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In memoriam

Carlos Mauricio Hernández
Doctor en Ciencias Sociales y Humanísticas

René Hernández Mendoza (1982-2019) es la expresión de quienes por distintas razones migran de El Salvador hacia Estados Unidos y hacen vida –sin pregonarlo en redes sociales u otros medios– dos discursos que se proclaman desde espacios de poder (más con fines publicitarios que con base en su práctica). Nació en un pueblo salvadoreño marcado por la pobreza (San Juan Talpa) y en un país que pasaba el período de mayor violencia debido a la guerra civil. Fue criado por su madre soltera –su padre de manera ilegal se trasladó hacia el país del norte– en situaciones adversas. A los 17 años, su padre que se había establecido en Los Ángeles, se lo llevó por la vía legal hacia esta ciudad de California. Allá le tocó rehacer su vida: pasó de ser un muchacho de un pueblito centroamericano a residente del país que durante el siglo XX se convirtió en el más poderoso del mundo.
Allá es donde se proclama que es necesario “hacer grande a América”. Utilizado para hacer referencia al desarrollo pionero en el mundo que aspira mantener Estados Unidos, que en teoría se basa en colocar las mejores energías físicas e intelectuales en el trabajo duro pero honesto y disciplinado. Aunque en la práctica este discurso sirve para ocultar condiciones laborales de explotación y salarios injustos, René –quien con el paso de los años obtuvo la ciudadanía de aquél país– puso sus mejores años en trabajar con ahínco en distintas empresas estadounidenses. Por ello, fue justo que se enterrara su cuerpo el día de su cumpleaños (28 de mayo) en una zona de uno de los cementerios ubicado en Los Ángeles, dedicada a figuras que dieron lo mejor de su vida por este ideal.
El otro gran discurso que se proclama mucho en El Salvador, más en épocas de campañas electorales, trata sobre promesas para transformar el país, sacarlo de la pobreza y generar condiciones dignas de vida para la población en general. René nunca buscó cargos de elección popular ni llegó a tenerlos, pero sí hizo una transformación específica en la familia de origen: sus dos hermanos y su madre. Para lograrlo, utilizó una fórmula que es fácil de identificar: la solidaridad. Lejos de marearse con los lujos y del mandato de esta civilización que idolatra la acumulación de dinero como criterio de éxito personal, con el pago que obtenía de su trabajo, fue construyendo un proyecto de vida en el que su bienestar nunca estuvo en contradicción con la búsqueda del bienestar de otras personas.
Así se ejemplifica en la familia que formó en Estados Unidos junto con su esposa Alejandra, su hijo Héctor y su hija Isabel. Mientras que en El Salvador, construyó una casa para su madre y hermanos junto a una constante ayuda económica desde los primeros meses en que se marchó. Así propició las condiciones que en buena medida hicieron posible que sus hermanos salvadoreños terminaran sus estudios universitarios, y se abrieran un campo laboral que les ha permitido salir de la pobreza en la que se encontraban a finales de la década de los noventa.
Uno de esos hermanos salvadoreños de René es quien escribe. Tuve la oportunidad de ir a su funeral, gracias a la gestión ante la embajada de Estados Unidos en El Salvador por parte de la congresista Norma Torres, representante del Distrito 35 de California. Constaté cómo mi hermano había creado toda una red de amistad con personas migrantes de Centroamérica y México en situaciones similares a la suya, y cómo en sus 21 años de vida allá había ampliado su red de apoyo familiar con su suegro, suegra, cuñados y hermanas por parte de papá que viven en Estados Unidos. En medio del dolor, me generó admiración al ver tantas personas afectadas con su muerte que nos buscaron para darnos su consuelo.
Personalmente, considero que la muerte le llegó demasiado temprano -a sus 38 años- por culpa de uno de los padecimientos de salud más graves en Norteamérica (uno de cada tres adultos tiene hipertensión) debido al ritmo y el estilo de vida que se promueve en esa sociedad.
No obstante, René tuvo la satisfacción de alcanzar metas extraordinarias personales y sociales que hacen de su vida un símbolo de lucha por otro mundo mejor y por una civilización centrada en la solidaridad y no como en esta civilización actual (basada en la acumulación extrema) que acarrea tantos males.
René, tu memoria –tal como lo expresa el afiche conmemorativo del trigésimo aniversario de los mártires de la UCA– ya es parte de esa comunidad de quienes con su vida llenan de luz la historia.

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