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La formación de las percepciones ciudadanas

Luis Armando González

Un asunto digno examinar –y al cual no se le suele prestar la debida atención— tiene que ver con los factores involucrados, directa e indirectamente, en las formación de las percepciones (creencias, valoraciones y opiniones) de los ciudadanos.

Al respecto, hay muchas opiniones preconcebidas y poco críticas, alentadas por empresas mediáticas cuyo trabajo consiste, precisamente, en moldear las percepciones ciudadanas con el objeto de lograr determinados fines.

Una opinión inmediata –y quizás superficial— sostiene que esas percepciones están determinadas por la realidad en la que viven las personas, de tal suerte que la visión que se recoge en una encuesta vendría a ser una especie de reflejo de la situación real en la que vive la gente. Así, según esta opinión, las percepciones de la gente son una especie de descripción “fiel” del entorno que les rodea. Más aún, en esas percepciones también estarían presentes las “causas” que explicarían los diferentes problemas que afectan a la población.

No habría distorsión alguna ni en las percepciones en sí mismas  ni en la narración que las personas elaboran a partir de ellas.

Sin que se niegue que la realidad efectiva influya en las percepciones ciudadanas, no está claro que estas últimas sean un reflejo fiel de aquélla.

Como saben los expertos en ciencias sociales, las percepciones de la gente, más que la realidad efectiva, lo que reflejan es la subjetividad de las personas.

Asimismo, desde hace tiempo se sabe que el papel del lenguaje humano no se reduce a “describir fielmente” la realidad, sino que la (re) elabora en el plano simbólico, sirviendo a su vez para “verla” de una cierta manera.

Y, cuando se trata de percepciones recabadas y sistematizadas a partir de una encuesta de opinión, también se hacen presentes los motivos, intereses y subjetividades de quienes realizan el sondeo. Sobre esto no se suele hablar, pues se da por supuesta un “objetividad” y una “neutralidad” que las ciencias sociales hace mucho tiempo han puesto en tela de juicio.

Determinadas preguntas sugieren (marcan la pauta e inducen) determinadas respuestas, o, lo que es lo mismo, con las preguntas que se hacen en un sondeo de opinión se ofrece un marco de posibilidades de respuesta, lo cual es inevitable, dado el artificio analítico propio de las investigaciones sociales en materia de opinión pública.

Las preguntas presuponen una respuesta: la repuesta buscada a partir de las hipótesis de investigación (cuando se trata de investigaciones rigurosas) o las respuestas inducidas por quienes hacen encuestas amañadas.   

Otra cosa que se sabe bien en las ciencias sociales es que las percepciones son una elaboración simbólica, que se construye a partir de diversas fuentes, entre las cuales, además de la propia vida en los contextos en que la misma se realiza –y el significado que cada cual le otorga a esos contextos—, son sumamente relevantes las instancias culturales, las instancias educativas y, hoy por hoy, las instancias mediáticas en toda su diversidad (gráfica, textual y virtual).

Es decir, las percepciones no sólo se nutren de la vida efectiva de las personas, sino también de los recursos simbólicos que ellas interiorizan a lo largo de aquélla.

Aceptar lo contrario, supondría asumir que la gente se enfrenta a la realidad directamente, sin mediaciones simbólicas (sin lenguaje) y sin supuestos subjetivos previos.   

¿Por qué las personas tienen las percepciones que tienen? Esta pregunta sólo puede responderse afirmando lo siguiente: por las influencias culturales y simbólicas a las que se ven expuestos (y que han interiorizado a lo largo de su vida), además de por las condiciones reales en las que se desenvuelven.

De hecho, estas condiciones reales de vida están teñidas (muchas veces opacadas y distorsionadas), por aquél simbolismo que es el que alimenta los valores, las creencias, las actitudes y los hábitos de la gente.

Así, cuando se indagan las percepciones de un grupo social determinado lo que se está examinando no es la dinámica real (económica, política, cultural, ambiental) de una sociedad, sino cómo las personas viven subjetivamente esos dinamismos y cómo se comportan (o se pueden comportar) en consecuencia. Este es el sentido profundo de investigaciones de esa naturaleza.

No lo es asumir las percepciones de la gente como “verdades” acerca de la realidad. Es interesante y obligado hacer el cruce entre los dinamismos de la realidad –que requieren instrumentos de investigación distintos de los sondeos de percepción— y las percepciones ciudadanas.

Las  percepciones de la gente son, pues, un claroscuro; una imagen de su realidad efectiva, pero no una copia, sino una elaboración simbólica, que puede alejarse o acercarse más a la realidad, según sea la calidad de las fuentes que la nutren.

Esta visión y ese compromiso investigativo estuvieron presentes en los esfuerzos de quienes hace dos o tres décadas querían no sólo conocer la realidad nacional, sino incidir en las percepciones de las personas para alentar otros comportamientos. El supuesto era que esas percepciones estaban distorsionadas y que las investigaciones (académicas) de opinión pública ayudarían a conocer mejor el grado de distorsión (ideológica) vigente.

A nadie se le ocurría entonces que en esas percepciones se encontraría una descripción fiel de la realidad.

Este último supuesto sigue siendo válido en el presente; sin embargo, es algo que ha sido abandonado, junto con el espíritu crítico de la investigación social y del estudio de las ideologías que estuvo en el origen de los estudios de opinión pública en el país.

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