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Paren de morir

Gabriel Otero
Para Marcos

Me niego a escribir otros epitafios. Amigos, paren de morir. Quitémosle a la memoria su peste a cempasúchil, el dolor colma con la ausencia, mis manos tiemblan al sentir el viento mortuorio en la madrugada, no es miedo, es soledad la acechante en el camino.

Basta ya de erigir cenotafios, a nuestra edad se asoma el ocaso, la verdad, me siento desbordado de lucidez y se padece la injusticia plena cuando el cuerpo comienza a fallar, así es la vida, dirán, estamos cada vez más cerca de regresar a la tierra.

Y vas quedándote minúsculo, prisionero de soliloquios y con la pretensión de guardar las luces de la gente querida, porque esos son los recuerdos, destellos, presencias inagotables, familia y amigos que nos cobijaron en su momento, y la mente es como un verde camposanto o un cielo poblado de nubes con formas caprichosas.

Y también es cierto, que la gente que se va se despide de los que quiere, y así, un día antes del fallecimiento del gran Marcos, amigo tutelar de juventud, con el que elegimos la hermandad de los que no comparten la misma sangre, me desperté recordando el lugar donde él vivía, una propiedad de cinco hectáreas en el estado de México en la que Kalimán, un porcino de trescientos kilos, de piel y cerdas oscuras, engordaba a placer para transformarse en carnitas en el rastro casero.

Obsesivo, intenté reconstruir en la memoria el recorrido que Marcos hacía diariamente a la tlapalería El Gato en la colonia Lindavista, y ese domingo contacté a Sergio Viaña, su sobrino, y le pregunté qué poblado estaba cercano a su antigua casa.

Semejante cuestionamiento ocultaba una remembranza personal, la última vez que visité a Marcos asistimos a la celebración de las fiestas patronales de un lugar remoto, y los pueblos eran San Luis Ayucan y Santiago Tepatlaxco, y viendo fotografías en la red recordé el atrio de la iglesia de Santiago Apóstol con su feria y fuegos artificiales.

Y fue para mí, un ejercicio grato de evocación dominical, que yo no entendía por qué surgía de súbito con todo y su colorido. Todo lo comprendí cuando me enteré del fallecimiento de Marcos, que sucedió en la madrugada del lunes, en Beniel, Murcia, lugar en el que sé, fue muy feliz.

Se me apilaron los pesares en la cabeza, la última vez que lo busqué fue en diciembre de 2019 cuando andábamos de expedicionarios con mi hijo Gabriel en Lindavista y nos percatamos que la tlapalería El Gato tenía un tiempo de estar cerrada y me decepcioné de lo derruida que estaba la colonia llena de casas viejas y decadentes.

Y supe por Claudio, otro amigo entrañable, que Marcos se enamoró de una española y partió a la aventura a la península con sus ilusiones intactas y el deseo de empezar de nuevo con la madurez de su edad en los hombros.

Y al más puro estilo de Pink Floyd, como quisiera que Marcos estuviera aquí para seguir comiéndonos la vida a mordiscos y esperar el crepúsculo de nuestra existencia.

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*Gabriel Otero. Fundador del Suplemento Tres mil. Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, con amplia experiencia en administración cultural.

Ilustración del autor de Jonathan Juárez.

Ilustraciones elaboradas con inteligencia artificial.

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