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EL HOMBRE Y EL MITO EN EL JAZZ

Oscar A. Fernández O.

Los testigos de la muerte de Charlie Parker oyeron el retumbar de un trueno en el momento de su defunción. La compañera de sus últimos años sigue en contacto espiritual con él después de más de treinta años. Su amor de juventud, cialis que luego sería su primera mujer, recipe sigue escuchando la música de Charlie como si fuera, viagra nada más y nada menos, que «la historia de nuestra vida en común». Estos signos de idolatría y veneración, cargados de una indudable simbología religiosa, demuestran en qué medida la vida póstuma de Parker está teñida de romanticismo. Sin embargo, esta deificación no empezó tras su muerte. Parker, que en vida gozó de un escaso reconocimiento público, vivió rodeado, eso sí, de discípulos y biógrafos. Muchos músicos, algunos críticos y un círculo de entusiastas (la mayoría procedentes del impenetrable mundo del jazz) se inspiraron en su música para dar rienda suelta al éxtasis verbal que encuentra consuelo en las elaboraciones del mito.

La condición de profeta de Charlie Parker fue en gran medida involuntaria, una consecuencia de su destino consciente de convertirse en «un gran músico». Como aprendiz en los círculos jazzísticos de Kansas City, sus inicios fueron lentos. Prácticamente lo único que impresionó a sus compañeros de formación fueron su determinación y una gran confianza en sí mismo; otros lo consideraban vago, terco y consentido. Pero Parker poseía unas condiciones sobrenaturales y los acontecimientos empezaron a sucederse de forma vertiginosa. La determinación dio paso a la obsesión y al deseo de triunfar, sólo igualado por otro impulso contrario de autodestrucción. De joven, se abría paso entre el gentío, falsificando su edad, para poder acceder a los clubes nocturnos más competitivos.

Provocaba a la sociedad para que ésta lo rechazara y convertía cada nuevo rechazo en un nuevo desafío. Avanzaba a grandes pasos con una seguridad asombrosa. A los dieciséis años, se rieron de él mientras tocaba en una banda; a los diecisiete empezó a ganar adeptos, incluyendo a Jay McShann, un forastero en la ciudad, que con el tiempo le ofrecería la posibilidad de abandonar Kansas City. Nuestro joven, que años después contestaría a una pregunta acerca de su vocación religiosa declarándose «devoto de la música», era demasiado consciente de su genio, estaba demasiado poseído por el orgullo, era demasiado víctima de la represión racial y de la severidad de su madre como para no sospechar que más allá de Kansas lo esperaba otro mundo más amplio, un mundo que él sería capaz de moldear a su antojo. (G. Giddins: 1987).

No es ninguna sorpresa que Parker se sintiera incómodo ante la insípida onomatopeya bebop que acompañaba todas las actuaciones de jazz moderno y que se siguió utilizando más allá de su oposición, decía Sullivan de The Ed Sullivan Show. Nunca hizo proselitismo de ningún tipo de modernidad. Incómodo con aquellos que intentaban encasillarlo, se dedicaba a despistar a los críticos, tanto ensalzando las tradiciones del jazz en una entrevista (Down Beat, 1948), como rechazándolas en otra (Down Beat, 1949). Sin embargo, cuando le preguntaban por la diferencia entre su música y la de sus predecesores, afirmaba: «Todo es música. Se trata de tocar limpiamente y encontrar las notas adecuadas» (1949). Su idea era dejar que la gente extrajera sus propias conclusiones, tal como explica en la única aparición televisiva que se ha podido conservar. En ella, contesta lo siguiente, en tono airado, a un incisivo presentador: «Dicen que la música es más fuerte que las palabras; dejemos pues que sea ella la que hable».

En ocasiones he conseguido casi reproducir las sensaciones de aquella noche y aquella música de 1944, cuando oí por primera vez a Diz y a Bird, pero nunca lo he logrado del todo. Y ando siempre buscándolas, escuchando, sin¬tiendo, tratando constantemente de encontrarlas en y a través de la música que toco cada día (Davis – Troupe, 1991: 10).

Estas palabras fueron expresadas por uno de los intérpretes más relevantes de jazz del siglo XX Miles Davis;las cuales nos ayudan a imaginar, aunque sea sólo vaga¬mente, el intenso momento creativo, el gran impacto y la tremenda revolu¬ción musical que supuso la explosión del bebop.

Todo el mundo está de acuerdo en que Charlie era consciente de su propio valor y no tenía ni la necesidad ni el deseo de hacer campaña a favor de ningún nuevo movimiento. Al contrario, optó por la humildad, siguiendo con atento entusiasmo a aquellos modernos (Stravinsky, Hindemith, Schönberg o Bartok) que dominaban las técnicas compositivas por las que él suspiraba. Sin embargo, a los veinticinco años era el líder visible de la nueva música. A los treinta, su genialidad era reconocida por músicos del mundo entero; a los treinta y cuatro, antes de morir, era considerado ya como un veterano hombre de estado que aún no había sido desbancado por sus seguidores. Al poco de ser enterrado, en otoño, apareció un grafiti en su tumba: ¡Bird vive! Moría un genio…Nacía un mito.
Saludos fraternos…les dejo con algo de este súper jazzista.

www.youtube.com/watch?v=j1bWqViY5F4&list=RDj1bWqViY5F4#t=171
www.youtube.com/watch?v=ukL3TDV6XRg&index=4&list=RDj1bWqViY5F4
www.youtube.com/watch?v=TOwEr4UaqzM&list=RDj1bWqViY5F4&index=3

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