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Las malas costumbres y los aprendices de brujo

José M. Tojeira

La peor costumbre de los políticos es atacar siempre al contrario. Tenga o no razón, sovaldi todo lo que hace el enemigo político es malo y por tanto hay que destruirlo, malady negarlo y denigrarlo. Es una especie de norma no escrita que con frecuencia se impone entre nosotros. El hecho de nuestro desarrollo débil, legislación insuficiente, costumbres corruptas e indiferencia, aunque cada vez menos, ante el mal obrar de los políticos, hace que algunos políticos se confíen y hagan barbaridad y media. Los medios, según la tendencia de sus dueños, se prestan con frecuencia a esta debacle ética del insulto gratuito y la acusación falsa. La reparación del mal hecho se suele dejar al paso del tiempo y al olvido. Pero la estupidez de algunos aprendices de brujo acaba quedando patente. Un caso reciente nos ofrece un buen ejemplo.

La parroquia de Monte Tabor, en Ciudad Merliot, tiene una casa que ha prestado a la Municipalidad de Santa Tecla desde hace años para diversos proyectos. La casa no es de la Municipalidad y el sacerdote preocupado por el tema juvenil prestó exclusivamente la planta baja para algunos proyectos de ese tipo, dejando la parte alta para otros usos. Hasta ahí ningún problema. Pero cuando entra la nueva administración municipal, los nuevos funcionarios comienzan a inspeccionar los haberes, trabajos, responsabilidades etc., de la administración anterior. Entre quienes cumplen esa función está la hija de un connotado político arenero, de larga trayectoria en el partido. Es parte de ese cúmulo afortunado de jóvenes hijos o parientes de políticos de cualquier partido que sea, que nunca tienen problema para encontrar trabajo. Se suelen fiar más de la “papitocracia” que de la meritocracia, y los amigos de papá les dan la razón. Y por supuesto, con frecuencia entran con toda la pasión por demostrar su valía genética, arrollando lo que encuentran a su paso. Pasa en la izquierda y en la derecha. El caso que nos ocupa es uno de muchos.

Pues bien, revisando haberes de la anterior administración, esta personita afortunada descubrió que en la segunda planta de la casa en mención había una puerta cerrada con llave. En vez de preguntar a la anterior administración o en su defecto al dueño de la casa, descerrajó la puerta. Y ¡oh sorpresa! Encontró algunos útiles que le parecían de utilización médica y unos tarros en una refrigeradora llenos de un contenido desconocido. La conclusión fue rápida: se trataba de una clínica clandestina utilizada malvadamente por la administración anterior, del partido contrario. Y festinadamente se llamó a la prensa para decir un montón de tonterías contra el enemigo político. Pero ¡oh sorpresa mayor!, resultó que ese cuarto descerrajado había sido prestado a un prestigiado doctor, profesor en la Universidad Matías Delgado, para apoyar sus investigaciones sobre propiedades alimenticias y curativas de algunos elementos en determinadas condiciones. Total, que como al aprendiz de brujo, la pasión por ir aprisa cosechando triunfos se vuelve en contra, en buena parte por la estupidez de esa costumbre de atacar el primero al enemigo.

En vez de las malas costumbres sería espléndido que se copiaran las buenas. Héctor Dada, por poner un ejemplo que no pertenece a ninguno de los dos grandes partidos (en tamaño ambos, no tanto en inteligencia), no echó a nadie del ministerio de Economía cuando lo dirigió en la anterior administración. Y la gente trabajó con seriedad a su lado, sin poner zancadillas ni hacer trampas. Hay gente buena en política que, aunque son minoría, tratan seriamente de ir cambiando las cosas. Están en todos los partidos y luchan contra las costumbres perversas del que está espiando detrás de la puerta para ver de qué manera puede desprestigiar al adversario. Si se hace mal una cosa y se cae en delito, por supuesto que hay que denunciarlo, incluso dentro del propio partido. Pero espiar para denigrar, esperar malintencionadamente para dar el golpe, sea o no justo lo que se hace, sólo es de cobardes. No es raro que algunos llamen ratas a este tipo de personas, que como en las alcantarillas, andan al acecho de todo lo que huele mal para saciarse. El problema es que a quienes quieren emular este tipo de actitudes les falla con frecuencia el olfato. Son personas y no ratas, y por eso se equivocan con más frecuencia al tratar de olisquear la porquería. A parte de que sólo buscan la del enemigo y nunca la propia. Acostumbrados a la trampa, piensan que lo importante es atacar y morder antes de preguntar. Y a veces lo que parece sabroso resulta que es amargo.

La política de El Salvador no puede ni debe seguir así. Se necesita más diálogo y es necesario llegar a acuerdos. Necesitamos políticos con capacidad de llegar a acuerdos de bien común. No ojeadores del defecto ajeno en continua confrontación. Tanto en la marcha de la paz de Marzo como, sobre todo, en la beatificación de Mons. Romero, hemos visto a un pueblo que más allá de sus legítimas diferencias y opiniones políticas se une en torno a causas nobles. Y los políticos están precisamente para servir a este pueblo que desea paz, diálogo, trabajo y desarrollo social. Más allá de los gustos políticos, los ciudadanos debemos ser capaces de alabar a los que son correctos e inteligentes, ya sea en el FMLN, en ARENA o en cualquier otro partido, que los hay, y denunciar y desechar a los que, como los aprendices de brujo, sólo buscan beneficio personal en la política.

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