El país que viene 2

 

 

 

 

EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA.

 

 

EL PAÍS QUE VIENE.

Segunda parte: El nuevo paso.

 

Eduardo Badía Serra,

Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua.

 

 

En el suplemento anterior hemos hablado de “el país que viene”, “poniendo las ideas”. La fragilidad de nuestro país, no sólo cultural, social, económica y política, sino también la propia de su condición natural y geográfica, nos obliga a dar un nuevo paso en el concepto de nuestro desarrollo, y en función este de la vida y de la propia existencia de nuestros ciudadanos. Y anticipaba el peligro, al precisamente poner las ideas, de que ahora sean los planos estructurales del hombre, precisamente de los medios, esto es, la economía y la política, los que hablen y se expresen tratando de reiniciar esta llamada “nueva normalidad” sobre las mismas bases políticas y económicas de la, digamos, “anterior normalidad”. Debemos prevenir esto, debemos anticipar y hacer entender a todos que el momento del discurso ahora es el de aquellos que representan los planos estructurales del hombre que corresponden a los fines, esto es, los planos de la cultura y de la participación, de la familia, de los roles. Sólo cuando estos hayan definido lo que queremos ser, la nueva cosmovisión que nos formemos en torno a nuestra vida y a nuestra existencia, definida la forma de sociedad que deseamos para todos, y una nueva forma de vernos y relacionarnos a nosotros mismos, sólo entonces, la política y la economía tendrán las premisas sobre las cuales fundamentar su nuevo rol. Esto de la “nueva normalidad” no debe ser entonces un nuevo “sanbenito” más, una nueva y simpática muletilla. Es, pienso, ahora, el momento de los filósofos, de los sociólogos, de los psicólogos, y de los ambientalistas; luego, y sólo luego, después, y sólo después, deberán hablar los políticos y los economistas. Invertir la dirección de este vector será, no sólo nocivo sino peligroso para el provenir. Dejemos ahora la palabra en boca de las academias, de los colegios profesionales, de las iglesias. ¡Demos un nuevo paso!, decía el sábado anterior; ¡Prioricemos al hombre sobre las cosas!

 

Decía Salomón Rahaim, filósofo mexicano, refiriéndose a la época presente, que “estamos para un diálogo trascendental, y no para escarceos de mero lujo”. No tenemos mucho tiempo para tomar decisiones; y menos aún para perdernos en meras superficialidades, “escarceos de mero lujo”, como decía el filósofo citado. Nuestro pueblo aspira a la vida dentro de una democracia plena, no de una “fachada democrática” como de la que nos hablaba Ellacuría, no del espejismo democrático que señalaba José Ingenieros. Una verdadera democracia, fundada en el poder soberano del pueblo, en la prioridad de la vida sobre las cosas, en el hombre como centro del pensamiento e hilo conductor de nuestras acciones, en una naturaleza sana y robusta, respetada y deseada. No hagamos realidad aquello que decía Kierkegaard de que “la democracia es un estado de idealismo colectivo que desaparece cuando se lo lleva a la práctica”, que es precisamente la realidad nuestra. Es tiempo ya de hablemos menos de ella y actuemos más en función de ella.

 

“¡Demos, pues, un nuevo paso!”: Prioricemos al hombre sobre las cosas. ¡Cuánta razón tenía Marx en “Los Manuscritos” cuando señalaba que  “demasiadas cosas útiles producen demasiados hombres inútiles”. La primera prioridad es ¡combatir el cosismo! Y es que, presionados por la artificial figura del quehacer económico y de la bandera social, aquí y allá, como los diversos ideólogos nos inundan con cientos de propuestas de solución que sólo enfocan alternativas económicas propias de otras realidades, el hombre salvadoreño se ha perdido en un misterio absurdo que lo mantiene vegetando, extrañado de su ser, en un ambiente en el que la cosa se sobrepone a él mismo, alienándolo en ella. De sujeto, el hombre crea la cosa para después alienarse en ella, volviéndose su simple predicado. Esto no es nuevo, pero en este momento sí es agudo, punzante. Se está realizando sobre nosotros, como habría dicho Rodó, “una suerte de conquista moral” que hace que seamos bastardos, “no por ser indios ni por ser mestizos, no por la sangre ni por la tierra, sino por la opresión”, como también decía Bolívar. La cosa, pues, nos oprime, y nos ha quitado la palabra. En alguna ocasión, Sartre habría afirmado que en América, y es nuestro caso, “unos pocos hombres disponen del ‘verbo’, mientras cientos de millones sólo lo tienen prestado”. Es necesario, pues, retomar la palabra, recuperar el verbo, salir de esa opresión originada en nuestra bastardía.

