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La lucha para salvar al Lempa, estratégico río centroamericano

Por Carlos Mario Márquez

Olopa/AFP

El acelerado deterioro del río Lempa, un afluente crucial para Guatemala, Honduras y El Salvador, llevó a los pobladores de sus márgenes a unirse para sanear sus aguas contaminadas y recuperar su fauna.

«La situación que se vive es de emergencia», dijo a la AFP Héctor Aguirre, el gerente de la Mancomunidad Trinacional Fronteriza Río Lempa, el principal ente autónomo que gestiona el río.

Durante una inspección en el naciente del afluente en Olopa, en el este de Guatemala, Aguirre explicó que «ante la ausencia de políticas estatales, las alcaldías de 45 municipios de los tres países están unidas para mitigar la contaminación».

Con la cooperación de la Unión Europea y Japón, la mancomunidad estableció tres plantas para procesar la basura de los municipios aledaños a la cuenca del Lempa.

El Lempa es una fuente de vida para las poblaciones por las que pasa: sirve para irrigar los sembradíos, alimenta plantas hidroeléctricas y abastece de agua de consumo a gran parte de El Salvador, donde está la mayor parte de su extensión.

Nace en las montañas del municipio guatemalteco de Olopa a 1.500 metros de altitud, y sus 422 kilómetros recorren territorio de Guatemala (31,4 km), Honduras (31,4 km) y El Salvador (360,3 km), donde desemboca en el Pacífico.

Pero a lo largo de todo su recorrido, el río recibe aguas negras, desechos de vertederos de basura a cielo abierto, los tóxicos residuos del procesamiento de café y químicos usados en la agricultura sin que ningún gobierno tome cartas en el asunto.

Ante el llamamiento de la mancomunidad, Yovany Guevara, de 49 años, estableció un beneficio ecológico para procesar el café y elaborar de su pulpa abono orgánico a orillas de La Quebradona, donde está el nacimiento principal del río Lempa, en Guatemala.

Rodeado de varas de bambú, este hombre alto y moreno lamenta que aguas abajo otros beneficios descarguen en el río las mieles descartadas del café, que asfixian a los peces. En su teléfono móvil muestra imágenes que registró una semana antes de peces que saltaban a la orilla del río por la falta de oxígeno.

Para evitar que la erosión de una ladera bloqueara el caudal del río, Guevara levantó un gigantesco muro de más de 13.000 neumáticos llenos de tierra donde cultivó maíz y frijoles y piensa sembrar girasoles.

Un kilómetro más abajo, el propietario de otro beneficio, Juan Carlos Cardona, dice que para disminuir la contaminación redujo la cantidad de café que procesa de 5.000 a 500 quintales por día.

«De siete años para acá hemos ido bajando la capacidad de recibir café maduro por el motivo de la contaminación (…) Hoy estamos recibiendo 400, 500 quintales por no contaminar tanto el río», explica el dueño del beneficio Agua Tibia.

Cardona construyó un sistema de canales que lleva los desechos a una fosa, pero su esfuerzo resultó limitado porque una pequeña corriente lleva los contaminantes al río Olopita, uno de los dos afluentes del Lempa.

Río enfermo

En su recorrido, el río Lempa surca el oeste del territorio hondureño, donde la población utiliza sus aguas para irrigar extensas plantaciones de hortalizas, maíz, sandía y cebolla.

«No podemos pescar ni bañarnos», lamenta Edwin Padilla, un agricultor de 28 años. «El agua que llevamos de aquí a las plantaciones de cebolla produce hongos y nos eleva los costos en la compra de productos químicos».

El año pasado, Padilla y otros pobladores debieron sacar ellos mismos una gran cantidad de peces muertos del río para evitar una epidemia.

Pero otros pobladores cooperan con la contaminación: en la ciudad hondureña de Ocotepeque lanzan animales muertos y aguas negras a una quebrada que desemboca en el Lempa. Y cerca de allí, en el poblado salvadoreño de Citalá, muchos vecinos utilizan las aguas para oficios domésticos.

«Aquí vienen todas las suciedades de Honduras, pero la gente viene al río a lavar, a pescar y a bañarse», comenta resignada Mercedes Guevara, una vendedora de tamales de maíz de 26 años.

El Lempa resulta estratégico para El Salvador, que tiene cuatro centrales hidroeléctricas que producen 38% de la demanda energética del país, y abastece de agua a 800.000 habitantes de 10 municipios metropolitanos.

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