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Tiempos electorales, ¿una política sin utopía?

German Rosa, s.j.

El calendario electoral en América Latina muestra que existe un número considerable de elecciones en el año 2017 y el 2018. El mes de noviembre tendremos elecciones presidenciales y legislativas en Chile y Honduras, también en Bolivia se realizarán las elecciones jurisdiccionales (se eligen los miembros de los distintos tribunales del país). El mes de febrero del próximo año serán las elecciones presidenciales y legislativas en Costa Rica, en marzo tendremos las elecciones legislativas y municipales en El Salvador y en Colombia las elecciones legislativas, etc. Seremos testigos en estos dos años de procesos electorales al menos en 18 países latinoamericanos. Estas elecciones municipales, legislativas y presidenciales pueden cambiar el mapa político latinoamericano.

¿Cambiará la situación política y social del continente? ¿Puede la política proponer nuevos horizontes y nuevos sueños para nuestros tiempos? Detengámonos a pensar sobre este tema en el contexto de nuestros pueblos centroamericanos.

1) El silencio interpelante del electorado

Somos testigos que con frecuencia existen escándalos de los políticos o representantes de gobiernos que han sido electos democráticamente. En cinco de los seis países del istmo centroamericano se han juzgado a expresidentes y, probablemente, a políticos de distinta categoría en toda la región. Se demuestra contundentemente que muchos de los vicios privados de los que ejercen la política no son de beneficio público, sino todo lo contrario, son en perjuicio del bienestar social general.

Muchos procesos electorales se realizan dando por hecho que un porcentaje de los ciudadanos no participará en los mismos. Puede ser que no despierte el interés de los ciudadanos. Se podría explicar superficialmente por la pereza y el cansancio de los electores, etc. Sin embargo, no se puede descartar un desencanto de muchos ciudadanos porque se sienten defraudados por los mismos hechos de una política que al final de cuentas no resuelve sus problemas sino que los complican. Se podría decir que a estos ciudadanos que experimentan un cierto desencanto, la política ya no les suscita interés, ni mucho menos esperanza.

¿Será que los partidos políticos ofrecen programas y plataformas “líquidos”, que pronto se evaporan y no resuelven los problemas de nuestras sociedades? ¿Bastará con plantear soluciones aparentes, transitorias, que desaparecen de la noche a la mañana y que los políticos no buscan realmente resolver los problemas sino solamente tener el control del gobierno y del Estado? ¿Será que la estrategia política solamente busca convencer a un porcentaje del electorado que les dé la ocasión para llegar al poder y luego sencillamente continuar las mismas prácticas tradicionales de hacer política para tapar “el ojo del macho” como dice nuestra gente? Para algunos políticos es suficiente contar con unos porcentajes de mayorías volátiles para llegar al poder, aunque luego desaparezcan…

Si esto es así, o si es en parte verdad, no podemos aceptar esta práctica política ni convertirla en una regla general de la democracia. Esto sería un auténtico pesimismo activo que no nos sacaría nunca del círculo vicioso de los males sociales que padecen nuestras sociedades centroamericanas. Pero por otra parte, tampoco podemos caer en un optimismo trágico, pensando ingenuamente que mañana cambiarán las cosas sin comprometernos a incidir en la política para que las cosas cambien.

En el ámbito de la realidad política sin ser a veces muy tomado en cuenta, nos percatamos que existe un sector del electorado que no participa en el quehacer político, convirtiéndose en un protagonista silencioso que expresa un mensaje para los políticos que no pueden obviar. ¿Qué espera de la política el electorado de nuestros pueblos centroamericanos? ¿El quehacer de los partidos políticos tiene sueños que ofrecer y que puedan engendrar la esperanza de los pueblos centroamericanos? Un electorado que se enfrenta día a día con los problemas de la inseguridad, la corrupción, el desempleo, la pobreza, la desigualdad, la falta de educación y de salud, el deterioro ambiental, la falta de credibilidad en el sistema político, etc., lo invade la desesperanza y el desencanto. Todo lo utópico que pueda considerarse que la política tiene un dinamismo en sí misma que pueda cambiar estas situaciones, nos confronta con el hecho de que existe una relación entre la posibilidad de finalizar una etapa de la historia que tanto afecta a nuestros pueblos y la posibilidad de conducirla hacia metas más humanas. Ignacio Ellacuría lo expresa de esta manera: “La posibilidad de finalizar la historia podría convertirse así en la posibilidad para entrar en otra etapa de la historia” (Ignacio Ellacuría, Filosofía de la realidad histórica, UCA Editores, San Salvador, El Salvador, 2007, pp. 470-471). Este nuevo período de la historia depende de lo que vayamos haciendo políticamente. La política tiene que plantearse seriamente su finalidad y también su capacidad de hacer renacer la esperanza para muchos ciudadanos que se desentienden de la misma y no ven ninguna alternativa para solventar sus problemas reales inmediatos, ni a mediano ni a largo plazo. (Primera parte).

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