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El FMI y el Banco Mundial buscan una renovación 75 años después de su fundación

Washington / AFP

Heather Scott / Delphine Touitou

El Banco Mundial y el FMI deben continuar con su reinvención para superar las nuevas crisis, como los «migrantes climáticos», y adaptarse a fenómenos como la eclosión de las monedas virtuales.

Las dos instituciones financieras nacieron durante la Segunda Guerra Mundial, el 22 de julio de 1944, por iniciativa de 44 países para evitar una nueva crisis como la de 1929.

Después de 75 años de su fundación en el complejo hotelero Bretton Woods, en el noreste de Estados Unidos, ambas instituciones enfrentan críticas por haber fallado a la hora de prevenir crisis y por empeorar las situaciones de los pueblos que tenían que haber ayudado.

Pese a que pueda decirse que estas críticas no son del todo ciertas, tanto el FMI como el Banco Mundial han intentado forjarse una nueva imagen en los últimos años, poniendo el énfasis en que cuando se implementen sus programas, los más vulnerables estarán protegidos.

Pero va a ser necesario algo más que una mejor estrategia de comunicación en un momento en que crece el rechazo a la globalización y la transformación tecnológica.

Ambas organizaciones enfrentan también el desafío de ayudar a África en una transición que requiere una inversión en infraestructura cuantiosa y una creación de empleo para hacer frente al crecimiento de población en la región.

El desafío «es enorme», dijo el presidente del Banco Mundial, David Malpass, en una entrevista a la AFP.

El Fondo Monetario Internacional tiene como objetivo garantizar la estabilidad financiera global, mientras que el Banco Mundial trabaja para la reconstrucción y el desarrollo, misión a la que con el tiempo se sumó la reducción de la pobreza.

«El concepto original de reconstrucción y desarrollo (…) fue clarificado para incluir la reducción de la pobreza a medida que el banco fue creciendo», explicó Malpass.

– Un balance sombrío –

A primera vista, el balance, especialmente el del FMI, parece sombrío, con las tres últimas décadas marcadas por graves crisis: la de la deuda de América Latina en la década de 1980, las turbulencias en Asia y en Rusia en 1990 y la crisis financiera global de 2007, que originó la Gran Recesión que todavía afecta a la economía mundial.

En cada uno de los episodios la crisis duró una década o más y el FMI fue culpado de haber infringido más dolor con sus exigencias y sus políticas, muchas veces más orientadas a los intereses de los países ricos que a los países pobres, según sus críticos más duros.

Al mismo tiempo, en el mundo hay 1.000 millones de personas menos que viven en el extrema pobreza en relación a la década de 1990.

«En la historia del mundo nunca ha habido tanto progreso a la hora de mejorar las vidas de las personas que lo que hemos visto en los últimos 75 años», dijo Masood Ahmed, que ejerció como funcionario del FMI o del Banco Mundial durante casi la mitad de la historia de estas organizaciones.

Pero ambas instituciones pasaron por alto problemas en desarrollo.

El mundo «iba bien en términos macro, y había muchas personas que salían de la pobreza, pero ignoramos el hecho de que había mucha gente que se sentía cada vez más incómoda con el ritmo que tomaban los cambios y creo que ahora estamos pagando un poco el precio de eso», indicó Ahmed, que ahora está a la cabeza del Centro para el Desarrollo Global, una organización de investigación sobre la pobreza.

Malpass no desestima la doctrina del «Consenso de Washington», una fórmula que se impuso en los países en desarrollo que consistía en privatizaciones y recortes del gasto, frente a la teoría económica clásica de aumentar el gasto durante una recesión.

En cambio Malpass quiere centrar los programas del Banco Mundial en lo que sea mejor para cada país.

«Quiero que sea más y más efectivo para ayudar a los países a encontrar la senda del crecimiento y buenos resultados para las personas de estos países», dijo.

Un ejemplo es el actual crédito del FMI para Argentina, que establece parámetros de gasto para los más pobres.

– Una mayor representatividad –

Agustin Carstens, quien fuera jefe del Banco Central de México y director del Comité Financiero del FMI, defiende que la organización evitó «muchas otras crisis» gracias a la supervisión y al asesoramiento político.

El problema es que cuando llaman al FMI es porque la economía está ya el momento «más difícil», cuando todas las otras fuentes de financiamiento están cerradas y no hay buenas opciones.

Al funcionario le preocupa que la institución haya fallado a la hora de adaptarse a la cambiante economía global en un momento en que países como China e India ganan peso.

La directora gerente del FMI, Christine Lagarde, que se dispone a ser la presidenta del Banco Central Europeo, anunció que dejará el cargo el 12 de septiembre.

Se espera que continúe la tradición de que sea otro europeo quien la suceda, en virtud de una regla no escrita por la cual el Viejo Continente se queda con el Fondo y Estados Unidos nombra el presidente del Banco Mundial.

Carstens, finalista en la contienda ganada por Largarde para dirigir el FMI en 2011, dijo que la reforma es cada vez más «urgente» para «dar más legitimidad a los consejos que da el Fondo».

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