José M. Tojeira
Se les llegó a considerar los hombres más poderosos del mundo. Uno como presidente de Estados Unidos y el otro como el hombre más rico del mundo. Si el presupuesto de el Salvador se mantuviera constante en 10,000 millones de dólares, la riqueza de Elon Musk calculada en 2024 podría cubrirlo durante casi 50 años. Ambos, Trump y Musk, aparecieron muy unidos durante la campaña presidencial norteamericana del año pasado, así como durante los primeros 130 día de la presidencia de Donald Trump.
El millonario invirtió cientos de millones de dólares en la campaña presidencial y legislativa y el nuevo presidente le dio un enorme poder en el manejo del Estado. Hoy son noticia por el pleito que se traen y su ácida discusión en las redes. Trump le amenaza con suprimir los importantes contratos que el gobierno norteamericano tiene con las empresas de Musk, y éste le amenaza con el conocimiento de los vínculos del hoy presidente con el millonario Epstein, acusado de abuso sexual de un gran número de mujeres, muchas de ellas menores.
Lo que parece un pleito propio de las revistas del corazón, que con tanto morbo narran el paso del amor al odio de parejas famosas, tiene unas connotaciones morales y políticas importantes. Nos muestran en primer lugar la vulnerabilidad del poder cuando éste se basa fundamentalmente en el dinero o en la capacidad de manipulación política. Decía Maquiavelo hace ya quinientos años, que “no existe hombre lo suficientemente habilidoso como para adaptarse a todas las circunstancias”. Y ni uno ni otro de nuestros mencionados sujetos fueron lo suficientemente dúctiles como para llegar a adaptarse mutuamente.
El poder, compuesto mayoritariamente de un conjunto de intereses, es siempre vulnerable porque choca, incluso dentro de sus alianzas con aspectos contradictorios de las mismas, o con otros intereses desplazados de la alianza fundamental. Por eso los que buscan ser amigos simultáneamente de poderes diferentes, económicos y políticos, pueden quedar fácilmente en el bando perdedor.
Además, cuando la soberbia del poder se lanza a manipular la verdad o la justicia, como han hecho en repetidas ocasiones Musk y Trump, la pérdida de autoridad está a la puerta. Y con la pérdida de autoridad comienza siempre a erosionarse y disminuir también el poder. John Rawls, reconocido filósofo norteamericano, decía que “la justicia es la primera virtud de las instituciones sociales, como la verdad lo es del pensamiento… Siendo las primeras virtudes de la actividad humana.
La verdad y la justicia no pueden estar sujetas a transacciones”. Los dos poderosos amigos hoy convertidos en contrincantes, abusaron de la justicia y de la verdad en sus transacciones. Y al final, como todos los tramposos que no tienen las cuentas claras, terminaron en un pleito que no hace sino debilitarlos a ambos. Ambos también estaban rodeados de una especie de culto a sus personas, se pensaban inmunes a cualquier tipo de oposición desde su poder manipulador o económico y no aceptaban nada bueno en sus opositores tradicionales. Les gustaba y les gusta todavía superar el gobierno de leyes y sustituirlo por su voluntad personal.
Hoy su desencuentro los lleva a un dilema sin solución, que sólo les retrotraerá a convertirse, como decía Shakespeare de los autócratas en “un miserable actor que fanfarronea y se agita durante su hora en la escena, y luego no se lo escucha más”. Las lecciones de este cuento para todos los que gustan o apoyan un régimen de gobierno discrecional en lugar del gobierno de leyes es claro. Insultar, amenazar o meter presos a los opositores políticos solo trasparenta el autoritarismo. También desde el poder se puede caer en la autodebilitante posición de exacerbar las contradicciones al querer eliminarlas.