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La llaga desnuda (11)

 

Erick Tomasino

ADVERTENCIA

1. Esto no es una autobiografía.

2. El lenguaje utilizado en este texto, find es de exclusiva responsabilidad de sus personajes.

3. Es probable que este libro, no sea el mejor que lea en su vida.

 

Preludio de una suerte

La soledad me estaba enloqueciendo, así que busqué en el directorio y encontré el número de una vieja amiga con quien podría al menos desahogarme. Necesitaba hablar con alguien o al menos comprobar que yo no era sólo producto de mi imaginación. Que había más personas en el mundo. Conseguí llamarle y quedamos de vernos esa tarde.

La estuve esperando por casi dos horas con una ansiedad que no se me quitaba ni con la lectura de corrido del Satiricón, una manera de reclamar mi imaginación por tantas veces frustrada y reinventada a la luz de su imagen.

Así que al sonar el timbre de la casa, una emoción incontrolable se me saltaba del pecho y un poco más allá. Mabel siempre tenía la costumbre de llegar en el justo momento que comenzaba a resignarme de su ausencia, así que como si nada entró dibujado en su rostro una sonrisa de espontánea inocencia. Dimos el saludo convencional como siempre y entró observando cada detalle de la casa.

Te sirvo algo de tomar – pregunté-.

Algo fuerte – dijo ella- mientras me atravesaba con su mirada refulgente.

Le serví lo único que tenía para beber además del agua del grifo: un vodka con hielo y serví uno doble para mí. Algo me descontrolaba y creo que era la emoción de verla en mi casa, con el agravante de que estábamos completamente solos.

Qué bueno verte. Hace mucho que no hablábamos. Así que mientras bebíamos nuestro trago, la conversación nos ponía al corriente de lo sucedido con nosotros en estos tantos años de ausencia.

Me gusta que sigás escribiendo –continuó- mientras rozaba una de sus piernas con un pedazo de hielo. Es bueno que estés haciendo lo que te gusta. Y llevó el trozo de hielo directo a sus labios para remojarlos un poco mientras su mirada provocaba cierta lascivia en mí.

Hace calor. Si. Parece que ahora hasta el diablo ha salido a comprar paletas. Tenés un extraño sentido del humor. O quizá simplemente no lo tengo. Mejor si me mostrás lo que has escrito, me lo prometiste y sabes que he venido por ello. Sí, pero sabes que, lo tengo arriba en mi habitación así que tendremos que subir, le sugerí. Está bien pero al menos servime otro trago y ponle un poco más de hielo. Que con este calor…

Mientras ella subía al cuarto me dirigí a la cocina, serví dos tragos con suficiente hielo; la cosa se estaba poniendo más calurosa de lo que se sentía en general en el ambiente. Debo admitir que Mabel siempre ha tenido algo que provocaba que mi imaginación me lleve a lugares adornados con excesivo morbo.

Subí con las dos bebidas balanceando en mis manos, la puerta de mi habitación estaba abierta y cuando me acerqué Mabel estaba con mi diario personal en sus manos. No creo que aun escribás un diario, me dijo mientras se reía y me miraba. Aquí está tu trago dije intentando evadir la conversación. Lo tomó y continuó con la lectura, muy atenta a cada una de las palabras que estaban ahí plasmadas.

Se dirigió a la cama y colocó el vaso en la mesa de noche, cruzó sus piernas. Con una mano sujetaba al pequeño cuaderno y con la otra comenzó a recogerse el cabello. Tenía una magia en cada movimiento que convertía cada pedazo de mí en un manojo de nervios. Intempestivamente dejó la lectura y me miró como buscando un cómplice de algo. Inconscientemente mordió sus labios y yo me enmudecí como si las palabras pensaran que hacían estorbo.

Cuando las recuperé pregunté ¿Qué pasa? Sabés que estaba pensando en este momento, me confesó; espero que esta vez no desaprovechemos la ocasión. Como para qué –dudé- y comencé a descifrar cada uno de sus movimientos, así que como quien está presente en una cacería me dirigí lentamente hacia donde ella, me senté en la cama justo a su lado mientras sutilmente se recostaba sobre el colchón manteniendo esa pequeña sonrisa.

