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Mons. Gregorio Rosa Chávez, Cardenal

Chencho Alas

El día 28 de Junio próximo la Iglesia Católica de El Salvador estará de fiesta. En la Basílica de San Pedro en Roma, uno de sus hijos estará siendo elevado al ministerio de cardenal con funciones específicas que le corresponden a esa posición, entre otras, la de consejero, tal como lo dijo el Papa Francisco y, desde luego, la de elector de un pontífice en el momento que se presente la necesidad con posibilidades de ser elegido el mismo a ocupar la sede de San Pedro.

Mons. Rosa Chávez no está solo. Detrás de él le están acuerpando tres grandes arzobispos con los cuales trabajó y de quienes aprendió la sagrada misión de pastorear una de las iglesias más proféticas de nuestra América Latina, la arquidiócesis de San Salvador. En orden cronológico me refiero a Mons. Luis Chávez y González, al beato Mons. Oscar Arnulfo Romero y a Mons. Arturo Rivera Damas.

El 12 de diciembre de 1938, Mons. Luis Chávez recibió la consagración episcopal. Tenía apenas 37 años de edad. Fue un testigo fiel de los horrores de la dictadura del general Maximiliano Hernández Martínez, padre de la matanza de 30,000 indígenas, hecho ocurrido el año 1932. Mons. Chávez se mantuvo por 40 años a la cabeza de la Iglesia de San Salvador, hasta el 22 de febrero de 1977.

Mons. Chávez fue un pastor para quien, si algo era bueno para el pueblo, había que hacerlo. El año 1942, con ocasión de la celebración del Primer Congreso Eucarístico al que asistieron todos los obispos de Centroamérica, propuso con visión profética la creación de la conferencia episcopal de la región, algo nuevo dentro de la Iglesia Católica, que fue adoptado más tarde por el Concilio Vaticano II (1962-4).

Según tengo entendido, no enfrentó directamente al dictador Hernández Martínez, pero sí salvó muchas vidas de personas perseguidas por el régimen. En varias ocasiones me invitó a desayunar a su casa y de cuando en cuando me contaba anécdotas concretas, como el caso del Dr. Vicente Vilanova. Estaba en su oficina y de repente vio a un hombre que entró corriendo. Se trataba del Dr. Vicente Vilanova, quien venía siendo perseguido por elementos de la Guardia Nacional. Monseñor le dio una sotana y le pidió que se la pusiera de inmediato. A los pocos minutos tocaron a la puerta los guardias quienes preguntaron si un hombre había entrado al palacio. Monseñor les respondió que no había visto a nadie. A las 4:00 pm. le pidió a Chente que se metiera en el baúl del carro y lo fue a dejar a la frontera de Guatemala. Mons. Chávez me comentó, si no lo hubiera sacado del país, Vicente y muchos otros más serían hombres muertos.

En agosto de 1966, publicó una carta pastoral titulada: “La responsabilidad social de los laicos en el orden temporal”. Fue una carta de denuncia de las injusticias sociales, entre ellas la acumulación de riqueza en muy pocas manos en detrimento del bienestar de los más pobres. La carta desató una persecución orquestada por varios meses. A inicios de 1970 convocó a la Semana Nacional de Pastoral bajo la inspiración del Concilio Vaticano II y de la Segunda Conferencia Episcopal de América Latina. Poco a poco las parroquias iban cambiando desatándose la persecución contra el clero y laicos comprometidos. Mons. Chávez y su Auxiliar Mons. Rivera Damas tuvieron que enfrentarse al gobierno militar. La sangre había comenzado a correr en el campo y la ciudad.

Yo procuré darle un giro nuevo a la parroquia de Suchitoto. Entre otras cosas, el año 1969 impartí un curso de cinco días de duración a la semana por dos meses a campesinos elegidos por sus comunidades sobre temas bíblicos. Con la aprobación de Mons. Chávez, a los 19 participantes al curso se les autorizó celebrar la palabra de Dios en sus comunidades y distribuir la comunión en la mano. Esta fue la primera vez, ciertamente en El Salvador, que manos laicas, callosas, acostumbradas a manejar el machete, daban la comunión. El año 1974, la ciudad de Suchitoto fue invadida por 400 elementos de la policía y de la guardia nacional. Llegaron también el general Sánchez Hernández y el Chele Medrano, jefe de la guardia. Yo me encontraba en el ojo de la tormenta. Llamé a Mons. Chávez para que me dijera qué hacer. El me dijo: Cálmate, llego esta misma noche y mañana celebro la misa. Así lo hizo. Al finalizar la celebración le dijo a la gente: Y lo que tienen preparado, continúen con ello. Teníamos planificada una manifestación a la que asistieron unas 10,000 personas.

El año 1977, Mons. Romero es elevado a la sede arzobispal de San Salvador. La herencia que le ha dejado Mons. Chávez es impactante. Un clero comprometido, parroquias participando en las luchas por el cambio social, actividad profética de muchos. Ya es conocida esta parte de la historia. Mons. Romero tuvo que doblegarse y aceptar su nueva misión que la cumplió donándonos su sangre. A su muerte, le siguió Mons. Rivera, una hombre calmado, un intelectual más que pastor, pero igual, muy comprometido con los pobres, con la justicia.

Es en esta escuela de grandes que se educa Mons. Gregorio Rosa Chávez, una escuela a la que ha sido fiel. El Papa Francisco lo sabe. Por eso le damos gracias al nombrar a Gregorio a la función cardenalicia. Mucho esperamos de él. De los grandes no se espera poco. Nuestro país está hundido por una mentalidad antipaís que se refleja en las calles bañadas en sangre, en los partidos políticos, en la Corte Suprema de inJusticia, en ANEP …

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