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Palabras que destruyen

José M. Tojeira

En un país como el nuestro, en el que tan fácilmente nos desacreditamos mutuamente, y en el que tan fácilmente algunos pasan de las palabras a la violencia es necesario analizar la palabras que destruyen. Porque no son solo los epítetos y calificativos insultantes los que rompen la confianza, la concordia y el buen trato. La mentira, aunque se disfrace de buenas palabras, siempre daña, destruye e imposibilita relaciones positivas. Unos cuantos siglos antes de Cristo, el profeta Isaías viendo cómo funcionaba la sociedad de su tiempo, se lamentaba de la actitud de la dirigencia del Reino de Judá y lamentaba que hubiera líderes “que llaman al mal bien, y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas” (Is. 5, 20).

Entre nosotros no es inexistente ese modo de actuar. Basta recordar algunas legislaciones o proyectos de las mismas, que presentan lo injusto como si fuera el ideal, y revisten de virtud lo que tiene pésimas consecuencias. Poner algunos ejemplos de ello nos puede ayudar. La amnistía tras la guerra se nos presentó como la quinta esencia de la paz. No fue así. Se llamaba bien al mal y mal al bien que reclamaba frente a la impunidad. En un primer momento la actual Asamblea Legislativa quiso hacer lo mismo. Llamar reconciliación a una ley que consagraba la impunidad no solo era una contradicción de términos, sino también una muestra de desprecio a los pobres cuya muerte injusta se quiere sepultar en el olvido. ¿Seguirá la Asamblea Legislativa llamando bien al mal y mal al bien? En los próximos días sabremos si respetan más a las víctimas que a los victimarios.

Pero no es solo la Asamblea. En general cualquier tipo de poder, desde el estatal al privado, tiende a rodearse de magníficas palabras, conceptos ideales y propaganda corporativa. Cuando los resultados no se corresponden con las palabras, se acaba siempre llamando bien al mal. En estos días están poniendo en los cines de San Salvador una película titulada “El precio de la verdad”. En ella se relata la lucha de un abogado y de un amplio grupo de personas contra la industria química Dupont, que estaba envenenando con sus desechos a todo un pueblo. La empresa hacía donaciones, financiaba escuelas y se presentaba siempre como agente de la felicidad de la gente, mientras hacía miles de millones de dólares con productos cargados de fluorocarbonos, productores de enfermedades graves. Llamaba bien al mal al tiempo que rebozaba con dólares sus mentiras.

Nos quejamos con razón de los insultos tan frecuentes en nuestro país, que impiden un diálogo constructivo. En las redes sale demasiadas veces lo peor de cada ser humano. Los mensajes de odio, las burlas destructivas, el grito y la sinrazón están demasiado presentes en la opinión semianónima de los que se desahogan de sus rabias y complejos en las redes. Pero detrás de esas explosiones, difíciles de encontrar en la vida normal, hay frustración y desconfianza por tantos años en los que diferentes poderes han llamado bien al mal y mal al bien. Podríamos decir que el odio y la basura en las redes es el subproducto de sociedades que demasiadas veces han disfrazado al mal poniéndole una careta bondadosa. Ya en el Quijote se hablaba de cómo el diablo se disfraza de “ángel de luz” cuando quiere confundir a las personas: “El demonio… cuando quiere engañar a alguno… se transforma en ángel de luz, siéndolo él de tinieblas, y, poniéndole delante apariencias buenas, al cabo descubre quién es y sale con su intención, si a los principios no es descubierto su engaño”. Entre nosotros sigue habiendo instituciones disfrazadas de ángeles de luz.

El Salvador necesita diálogo. Y con demasiada frecuencia las élites confunden el diálogo con el regateo. Es aquello de ceder un poco para ganar al final. Si lo único que podemos ofrecer al mercado es mano de obra barata (y por supuesto capataces o intermediarios que sacan provecho de ello), no podemos decir que con la inversión extrajera vamos a avanzar enormemente en nuestro desarrollo económico y social. No insultemos en las redes. Pero tampoco mintamos presentando futuros imposibles mientras mantengamos las injusticias sociales que desde hace años nos afligen en el campo de la salud, de la educación y del respeto al trabajo de los más sencillos.

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