Alejandro A. Tagliavini*
A lgún día entenderemos que la violencia solo destruye a la naturaleza que, de suyo, provee los recursos para una vida digna para todos. Entretanto seguiremos auto flagelándonos, creando pobreza y desorden.
Antes del aislamiento de Italia, Bloomberg estimaba que las pérdidas globales “por el coronavirus” podrían llegar a US$ 2.7 billones, el PBI del Reino Unido. Por su parte, la OCDE bajó sus previsiones de crecimiento global desde el 2.9 % hasta el 1.5 %.
Ahora, esto no es culpa del virus sino de las medidas “preventivas” de los gobiernos, como prohibiciones de trabajar y viajar, implementadas de manera policial -violenta- coartando libertades personales como si la actividad privada no fuera más eficiente incluso en el control de epidemias. Y como toda violencia, la represión estatal solo destruirá agrandando el mal.
El estrés resultado del pánico -provocado por los Estados al exagerar la pandemia-, afecta las defensas del cuerpo para combatir el virus, según expertos como Ryan Landau, y la gente, asustada, ante el mínimo síntoma acude a las guardias colapsándolas.
Y falta lo peor. Mientras que los muertos globales debido a que los aplasta un mueble rondan los 100.000 anuales y por accidentes de tránsito superan los 1.3 millones, si bien es imposible un cálculo exacto, para tener una idea de la magnitud, recordemos que hace veinte años morían 15 millones de personas por desnutrición lo que fue disminuyendo, hasta llegar a 8 millones, al ritmo del crecimiento del PBI global. Podría estimarse que, si el PBI dejara de crecer 1.4 %, en 2020 morirían de hambre 112.000 personas más por causa de las medias “anti coronavirus”, o sea al menos 28,000 en el mismo tiempo en que el virus mató unas 5,000.
El totalitarismo ha logrado idiotizar a la opinión pública y una enorme y miedosa masa pide que coarten libertades básicas como la de trabajar, viajar y aun salir de sus casas. El Partido Comunista chino se jacta de controlar el virus gracias a su autoritarismo, e Italia lo sigue. Las redes sociales estallan con personas que perdieron su empleo o que les faltan alimentos. Recibí un mensaje de una italiana (y su madre) terriblemente angustiadas, su padre (y esposo) muere en la clínica -no por coronavirus- y no pueden despedirse porque la policía bloquea la clínica. No imagino la angustia del hombre al morir así.
Por cierto, es importante que, cuando se descubra una vacuna, no se cree un monopolio dada una “ley de patentes” que impida su rápida difusión en el mercado natural -el pueblo, las personas- que es un ámbito de trabajo y cooperación pacífica para beneficio individual y social, en contraposición con el Estado que se impone coactiva, violentamente. Augusto y Michaela, padres de Lorenzo Odone afectado con adrenoleucodistrofia, descubrieron un remedio para esta enfermedad “incurable”, aun contra la opinión de los médicos “legalmente” aceptados.
El padre de Lorenzo -que murió a los 30 años- aseguró que “mi implicación en la enfermedad (…) no viene del amor a la ciencia sino a mi hijo… Debía haber muerto a los 13 años y hoy tiene 24”. La historia se popularizó por la película “Lorenzo’s Oil” y Phil Collins compuso la canción “Lorenzo”, con un poema de Michaela.
Corolario: parafraseando a lo que recomiendan en los vuelos -que, en caso de accidente, primero se ponga usted la mascarilla antes que a sus hijos- cuídese antes del “virus” Estado y luego ocúpese de los otros.
*Asesor Senior en The Cedar Portfolio y miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California
@alextagliavini
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