La ilusión

Bitácora

Por Mauricio Vallejo Márquez

Huía de casa. No quería estar entre esas paredes que me resultaban densas y agobiantes. El aburrimiento me impulsaba a buscar otros ambientes. Total, mi mamá pasaba trabajando y la soledad era lo que llenaba el lugar. Salí.

Afuera conversaba con los vigilantes y los albañiles que aún daban toques finales a las casas de la colonia. Fui afortunado, porque la mayoría que conocí eran buenos sujetos, de esos que contaban historias y de alguna manera me preparaban para la vida. Hablaban de sus romances, de su niñez y de sus sueños. Pero, así también conocí a ladrones y personas que tenían otras formas de vivir en los alrededores; aquello me salvo de asaltos y otros problemas conforme fui creciendo. Aprendí un poco de la conducta humana y lo acuerpaba con las clases de mi mamá cuando la escucha disertar de la conducta humana mientras la acompañé a la Universidad de El Salvador cuando daba clases.

Las calles eran mi patio de juego y en buena parte mi escuela de vida, así como los muros que estaban tras el patio de mi casa, muros en los que equilibré mientras aquellas edificaciones no habían sido entregadas a sus dueños. A veces me aventuraba a aterrizar en aquellos patios entre tierra, ripio y mala hierba, y me resultaba una peripecia salir de ahí a brincos para retornar al muro y volver a equilibrar. Quizá todo eso me entrenó para sortear algunos retos, más ese espíritu aventurero que me persigue y me lleva de la mano. Anduve en los techos y los muros como si fuera un gato, mantuve el equilibrio y hasta corría sin reparar en el riesgo que conllevaba una caída desde esas alturas. Lo más interesante era que le temo a las alturas, pero como me da por enfrentar mis miedos ahí iba. Temerario adolescente, convencido que uno es inmortal.

Después la vida me alejó de aquellas aficiones y me volví más hogareño. Algo que me pudo beneficiar el hábito de la lectura, pero no. En estos días leo menos y me he vuelto prisionero de esta cultura de la imagen. Al final uno va vegetando por la vida a veces sin remedio, por el solo hecho de seguir existiendo, la única diferencia es que estamos conscientes de ello. El mundo sigue su marcha y uno ya no es un adolescente, las cosas cambian y uno también. Al punto que en ocasiones hasta podemos dudar si nosotros somos los mismos de aquel entonces, si seguimos siendo lo que ese recuerdo nos muestra o somos una ilusión, un frenesí, un sueño como dice Calderón de la Barca.

Mientras la vida sigue su curso. Los años siguen llegando y las historias van construyendo nuevos nudos que no siempre logramos ver sus desenlaces, justamente como si la vida fuera una ilusión. Entonces, al final de cuentas la realidad es solo una percepción en el breve instante que vivimos.

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«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.