La verdad nunca he sido un tipo avezado en las artes amatorias por lo que me llevó algunos segundos entender de qué se trataba. Sin embargo reaccioné: No desaprovecharemos la oportunidad de nuevo, le susurré al oído para luego buscar sus labios, mientras los latidos se aceleraban preparándose para lo que venía.

Ya con el calor sentía el sudor recorrer la piel, poco a poco la ropa se fue deshaciendo entre nuestros abrazos que subían el tono en cada coordenada. Y ¡vaya que comencé a contemplar su cuerpo! ahí mi mirada se dirigió a sus pezones que para esa hora marchaban erguidos hacia mis labios y no sé cómo abordaba su piel; los suspiros hacían eco de la habitación y ya mi cabeza era presa de su voraz concupiscencia.

Tengo que confesarte algo, dijo de manera inoportuna. Soy una mujer comprometida pero no podía desaprovechar este momento antes de mi matrimonio, verbalizó como si de una terrible confesión se tratara. Oye, yo precisamente no soy un gigoló pero a estas alturas eso no importa, que tal si terminamos con esto y vamos por una botella para que me lo contés.

La tarde se iba desprendiendo de su esencia cotidiana y nuestros cuerpos yacían en aquel viejo colchón que ya extrañaba el humor carnal de dos amantes. Su cabello cubría parte de mi rostro y aquel aroma de adolescentes era evocado por un par que en ese momento se desconocían a sí mismos. Mabel dejó caer una lágrima y el juego comenzó a dibujarse.

Aquella tarde, Mabel y yo comenzamos una historia llena de imaginación y mutua complicidad…

Minutos después

Estábamos retozando un poco y casi me quedaba dormido, cuando a Mabel se le ocurrió conversar sobre el amor. Maldito momento para hablar de ello, acabás de echar tu mejor polvo en los últimos dos años y lo que menos querés es hablar, sólo reposar un poco y disfrutarlo.

Estás a punto de casarte y yo sólo quiero que nos mantengamos como amantes -le dije un poco molesto.

¿Desde cuándo te has hecho tan frio? -me reclamó-.

Desde aquella inolvidable tarde en que me dijiste que yo era una mierda y que jamás te enamorarías de mí.

Mabel intentó reír, realmente nunca se sabía cuando yo bromeaba o decía algo en serio. La verdad no sé si alguna vez he dicho algo en serio. Pero todo esto es una explicación que no venía al caso, esta rutina de desvelarme mucho últimamente me obligaba a dormir un poco. Mabel cerró los ojos, expulsó un suspiro como de resignación y dio la vuelta mostrándome su menuda espalda.

Estaba por abrazarla y conciliar mi sueño, cuando dio un repentino salto que casi me mata del susto. No entendía que ocurría.

“Sabés qué –dijo- creo que tu problema es que te sentís solo; estás todo el tiempo preocupado por encontrar a alguien con quien pasar el resto de tu vida, sentís que la estás echando a perder, estás desperdiciando los mejores años de tu vida obsesionado por tener sexo, tanto que te olvidaste de lo maravilloso que puede ser el amor”.

Oye, aunque no lo creás soy un tipo bastante sensible, sufro continuamente y me siento solo, sé que es irónico sentirse solo en una ciudad cuya densidad de población es de 1,768 habitantes por kilómetro cuadrado, pero suele sucederme. Sabés, me trauma saber que cada segundo hay parejas teniendo sexo mientras yo no paso de ir al baño, embriagarme y dormir. Por ejemplo, cuando voy por la calle me gusta pasar por los moteles y ver todas esas puertas cerradas en señal de que hay alguna pareja ocupando las habitaciones. Así me imagino que no todo anda mal por esta ciudad. Por cierto ¿querés ir a un motel conmigo ahora? Ni siquiera tenés carro. Ni siquiera sé si querés ir conmigo; es que sabés, tengo una adicción con los moteles, nada más he ido una vez pero quedé adicto, se pueden hacer muchas cosas ahí dentro.

