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LOS PRIMEROS 40 DIAS

Henry Fino
Abogado y Defensor de DDHH

Hace 40 días recibimos la noticia del fallecimiento del Padre José María Tojeira Pelayo. Para muchos, fue una sorpresa que nos dejó con sentimientos encontrados. De inmediato, numerosas personas expresaron su consternación por la partida de Chema, como lo llamaban con cariño sus hermanos, amigos y colaboradores cercanos.

Han transcurrido ya 40 días, y como suele suceder en nuestra sociedad, la memoria colectiva se diluye en la rutina diaria. Sin embargo, los sentimientos que despertó su muerte siguen vivos, porque el Padre Tojeira tuvo presencia en múltiples dimensiones de nuestra vida.

Una de ellas fue su humanidad. El Padre Tojeira, hombre bueno, cercano, atento al más necesitado, irradiaba confianza con su sonrisa y solía llamar a cada persona por su nombre. Esa cercanía nos deja un dolor profundo, como el que se siente por la pérdida de un hermano, un amigo, un ser humano noble.

Otra dimensión fue su fe. Sacerdote jesuita, cristiano convencido, creyente en la resurrección y en el paraíso prometido por Jesús. Como cristianos, este sentimiento se transforma en alegría, pues no dudamos que, por su vida ejemplar, el Padre ya goza del descanso eterno en el Reino de Dios.

También nos confronta su legado como defensor de la verdad, de los derechos humanos, luchador incansable por la justicia y contra la impunidad.

En sus escritos, entrevistas y espacios de opinión, siempre dijo la verdad. Lo hizo con amabilidad, pero con firmeza. Sabía que defender la verdad conlleva riesgos, críticas y ataques, pero nunca retrocedió. Su valentía fue coherente con sus principios.

Fue un férreo defensor de la justicia, no solo por sus hermanos jesuitas asesinados y por Elba y Celina, sino por todas las víctimas que, en el pasado y en el presente, siguen esperando justicia. Luchó por cerrar esa herida abierta, aunque no pudo ver su sanación. Por el contrario, vio crecer la negación de la justicia, esa que —como dijo San Romero— la justicia muerde al descalzo.

Su defensa de los derechos humanos no fue por los cargos que ocupó, sino por convicción. Fue coherente, incluso en medio del miedo que seguramente sintió. Pero su compromiso fue más fuerte que el temor.

Hoy, tras los primeros 40 días sin su presencia, nos preguntamos: ¿y ahora qué? Se ha hablado mucho de su legado, pero pocos se han comprometido a darle continuidad. Vemos defensores de derechos humanos temerosos, en silencio, exiliándose, dejando a las víctimas sin acompañamiento. Eso, el Padre Tojeira jamás lo habría hecho. Vemos instituciones cerrando, invisibilizándose para evitar consecuencias.

Estoy convencido de que el Padre Tojeira creía que el silencio nos hace cómplices, y que huir es traicionar a las víctimas.

Su legado no se honra con actos simbólicos. Se hará eterno en la medida en que asumamos como propios sus principios, su coherencia y su valentía. Que difundamos y defendamos la verdad, que luchemos por la justicia y contra la impunidad, que luchemos por el respetemos irrestrictamente los derechos humanos, y que acompañemos a las víctimas como él lo hizo. Aquí el reto para las instituciones y los llamados defensores de derechos humanos.

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