 

En primer lugar, entonces, combatir el cosismo. Yo parto de una idea en extremo simple: La ciencia ha extremado la necesidad de hacer rentable la investigación que la produce, a tal grado que, para ser rentable, ha sido necesario ampliar la producción de bienes a un grado tal que se han ido creando una extraordinaria cantidad de necesidades artificiales. Para amortizar los costos de tal desarrollo, hay que producir más cosas; al producir más cosas, hay que crear precisamente más necesidades de consumo; y ello lleva necesariamente a la creación o al estímulo de una mayor formación de consumidores, mediante la inducción de estas nuevas necesidades. En una palabra, ¡es el cosismo! El hombre crea la cosa y se aliena en ella. No es ya la alienación del hombre en la idea absoluta, ni la alienación marxista del hombre en el trabajo. El hombre se aliena en la cosa, y el consumismo se eleva a su máxima expresión como resultado del desarrollo de la sociedad tecnológica. Es la “megamáquina de la tecnetrónica” que tanto nos ha recomendado Erich Fromm que rechacemos.

 

Esta inversión sujeto-predicado del hombre que crea la cosa para después alienarse en ella, provoca también una inversión en el orden de los valores: Las necesidades naturales, aquellas cíclicas, recurrentes, vitales, existenciales, van cediendo a las necesidades inducidas, y el efecto de esto es la desviación del ser desde lo ontológico a lo puramente óntico: El hombre se extraña de su ser, ontfica su realidad, reclama cosas, y en el reclamo, sacrifica su ambiente, su entorno físico y mental, para encerrarse en el mundo propio del economicismo. Esta es nuestra realidad, realidad de una golpeante brecha social, de una pobreza inaceptable, de una peligrosa depredación del ambiente, de una corta o nula visión de la vida. El hombre salvadoreño vegeta, deambula en una penosa situación existencial. ¿Debemos, testigos presenciales e históricos de nuestra realidad natural, social y cultural, diseñar esta “nueva normalidad”, bajo los mismos parámetros que nos han mantenido en tal situación, ignorando que muchos, muchísimos, salvadoreños, sufren y viven bajo una eterna congoja? ¿No acaso esta pandemia, que nos mantiene oprimidos, y las recientes tormentas, y los terremotos, y los huracanes, y las inundaciones, nos obligan a pensar la vida de otra manera? Muchos pensarán que esto que digo es una versión extrema repetidamente formulada, pero es la realidad. ¿Alguien es capaz de negarla?

 

Es tiempo, pues, de dar un nuevo paso, repensando la vida, porque siempre hay un tiempo para repensar la vida. Dejemos ya de ser salvadoreños de recetario, bocas abiertas al consumo, privando las necesidades inducidas sobre las naturales. El hombre es, primero, cultura, educación, salud, vivienda, vestido, solaz, esparcimiento, recreación; y también fe, esperanza, anhelo. ¿Porqué no volver a ello? Pongamos en orden las necesidades, pongamos en orden los valores, pongamos en orden nuestros planos estructurales. Decía Ortega que “los pueblos que subvierten sus valores son pueblos perversos”. ¿Lo somos nosotros? Giremos, cambiemos la dirección. Podemos hacerlo. Mi gran maestro del colegio, don Rubén H. Dimas, nos repetía siempre que “por eso el lápiz tiene siempre un borrador”.  Demos un nuevo paso. Yo desearía que este fuera el producto de una buena reflexión de los filósofos, de los sociólogos, de los psicólogos, de los biólogos, de los que ven y conocen cómo evoluciona la naturaleza. ¿Porqué no dejar que hablen ellos? Si lo hacemos, entonces los economistas, los abogados, los políticos, tendrán unos buenos insumos para poder diseñar el sistema que mejor nos convenga.

 

Amigos, cada nueva tormenta nos envía un mensaje, cada nuevo sismo nos envía un mensaje, cada nuevo huracán nos envía un mensaje, incluso cada nueva confrontación o guerra nos envía un mensaje. ¿Porqué no los leemos? Esta nueva pandemia que nos azota es uno de los más fuertes que hemos recibido. La naturaleza habla, y lo hace con el lenguaje propio de la sabiduría. Entendamos que ella nos supera ampliamente, y por ello, respetémosla.

 

Déjenme hablar de lo que sería para mí, dar un nuevo paso. Lo haré en el próximo portal del Suplemento.

 

Ver también

«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.