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HORROR VACUI Arte salvadoreño de posguerra

Armando Molina

Escritor

El conflicto armado ocurrido en El Salvador entre 1980 y 1992 fue una hecatombe que trastocó profundamente los procesos culturales y artísticos que venían desarrollándose consistentemente desde mediados del siglo XX. La plástica salvadoreña, store deliberadamente influenciada entonces por las luchas sociales intestinas, physician fue decantándose por un marcado realismo social y por temáticas sociales urbanas y rurales de corte reivindicativo, prostate teniendo como resultado un momento de cisma estético que ya desde sus inicios anuncia un decadentismo: se hace énfasis en lo vernáculo y lo pintoresco, se reniega del formalismo y se plantea el problema estético dentro del “espíritu nacional” de la guerra civil. Todo ello manifestado en murales precarios, panfletarios, el auge del grafiti político, y en obras de corte naif y realismo primitivo que en la actualidad han quedado relegadas al olvido y que en su momento más álgido se supuso conducirían a una nueva época en la plástica nacional, de alto contenido humanista.

Esta decadencia estética también anuncia para bien o para mal, que las fuerzas del mercado terminan por imponerse a la candidez y militancia idealista de los artistas de esa época grave y oscura. La migración de los artistas salvadoreños durante esa década fue masiva, y pronto la escena local quedó decimada en su creatividad y atrofiada estéticamente ante la falta de análisis y discusión pública del discurso cultural. No obstante, el vacío fue rápidamente llenado por una nueva generación de artistas plásticos, que se unió a aquellos que permanecieron en el país durante el conflicto.

Una silenciosa evolución cultural comienza a desarrollarse a partir de la firma de los acuerdos de paz en 1992. La nueva década da paso a nuevos aires en la plástica salvadoreña y en el panorama de la cultura en general, para retomar la ruta perdida en la década anterior. Señales de cambio se notan en el ámbito cultural, y nuevas tendencias y visiones artísticas llegan para quedarse y dar paso a toda una nueva gama de disciplinas y artistas emergentes. El impacto cultural de la diáspora se hace sentir pocos años después de finalizada la guerra y firmada la paz.

En ese contexto histórico de trasfondo y en conmemoración del 24vo aniversario de firmados los acuerdos de paz, se presenta actualmente en la Sala Nacional de Exposiciones Salarrué hasta el 28 de febrero, la exhibición “Horror Vacui: Arte de la posguerra”, que incluye la obra y visión de siete artistas plásticos nacionales. Antonio Bonilla, Dagoberto Nolasco, Romeo Galdámez, Oscar Soles, Luis Lazo Chaparro, Negra Álvarez y Mauricio Mejía son los artistas, todos ellos poseedores de ilustres trayectorias, cuya visión y lenguaje artístico personal sintetizan en la amplia muestra parte del quehacer y la creatividad plástica salvadoreña ocurrida desde aquella importante fecha hasta el presente.

Dividida la exhibición por la curadora Mayra Barraza en cuatro eclécticos apartados —DE SANGRE Y ZOZOBRA, IDENTIDADES HÍBRIDAS, AMPARO RELIGIOSO y NUEVOS HORIZONTES—, este interesante seccionamiento facilita abarcar y dilucidar conceptualmente la muestra en su totalidad al explicar los criterios curatoriales, su leitmotiv y las ideas conductoras del lenguaje visual o meditación conceptual del autor. Así, los temas más relevantes y urgentes de este tiempo de posguerra son planteados, aludidos y articulados en su versión pictórica, sea esta conceptual o figurativa. La violencia de la posguerra, los resentimientos y traumas no superados de la conquista y la colonia, temas de identidad y migración, los efectos nefastos del consumismo desenfrenado y la fuerte y arraigada influencia del cristianismo en nuestra sociedad; para cerrar el círculo curatorial con una pregunta urgente acerca del futuro del arte salvadoreño, sus temas y sus hacedores. Se percibe en la muestra un dejo esperanzador subyacente, en su atisbo de respuesta a todos estos problemas existenciales.

En relación a las obras presentadas en esta trascendental y significativa muestra, tres elementos formales son evidentes en su recorrido: las combinaciones entre el dominio técnico, la agudeza visual y la intencionalidad conceptual de los autores. Destacan por sobre todo, el dibujo y la figuración, y esto es indicativo de la plástica salvadoreña, en la que casi siempre han dominado la escena los pintores figurativos y en la que el dibujo es una tradición formal de vieja data, práctica que de manera absurda parece haber perdido relevancia entre las nuevas generaciones de artistas salvadoreños.

De cada uno de los artistas incluidos destacan el dominio técnico, la fina factura de las obras, y el registro conceptual y la representación fiel de su mundo y visión estética propia. Ya sea el dibujo intrincado, misterioso y exquisito de Dagoberto Nolasco, o la figuración «feísta» de Antonio Bonilla y sus metáforas ilustradas de la vida nacional que ya son clásicos en nuestro medio; el manierismo moderno de Luis Lazo Chaparro y sus pinturas alegóricas de tintes barrocos; la subjetiva y espontánea abstracción expresionista de Oscar Soles, o las piezas de Negra Álvarez que encuentran belleza en materiales y objetos no tradicionales, que meditan temas universales olvidados por la sociedad como la niñez, la flora salvadoreña y la maternidad; el realismo mágico de Mauricio Mejía que ilustra amorosamente la condición humana cotidiana del pueblo salvadoreño; y los interesantes collages de Romeo Galdámez, cuya visión artística incorpora signos y elementos de la memoria colectiva popular salvadoreña, forjados en hermosos trípticos y miniaturas conceptuales en las que reconocemos nuestras señas de identidad y la nostalgia del terruño.

La importancia de esta muestra radica en sintetizar la actividad creativa actual y demostrar a la sociedad la vigencia y categoría de la plástica salvadoreña, a pesar y en contra de las vicisitudes y obstáculos que sus hacedores han enfrentado desde sus trincheras creativas durante estos años de posguerra. Estas obras son actos de fe que nos demuestran que la creatividad plástica salvadoreña está en buenas condiciones, y que se apresta a afrontar los retos artísticos que vienen al incorporarnos nuevamente a los procesos del mundo del arte contemporáneo.

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