son hombres revestidos de virtudes, así que no te atengas a sus ropajes ni a las apariencias que aun siendo distintas no quita que todos ellos sean iguales ante los ojos de la virtud.

 

El príncipe se tranquilizó entonces, y dispuso su voluntad a recorrer aquél nuevo episodio. De la mano extendida de aquel extraño personaje pendía una lámpara que iluminaba el lugar despidiendo reflejos por todo el ambiente. El aroma tan particular que en él podía percibirse, y tan especial regalo a la vista de todos los que allí se encontraban, hicieron que la calma se dispusiera dentro de los integrantes de la comitiva.

 

  • Mira, entonces, – continuó el anciano -, que esta virtud que ahora conocerás, no se aloja en el cuerpo, ni en la inteligencia, ni en la sensibilidad, sino más bien es propia del alma, y de un alma especial, no el alma concupiscente que sabe albergar a los ligeros y a los imprudentes, no el alma de cántaro ni aquella que vaga en pena, sino el alma de lo justo y de lo legítimo. Por eso ha sido necesario que primero te cubrieras de sabiduría, de prudencia y de sencillez, para poder lograr que ahora te bañaras en las aguas de la templanza.

 

Elegantemente se expresaba el hombre aquél, alto y fornido como un roble. De reloj de arena bajaban las arenillas lentamente, indicando el avance que se iba logrando en el camino. Apenas comenzaba. El hombre aquél no se movía de su sitio, y toda la concurrencia permanecía en silencio, atenta y dispuesta. El príncipe se atuvo a ello y actuó en consecuencia.

 

  • Aquí buscamos la ataraxia. Pero el duende que te guía me ha advertido que aprendes rápido y que hay mucha claridad en tu intelecto. Por eso te ha enviado a este siguiente paso, porque no trates de correr cuando sólo hay lugar para pasos pequeños y dados uno después del otro. Así que iremos de esa manera, paso a paso, no sea que pierdas la conciencia y borres todo lo que has aprendido de tu ser.

 

Y continuó:

 

  • Mi misión es decirte que todo lo que ya has aprendido, sólo lo sostendrás por el camino del equilibrio. Siempre debes juzgar entre la insensibilidad, que es un defecto, y la intemperancia, que también lo es, buscando un justo medio. No te dejes llevar por los instintos, busca siempre el equilibrio, huye de los placeres vanos sin rechazar los lícitos. Modera siempre tus acciones, y hace de estas un refugio de la honestidad. Camina con cautela, aliméntate con sobriedad y compórtate con continencia. En una palabra, controla las pasiones.

 

Los discípulos del noble viejo, que eso eran precisamente, anotaban en sus folios todo aquello que escuchaban, y mostraban un inusitado respeto hacia aquellas palabras, así como una enorme admiración por quien tan elocuentemente y sabiamente así se expresaba.

 

  • Háblame de ese equilibrio que aconsejas – le dijo en un momento el regio espectador –, así que pueda yo comprenderlo en su justa y cabal dimensión.

 

  • Simplemente esto, – le contestó el viejo. – Eres bello, y ello azuza la imprudencia; eres noble, y con ello, igualmente se agita el orgullo; y además, rico, con lo cual despiertas la envidia. Para permanecer como eres y vencer los anteriores vicios, atiende este consejo: No puede haber vida dulce si no es también prudente, honesta y justa; ni se puede vivir con prudencia, honestidad y justicia sin que también se viva dulcemente. Aquél, pues, que no vive con prudencia, honestidad y justicia, tampoco podrá vivir con dulzura. Ningún deleite es malo por sí mismo, pero, ciertamente, su abuso excesivo no trae sino más que turbaciones que deleite. Busca satisfacer tus apetitos naturales y necesarios, que estos disuelven las aflicciones y sacian el hambre y la sed de la vida.

 

Estaba ya la última de las arenillas por vencer el orifico del reloj, con lo que el tiempo necesario estaba ya finalizando. El anciano, entonces, se expresó finalmente:

 

  • Estos que ves aquí son mis amigos. Todos son iguales, aunque vistan ropas distintas y provengan de variados linajes. No veas esas diferencias, y eso te digo, a pesar de que sé que como provienes de las alturas, mucho te costará entenderlo, y más aún, asumirlo. Mira, príncipe, la amistad es el mejor de los deleites, ten amigos, hazlos donde encuentres un hombre o una dama, cualquiera que sea el lugar y su condición. Un preceptor que tuve hace algún tiempo me enseñó que amistad es la más dulce de las posesiones, tanto así que me dijo algo que tú también debes grabar e la memoria para siempre: “Donde existe la amistad, la justicia no es necesaria”.

 

Dicho esto, justamente, el reloj aquél admitió una campanada, invirtió su posición, y las arenillas aquellas, que eran incontables, fueron puestas de nuevo donde debía comenzarse. El viejo y sus discípulos, y todo aquel huerto hermoso, desapareció como por encanto, y un mar proceloso se situó ante los ojos de los viajantes, esperando que entraran en él.

 

Continuará con el próximo cuentecillo:

 

6 – El camino de la lealtad.

 

 

  

 

 

 

 

Ver también

«Esperanza». Fotografía: Rob Escobar. Portada Suplemento TresMil