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Mi primer día en la universidad

Olga Guadalupe Córdova Castro

Estudiante de 1er. Año, Trabajo Social –Universidad Luterana Salvadoreña, ULS-

Quizá nadie lo notó, y quizá nadie lo notará en la foto que atestigua el paso del huracán de ilusiones por mi sonrisa. Fue el día que fui a mi primera clase en la Universidad Luterana; mis piernas temblaban, aunque me sentía invulnerable en los deseos y las sentía perfectas e imbatibles como columnas griegas; mis manos sudaban por la ansiedad de tocar lo desconocido; mi corazón galopaba fuerte y rápido en mi pecho lleno de sueños fascinantes como gesto de coquetería inevitable que mis ojos almendrados saben de memoria. El dolor de estómago fue inevitable y drástico, tenía aproximadamente 8 años de no estudiar, de no abrir un libro, de no hacer una tarea… bueno, excepto al momento a ayudarles a mis hijos a decodificar la belleza escondida en las palabras y problemas de matemática. Pero lo que sí sé es que moría de nervios, no sabía qué hacer ni qué decir, la universidad la sentía enorme en mis latidos, y una voz me repetía: te vas a perder y vas hacer el ridículo. Pero no fue así.

Caminando sobre las huellas de las culebras de cemento que me conducían a lo nuevo, yo buscaba el salón de clases y ninguno era el que me correspondía. Sin conocer a nadie, sin saber qué decir o qué no decir, me bebí todo el paisaje cuyos átomos quedaron prendidos de mis cejas que dibujé con la precisión geométrica de las princesas de Siam para sentirme a tono con el campus. Considero que soy cordial y por ello no me iba ser difícil encontrar compañeros que me guiaran y, esperando esa ayuda, me tomé una fotografía que atestiguara mi nerviosa felicidad. Probablemente la foto no sea la mejor, pero sí significa mucho para mí. Desde hace mucho tiempo sentí la necesidad de seguir mis estudios universitarios, no sólo para demostrarme a mí, sino también a todos los que me rodean con sus abrazos, que los cuadernos siempre están abiertos. Porque sí se puede. Mi sonrisa, rojo universo de las palabras no dichas, en esa foto se ve feliz y dulcita, pero tiene más de nervios e incertidumbre, es una sonrisa de miedo, de temor a fracasar y creo que al final me sentía sensible porque dentro de mí sabía que detrás de todo eso no había sido fácil estar en el lugar donde justo en ese momento me encontraba frente a la cámara.

Sabía que tenía que ubicarme por el hecho de que ya no estaba en el bachillerato en el que todos llevamos uniformes, pero ese día, mi primer día en la ULS, decidí llevar con orgullo la camisa con sus siglas para sentirme igual a los de antiguo ingreso, y el creer que eso me pondría cómoda e integrada fue en lo pensé al momento de usarla mi primer día de clases.

El maquillaje no fue el mejor; el rímel era del más barato ya que mi presupuesto no era copioso, pero mis ojos estaban llenos del brillo de las luciérnagas con que se adornaba el pelo la diosa del maíz; mis labios estaban pálidos y era porque moría de los nervios y del dolor de estómago que me atacó desde el momento en que desperté ese día, casi de madrugada, para ver en el cielo los millones de años luz que esperaban por mí en la universidad. La mirada se ve en la foto un poco perdida, pero quiero creer que en realidad se ve nostálgica, porque no hay nada más nostálgico que perderse cuando se busca algo; sí, me había perdido en la ilusión del hallazgo del trabajo social con las comunidades vulneradas en sus derechos. Muy dentro de mi mirada sabía todas dificultades que hallaría en mi camino, pero no importaba el tamaño de mi mirada, lo importante era que apuntaba hacia adelante, porque hasta el día de hoy no he tenido ninguna intención de ver hacia atrás.

Y entonces veo que mi fotografía presenta y representa: humildad, sinceridad, coraje, coquetería, determinación, deseos de querer más, deseos de querer ir por aquello que hace mucho había dejado de desear. Juro que no es la mejor foto mía, pero la tomé pensando en dar lo mejor de mí; juro que no es una foto más de la vanidad, es la foto que atestiguará, años después, que al momento de tomármela quería ser más para los demás; juro que mis pies son más lindos de lo que se ven invitando al beso del jardín, pero lo importante de ellos es que cargan el peso de los libros por leer y que, en un acto fantasmal, las cuatro flores del saber se prendieron de ellos; juro que pude haber encontrado otra pose u otro lugar para tomármela, pero esa es justo la que me representa tal cual me sentía, entre hermosa y decidida, desde ese momento que tomé decisiones fuertes y grandes en mi vida, como la de ir a estudiar a la universidad.

La camisa con el nombre de la Universidad Luterana Salvadoreña –que es signo de la foto- sentía que me hacía grande y con poder, me sentía diferente a los demás, pero para bien, porque me sentía diferente para hacer cosas diferentes y buenas para la gente, como para que me tomaran de ejemplo. Las emociones estaban a flor de piel por el hecho de que mis hijos y mis padres me comentaban con la mirada, me ensalzaban hinchando el corazón y diciendo ¡qué bien te queda la camisa de la universidad, te ves más linda que una libélula azul!, y sin duda pensé que un súper poder me había invadido al ponérmela, el poder del conocimiento en construcción.

Miré la fotografía por última vez y vi paz, regresar a ese momento de mi primer día de universidad fue mágico, y recordé lo bien que se sintió y se siente el estar en uno de mis proyectos de vida, esa determinación que la mirada pregona con una sonrisa que parece beso furtivo; ese momento de comerme el mundo y de caminar descalza por sus horizontes, aun cuando me moría de miedo porque no sabía lo que podía pasar… pero muy dentro de mí estaba el coraje de comenzar algo tan grande como el amor por mis hijos.

Todo el primer día de clases en la universidad fue un ir y venir de emociones; en ningún minuto dejé de sentir el miedo que mi mirada refleja en esa fotografía, el miedo de fracasar, el miedo a la burla, el miedo de salir corriendo cuando no pueda avanzar en lo que tanto he querido… y fue en ese momento de las dudas que la universidad apagó los miedos y encendió la ilusión… y justo después me abrazó con toda su historia.

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