Por David Alfaro
26/09/2025
Durante casi medio siglo, El Salvador estuvo bajo la dictadura más larga de Centroamérica: una sucesión de gobiernos militares que masacraron y oprimieron al pueblo desde 1931 hasta 1979. Ese medio siglo dejó miles de víctimas, matanzas como la de 1932, desapariciones, censura de prensa, sindicatos perseguidos y campesinos reprimidos. Solo gracias a la organización popular, a las luchas sociales y a décadas de resistencia, el país logró salir de aquel yugo militar.
Hoy, sin embargo, hemos caído en otra dictadura: la de Nayib Bukele. Un presidente inconstitucional que, con el respaldo de su partido, ha concentrado todo el poder en sus manos: destituyó a magistrados de la Sala de lo Constitucional y al Fiscal General, debilitó el sistema judicial, se reeligió a pesar de la prohibición constitucional y gobierna por decretos y estados de excepción prolongados. Decenas de miles de personas han sido detenidas sin orden judicial ni debido proceso; cientos han muerto en prisión. La prensa crítica es acosada, los jueces independientes removidos y el Legislativo reducido a un sello de goma.
La pregunta es inevitable: ¿cuánto tiempo durará este nuevo régimen?
Pero la respuesta no debería quedarse solo en el calendario. Lo esencial es entender que el sistema político salvadoreño, marcado por impunidad, instituciones frágiles, concentración de poder y desigualdades históricas, sigue siendo terreno fértil para el nacimiento de nuevos tiranos. Mientras ese terreno no se transforme, tarde o temprano volverá a surgir alguien dispuesto a repetir la historia.
No basta con sacar a Bukele del poder. Lo trascendental es cambiar este sistema de cosas que, una y otra vez, abre la puerta a los abusos y a la concentración del poder. Eso implica una verdadera reforma institucional: tribunales independientes, controles reales al Ejecutivo, una Asamblea que legisle de cara al pueblo y no a la obediencia ciega, eliminar al ejército, revisar las leyes y volverlas pro pueblo, participación ciudadana constante, medios de comunicación libres y una educación cívica que forme a la gente en democracia.
Solo así podremos aspirar a una libertad que no sea prestada ni temporal, sino auténtica y duradera. Porque un pueblo organizado y consciente no solo derroca dictaduras: impide que vuelvan a nacer.
Diario Co Latino 134 años comprometido con usted
Debe estar conectado para enviar un comentario.