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Alberto Romero de Urbiztondo
Twitter: @aromero0568
Hace mas de 200 años diversas revoluciones sociales culminaron en la construcción del modelo de Estado Republicano con el que estamos organizados la mayoría de países en Europa y América. La Revolución Francesa de 1789 y la Constitución Federal de los Estados Unidos de América de 1787 sintetizan este cambio profundo. Puso fin a las monarquías absolutistas y coloniales y a la alianza entre el Trono y el Altar: ya no se reconoció que los reyes fueran soberanos “por la gracia de Dios” que legitimaba su poder, convirtiéndose el pueblo en el soberano que legalizaba a los gobernantes. Se dio la separación entre Iglesia y Estado y la conformación de los tres poderes del Estado: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Pasamos de ser súbditos que podíamos solicitar una gracia del soberano que nos concedería si queria, a convertirnos en ciudadanos y ciudadanas con derechos. Fue el origen del reconocimiento de los Derechos Humanos individuales. Este es el origen y las bases de los sistemas democráticos republicanos en los que vivimos y que empezamos a ver amenazados.
Los Estados democráticos se han desarrollado con contradicciones y errores, pero han sentado las bases de sociedades en las que nos reconocemos como ciudadanía con derechos y capacidad para elegir y pedir cuentas a nuestro gobernantes. Sin embargo, como reacción a los problemas en el modelo democrático, han surgido liderazgos que critican la política y los partidos, dicen no tener ideología, niegan la división de poderes, critican los derechos humanos y los organismos internacionales creados para la búsqueda de consensos. Promueven liderazgos personales, fomentando el culto a la personalidad mesiánica del líder gobernante. Ante el hartazgo generado por los partidos tradicionales, amplios sectores de la sociedad asumen una posición dócil y pasiva, renunciando a su capacidad de opinión, de critica y de ejercicio de ciudadanía. La actual gestión de la pandemia COVID 19, al requerir una fuerte intervención del Estado, esta generando el riesgo de que el autoritarismo, la concentración de poder en el Ejecutivo y el no reconocimiento de derechos, nos vaya haciendo perder nuestro carácter ciudadano para convertirnos en súbditos de gobernantes populistas.
