Por David Alfaro
15/09/2024
— La política de Bukele no gusta porque sea visionaria o porque traiga soluciones de fondo. Gusta porque se construye desde el odio y el resentimiento que atraviesan a una sociedad rota. La mayoría de salvadoreños carga con un espíritu marcado por la venganza, la bronca y la frustración acumulada. Es un pueblo golpeado y hecho pedazos, que encuentra en Bukele a alguien que encarna esas mismas emociones. No es que él los eleve: es que los refleja tal cual son en su lado más oscuro –.
La sociedad salvadoreña no surgió de un aire de libertad ni de convivencia democrática: nació y creció bajo el autoritarismo. El poder formal y el poder fáctico (ejército, iglesia, oligarquía) moldearon un pueblo acostumbrado a la obediencia, a la sumisión y a la violencia como forma de relación. En el entorno familiar se repite lo mismo: se somete porque se es sometido, se golpea porque se ha sido golpeado. Así se naturalizó el ciclo de la opresión.
Ese caldo de cultivo generó un rasgo central: nos odiamos entre pobres porque pensamos como ricos. La competencia, la envidia y el resentimiento no apuntan hacia arriba, hacia quienes concentran la riqueza y el poder, sino hacia el vecino, hacia el igual. El resultado es una sociedad atravesada por el rencor y por una idea de justicia vengativa: “el que la hace, la paga y queremos tres Doritos después”.
En ese contexto aparece Bukele, no como un accidente, sino como espejo. Él no inventa el odio, lo canaliza. No crea el resentimiento, lo aprovecha. No concibe la vivianada, la magnifica. Por eso es admirado. Bukele representa lo más bajo y vil de este pueblo: el espíritu vengativo, pendenciero, jodido, hecho pedazos por la historia de violencia. Su estilo autoritario y alagartado conecta porque refleja la propia rabia interior de la mayoría.
Por eso su política gusta. Porque no ofrece un horizonte de justicia ni de dignidad, sino la satisfacción inmediata de ver al otro humillado, castigado o destruido. En Bukele, muchos salvadoreños sienten que alguien por fin pone en práctica lo que ellos mismos desearían hacer: saquear, someter, dominar, vengarse…matar!
La dictadura entonces no se sostiene solo por propaganda o miedo. Se sostiene porque dialoga con la psicología colectiva de un pueblo herido, resentido, envilecido y educado en la obediencia autoritaria. Esa es la tragedia: la mayoría no ve en Bukele una amenaza, sino una representación fiel de su propio espíritu.
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