Mabel volvió a darme la espalda y fue ella quien logró dormir. Yo me quedé recreando mis fantasías por un rato, hasta que me dieron ganas de ir al baño. Esos eran momentos en que te acordás que la vida a veces suele manifestarse en sus múltiples miserias.

Ser más creativo

Al poco tiempo Mabel se había casado. El nuevo matrimonio decidió hacer su luna de miel en la vieja Europa. Yo le envié un par de e-mails, preguntando si aún me deseaba como su amante. Nunca recibí respuesta, sólo una inocente fotografía donde ella aparecía junto a su esposo. Paris debía tener algo bueno. Los ojos de Mabel reflejaban felicidad.

Tenía algunos problemas con mi computador, así que después de estar aburrido sin hacer prácticamente nada, por fin me decidí que tenía que hacer algo por repararla. La tomé, la puse en una bolsa y me la llevé al primer lugar que encontré.

Me topé con un lugar que tenía repuestos, pero luego cuando el encargado me dijo la mierda que me costaría la reparación, decidí que no era el momento adecuado; igual aproveché para utilizar una de las computadoras del ciber café para ver qué noticias nuevas había. En general no había mucho por lo que sentirse bien. La guerra en algún país árabe ocupaba casi todas las portadas y cuando buscaba correos de mis amistades, era casi nulo. ¡Mierda! -me dije- algo no anda bien.

Luego había un par de correos en los cuales se me recomendaba o más bien se me ordenaba tomar un boleto para irme por debajo de la mierda, por ser como soy y por no dar la importancia debida a las cosas. Leí con morbosa atención mientras rascaba mi barba y limpiaba con la mano el sudor que me recorría por la frente.

Y yo, que todavía ayer pensaba en decirle que se viniera a vivir conmigo, o quizá aun lo pienso, no lo sé. Pero mi simplicidad al parecer le es incómoda y poco atractiva. O quizá yo me haya hecho alguna ilusión tan grande con la cual no puedo cargar.

Luego repentinamente me llegó el mensaje de una chica quien me invitaba a tomar un café. Vaya no todo estaba tan mal después de todo. Así que inmediatamente coordiné para vernos y en menos de quince minutos ya estaba en el lugar acordado. Llegué al sitio y ella se encontraba ahí sentada leyendo un libro. Es de éstas que quiere aparentar ser lista, me dije. Me acerqué, sonrió, dimos los saludos convencionales, me invitó a sentarme y ahí pedimos. Hacía un calor insoportable así que en lugar de café me pedí un refresco. Ella pidió un helado y se desarrolló una conversación de lo más normal, hasta que sorpresivamente me dijo que quería irse a vivir conmigo unos días. Noté que traía consigo una maleta. Trató de convencerme diciendo que era muy buena para el sexo y que necesitaba saber quién era yo en la vida cotidiana. Otra vez me sentía material de estudio. Pero como soy un tipo bastante bondadoso, acepté que se viniera conmigo, sobre todo porque a esa hora le estaba metiendo mi mano debajo de la falda y ella tenía la suya entre mis piernas. Vamos, le dije.

Luego de un rato de estar ahí en la entrada tomé su maleta y le invité a pasar, puse la maleta en el piso, cerré la puerta. Ella dio un pequeño vistazo a las cosas, entonces se paró en medio de la sala dio la media vuelta y para eso yo estaba justo a unos cuantos centímetros de ella, la tomé de la cintura, la atraje hacia mí, y volvimos a fundirnos en un beso; la respiración comenzó a sentirse más fuerte y más profunda, yo quería más intensidad pero de repente sentí un pequeño empujón, no violento sino sutil, nos separamos y me dice:

Oye, pero tenemos que hablar.

¿Ahora mismo?

Claro que ahora mismo.

No puede ser despuesito.

No, oye, hace mucho que quiero hablar con vos. Quiero saber de tu vida, de lo que has hecho.

Bueno, sí, pero para eso hay tiempo.

Pero es que ni siquiera sabés porque vine ni por cuánto tiempo.

No dije absolutamente nada, la tomé de nuevo, la abracé, esto es lo único que puedo decir ahorita.

Ver también

«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.