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En rumbo de diálogo

José M. Tojeira
José M. Tojeira

José M Tojeira

Después de este paréntesis de Semana Santa el rumbo del país se retoma y se acelera. La toma de posesión, search el diálogo necesario para construir un mejor futuro, diagnosis los problemas permanentes y ancestrales de una burocracia lenta, una violencia excesivamente dura y constante, la pobreza en medio del lujo, tomarán sin duda el protagonismo nuevamente. Como de costumbre la coyuntura, con sus exigencias de inmediatez,  tenderá a sustituir a la reflexión de largo plazo. Y, más lamentable, las reacciones inmediatistas querrán aplacar al ciudadano, mientras se olvidan o se posponen medidas de largo plazo indispensables para construir futuro humano. En medio de las urgencias es indispensable abrir puertas a un diálogo de largo plazo que visualice no sólo el futuro que deseamos todos, sino el futuro posible para el plazo de una generación y los medios necesarios para construirlo. Y en este último aspecto no vale decir déjennos a la empresa privada producir y lo demás vendrá automático, o déjennos regular y planificar al Estado y todo resultará bien. No hay medidas automáticas que den resultados positivos si sólo proceden de un sector de nuestra sociedad, por importante que este sea, llámese empresa privada o llámese estado.

El diálogo debe ser lo más amplio posible. Y no debe haber un solo diálogo, sino muchos diálogos, en los que estén representados aquellos que tienen y sufren los problemas concretos de violencia, pobreza, necesidades educativas, de salud, etc. Uno es el diálogo de campesinos y sus problemas, y otro el de las zonas suburbanas. Uno es el de los empresarios y otro el de los sindicatos, aunque con frecuencia se entrecrucen. Los artistas, los intelectuales, los técnicos, los trabajadores manuales, los pequeños empresarios, tienen aproximaciones diferentes a la realidad, así como intereses distintos y a veces contrapuestos. Uno es el diálogo entre maras y otro el de las comunidades que se ven con frecuencia afectadas por la extorsión y el clima de violencia, aunque haya que interrelacionarlos. El diálogo entre el FMLN y ARENA es indispensable para lograr un futuro armónico en el país. Pero un diálogo entre los dos partidos mayoritarios a espaldas de la diversidad social salvadoreña no haría más que prolongar las miserias del presente. Porque los diálogos excluyentes entre dos fuerzas tienden siempre a proteger los intereses de las mismas. Establecer una red adecuada de diálogos y al mismo tiempo darles una unidad de rumbo es probablemente una de las tareas más complejas de la política.

La gente que ha estudiado los pactos sociales en las sociedades contemporáneas suelen decir que estos pactos tienen efectos positivos cuando ya se han ido dando pasos de inclusión social previamente. A pesar de las críticas que se puedan y deban hacer, el gobierno de Mauricio Funes ha dado algunos pasos en la dirección inclusiva que son innegables. Haber aumentado la cobertura de salud, iniciar una política de acceso a la información pública, abrir paso a una pensión compensatoria para nuestros ancianos sin acceso a pensión, pero que han sido un verdadero soporte a nuestra economía desde el trabajo constante, son, entre otros, logros inclusivos del actual gobierno. Sin embargo resulta indispensable que mientras se desarrolla el tan deseado diálogo nacional se sigan aumentando los rasgos y programas de inclusión. Los niveles de inclusión en el país, o lo que llamamos normalmente justicia social, que como término pone todavía nerviosos a no pocos adinerados, todavía son demasiado bajos y raquíticos en El Salvador como para que acuerdos entre élites puedan ofrecer garantías firmes. Los diálogos deben partir siempre de conquistas y derechos establecidos, que no siempre están suficientemente garantizados entre nosotros.

Que debemos ir en rumbo de diálogo es una opción clara del futuro gobierno. Dificultades no faltarán. Porque además de tratarse de problemas complejos, piénsese si no en la plaga de homicidios que llevamos más de cincuenta años sin resolver, se requieren disposiciones personales y colectivas que no siempre se logran, y menos en un país profundamente fracturado por graves diferencias económicas y sociales. En efecto, hay decisiones que no pueden tomarse si no hay capacidad de sacrificio y de generosidad. Perder algo en un primer momento, especialmente quienes están en posiciones de privilegio, para que todos ganemos más en el futuro puede ser una necesidad en este tipo de pactos. Ahí se conjugan el sacrificio y la generosidad. Y quienes tendrán que poner con mayor intensidad su aporte en ese terreno son precisamente los que menos acostumbrados están al sacrificio personal. Para lograr un diálogo que realmente nos lleve al desarrollo equitativo y justo es necesario lograr esa especie de estado de ánimo abierto al valor clásico de la magnanimidad, y salir del ingenuo deseo del ganar-ganar inmediato, que siempre es difícil en el corto plazo en países como el nuestro. El reto es grande. Pero precisamente por eso merece la pena acometerlo con ilusión y ánimo esforzado.

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