Por Ricardo Sosa
Doctor en Criminología
Experto en seguridad
Desde esta cancha de letras, donde la pasión de la tinta se funde con el fervor de las gradas, hoy el corazón de cada salvadoreño late con un ritmo diferente, uno cargado de esperanza y expectativa. ¡Lo logramos! ¡La Selecta ha clasificado a la fase final de las eliminatorias rumbo al Mundial de Fútbol 2026! Esa vibración, esa chispa que se encendió en el alma colectiva, es la prueba irrefutable de que, cuando nuestro país se une bajo una misma bandera, somos capaces de alcanzar cimas inimaginables.
El camino no ha sido fácil, ni lo será. Lo sabemos. Pero el haber superado las primeras etapas y asegurar nuestro lugar en el Grupo A, junto a potencias regionales como Panamá y Guatemala, y un desafiante Surinam, ya es un triunfo en sí mismo. La cuenta regresiva ha comenzado, y el 24 de septiembre de 2025 marcará el inicio de la batalla decisiva, donde cada punto, cada gol, cada minuto en la cancha valdrá oro puro.
Y aquí es donde entra la figura más importante, el verdadero motor de esta epopeya: nuestra noble afición. Si la Selecta es el cuerpo y el alma de esta nación en la cancha, la afición es el corazón que bombea la sangre, la voz que nunca se rinde, la fuerza que eleva el espíritu en los momentos más oscuros. Hemos sido testigos de la transformación, del resurgir de un equipo que, por años, nos había dejado sedientos de alegrías. Pero nuestra fe, a pesar de todo, nunca murió. Esa es la esencia de ser un hincha salvadoreño. Esperanza contra esperanza.
El rol de la afición en esta fase final es más crítico que nunca. No se trata solo de llenar el coloso de la Monserrat, de vestir la camiseta o de encender las redes sociales. Se trata de mantener la paciencia, de sostener la fe cuando el balón no entra, cuando el árbitro se equivoca o cuando el rival parece imbatible. Es entender que un proceso como este está lleno de altibajos, de momentos de euforia y de pruebas de carácter.
Nuestra misión es ser el viento a favor en cada saque de esquina, el murmullo de aliento en cada carrera agotadora, el grito que disipa la frustración. Es crear una atmósfera de apoyo tan inquebrantable que se convierta en el jugador número doce, infundiendo temor al rival y confianza a nuestros futbolistas. Es recordarnos que la bandera que defendemos en la tribuna es la misma que ellos llevan en el pecho.
Esta clasificación a la fase final es la culminación de un trabajo arduo, de la reestructuración, del compromiso de un equipo técnico y jugadores que han creído en el proceso. Pero también es, y sobre todo, el fruto de una afición que nunca abandonó. Una clasificación para grandes sectores inmerecida, con un futbol salvadoreño intervenido en este momento por la FIFA, entrenadores que se llevaron miles de dólares sin dejar ningún legado, ni resultados deportivos, pero lo cierto es que el cambio de cuerpo técnico dio resultado y estamos en la última etapa a solo seis partidos de llegar al mundial.
Ahora, más que nunca, es el momento de demostrar por qué somos considerados una de las aficiones más apasionadas del mundo. Seamos ese motor incondicional, esa fuerza unificadora. Porque el sueño del Mundial no es solo de los once en la cancha, sino de los más de seis millones que gritamos “¡Vamos, Selecta!” con el alma y el corazón en cada partido.
El camino al mundial 2026 nos llama, y la afición salvadoreña está lista para responder, y espero que sea con pasión, pero con alta responsabilidad, educación, respeto por nuestros rivales deportivos. Jugadores, cuerpo técnico, directivos y primera división a trabajar dentro y fuera de la cancha por lograr la mayor cantidad de puntos posibles.