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Historias que unen

Francisco Javier Bautista Lara

En el cementerio de Diriomo, Granada, a treinta metros de la entrada principal, a mano derecha, hay una tumba rectangular, oscurecida y desgastada por el abandono, son cuatro lápidas sobrepuestas, con un par de argollas metálicas cada una, tuvo en las esquinas cuatro jarrones, -queda uno-, y al fondo, se erige todavía una cruz, allí fue enterrado en septiembre de 1907 (hace 110 años; dos meses antes del retorno apoteósico de Darío a Nicaragua), el vigésimo octavo Presidente constitucional de Honduras (1899–1903), quien cerró el siglo XIX e inauguró el XX, el Gral. Terencio Sierra Romero (Comayagua, 1839–Diriomo, 1907), liberal, casado con la nicaragüense Carmen Alemán Saravia, primera dama en el vecino país, de quien Froylán Turcios, subsecretario de Gobernación, dijo que tenía belleza y, a pesar de ser analfabeta, era hábil y de gran inteligencia natural, la gente y los funcionarios la buscaban para pedirle consejos o favores. Un día, al entrar algunos políticos al salón, encontraron al Presidente inclinado en el ruedo del vestido de la esposa, quizás reparando una costura, quedaron sorprendidos por la actitud del hombre fuerte e implacable. Hubo, en la relación de ambos, incluso al dejar la presidencia y después de la muerte, una historia de fidelidad y amor.

Sierra falleció el 25 de septiembre de 1907 en la hacienda ganadera La Rayuela, un km al Oeste del parque central, propiedad en ese entonces, de la familia de la esposa y donde se refugió al concluir su férrea administración en la que, según dicen, “ni una hoja se movía sin su consentimiento”. El gobierno liberal de Zelaya en Nicaragua, país en el que estuvo antes, apoyó que ocupara la silla presidencial, y le acogió al concluir. Consideró a Nicaragua, su segunda patria. En el año 1900 Rubén Darío, ante sus frecuentes y apremiantes apuros económicos, escribió a Turcios una carta que decía: “Me conformaría con recibir al fin de cada mes, por algún servicio de pluma a favor de ese gobierno, la mísera suma de ciento cincuenta pesos nacionales. Hoy que la primera dama hondureña es una de mis compatriotas, quizás sea más fácil obtener lo que deseo”. El político e intelectual hondureños, amigo epistolar de Darío a quien encontró seis años después, conociendo el poco interés del gobernante sobre estos asuntos y que por su actitud tacaña no daría respuesta positiva, no gestionó la solicitud del nicaragüense. El mayor poeta modernista hondureño Juan Ramón Molina (Comayagua, 1875–San Salvador 1908), -según Asturias: “poeta gemelo de Rubén”-, a quien Darío cedió el honor de saludar con un poema a los colegas de Brasil en la III Conferencia Panamericana (Río de Janeiro, 1906), truncó su vida en el exilio, después que Sierra le impuso, según Turcios, por un artículo que le molestó, “degradantes torturas, poniéndosele un cepo de campaña y ensangrentándose a latigazos en el cuartel de San Francisco, con la crueldad de exhibirle luego con los criminales…” En La Nación, Darío, escribió: “pereció víctima de aquel medio matador de todo anhelo intelectual que apaga el alma de Centro América”.

Una anécdota cuenta que, varios años después, Honduras mostró interés en repatriar los restos del expresidente, sin embargo, la viuda, sentada sobre la tumba, fumándose un puro, impidió tal propósito. El marido regresó con ella, quedará allí, la mujer lo acompañó más allá de la muerte.

Sin embargo, a inicios de la década del noventa, durante la administración edilicia de Armando Salazar Mejía, según cuenta el ahora concejal liberal y abogado Rafael Enrique Arriaga, -en aquel entonces un joven colaborador voluntario del alcalde-, unos funcionarios hondureños llegaron un fin de semana, con autorización del gobierno de doña Violeta Barrios, sin publicidad ni ceremonias de ningún tipo, exhumaron los restos en silencio, encontraron entre los huesos el bastón presidencial con el que fue sepultado, y se llevaron la osamenta en una pequeña caja. El personal actual de la Embajada de Honduras lo ignora. La Alcaldía de Diriomo, lamentablemente, no dispone de registro oficial del entierro de 1907 ni de la exhumación (1991-1993). ¿Qué ocurrió en realidad?

Quedó la tumba, con las marcas del tiempo, quizás vacía, o con restos de Carmen y del ex mandatario, sin placa ni inscripción, pocos ahora lo saben, y aunque la memoria pierda la referencia que guardó parte de nuestra historia y de la Honduras…

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