Por David Alfaro
19/12/2025
–Este es un análisis realista, no derrotista. Nombrar lo que está pasando no es rendirse, es entender el terreno para saber cómo resistir mejor. La permanencia de Bukele en el poder, no es casualidad. Es el resultado de una convergencia de factores políticos, económicos, sociales y geopolíticos. Entender esto no es claudicar. Es el primer paso para pensar una resistencia inteligente, organizada y de largo plazo.–
El Salvador vive una etapa crítica donde el autoritarismo de Bukele es la nueva normalidad. Se trata de una dictadura que se sostiene por una combinación de factores internos y externos que le permiten proyectarse a largo plazo. Hay cálculo político, intereses económicos, respaldo militar y tolerancia internacional. Todo eso junto hace posible una dictadura con fachada democrática.
La oposición político partidaria está muerta
En cualquier democracia mínimamente funcional, la oposición es clave. En El Salvador eso ya no existe. ARENA y el FMLN, que dominaron la política durante casi treinta años, hoy están desacreditados, fragmentados y sin rumbo. Arrastran el peso del desgaste ideológico. Pero lo más grave es que buena parte de sus dirigencias ha optado por convivir con Bukele, ya sea por conveniencia o por negocios. Las viejas élites políticas, prefirieron acomodarse y sobrevivir dentro del sistema. Así, la oposición partidaria se vuelve decorativa, sin capacidad real de disputa.
La oligarquía como sostén del régimen
La oligarquía salvadoreña ha encontrado en este régimen estabilidad, facilidades, negocios y silencio frente a la evasión fiscal. Por eso no lo confronta. Al contrario, lo respalda con discreción. El Estado termina capturado por intereses privados, y el poder político se pone al servicio de unos pocos. Los grandes proyectos, sobre todo en construcción, benefician a esos grupos. Leyes como la privatización del agua, los favorecen.
El Ejército como garante del autoritarismo
Ninguna dictadura se sostiene sin el control de las armas. Bukele lo sabe y ha asegurado la lealtad total de las Fuerzas Armadas. Aumentos salariales, privilegios para la alta oficialidad y un rol protagónico en tareas civiles y de seguridad han subordinado al Ejército al proyecto político del dictador. La militarización de la vida pública no solo intimida, también normaliza la presencia de soldados como instrumento de control social y propaganda. El Ejército pasa a tener intereses directos en la continuidad del régimen.
EEUU y su pragmatismo
En el plano internacional, Bukele ha sido hábil: ha garantizado a EEUU cooperación en temas clave como migración y seguridad. Eso explica el silencio frente a las violaciones de derechos humanos y la destrucción institucional. Para Trump, Bukele es útil. Y cuando los intereses geopolíticos pesan más que los principios, la democracia queda en segundo plano.
Una ciudadanía fragmentada y con miedo
Las dictaduras no sólo reprimen, también dividen. En El Salvador hay malestar social, pero no hay una oposición ciudadana articulada. Las protestas son dispersas, sin liderazgo claro ni objetivos comunes. La dictadura controla la narrativa, criminaliza la protesta, persigue voces críticas y cooptó a parte de la sociedad civil. El miedo a represalias y la falta de alternativas políticas reales paralizan a mucha gente.
El círculo cerrado del autoritarismo
Bukele ha construido un ciclo que se refuerza solo. Controla todas las instituciones, aplasta a la oposición, cuenta con el respaldo empresarial y militar, y mantiene apoyo popular mediante propaganda y medidas diseñadas para impresionar más que para resolver problemas de fondo.
Conclusión
El Salvador necesita algo que hoy no existe: una oposición que rompa con el pasado, que no negocie con la dictadura y que construya un proyecto colectivo capaz de enfrentar tanto el discurso oficial como las estructuras que sostienen el autoritarismo. Sin eso, el dictador va para rato.
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