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“El fantasma” de los golpes en América Latina

Tras la culminación de las dictaduras militares en América Latina a finales de los años 80s, a través de procesos revolucionarios de izquierda por la vía armada -unos- y por la vía electoral -otros- se suponía que la era de los golpes de estado promovidos por las fuerzas armadas y la derecha oligárquica de América Latina, con la ayuda de las embajadas de los Estados Unidos había terminado con el fin del milenio.

Pero no; el fantasma de los golpes militares se mantuvo latente, pronto se aparecieron en la palestra política de América Latina al iniciar el nuevo milenio.

El presidente Hugo Chávez (Venezuela) fue el primero en recibir un golpe de Estado el 11 de abril de 2002; pero gracias a militares leales y al pueblo en las calles, Chávez fue restituido la madrugada del 14 de abril del mismo año. Una vez más, la oligarquía, en el caso venezolano liderada por Pedro Carmona, quien se proclama presidente, hace uso de las fuerzas armadas para derrocar a un gobierno democráticamente electo.

Honduras fue el país centroamericano en ser víctima de un nuevo golpe militar en Latinoamérica. La víctima fue ‘Mel’ Zelaya, cuando el 28 de junio de 2009 fue sacado en pijama de su alcoba y conducido en un avión militar hacia Costa Rica.

Las justificaciones de los golpistas fueron varias, y las argucias igual. Dos acciones de Zelaya asustaron a los del Pentágono y a las burguesías y oligarquías hondureñas: un referéndum para modificar la Constitución; segundo, llevar a Honduras como miembro de la Alternativa Bolivariana de las Américas (ALBA).

En marzo de 2016, bajo la figura del “impeachment” (juicio político) es destituida la presidenta de Brasil, Dilma Roussef con las subsiguientes consecuencias. En este golpe, se experimenta una nueva modalidad; pues en este caso no utiliza las fuerzas armadas, sino el aparato judicial, con que se inauguran los golpes suaves, siguiendo las directrices de Gene Sharp, el ideólogo, quien advierte que “nosotros combatimos con armas psicológicas, sociales, económicas y políticas”.

El gobierno de Nicolás Maduro ha experimentado los dos tipos de golpes de Estado; es decir, el militar y los golpes suaves.

En mayo de este año, Leopoldo López acompañado de Juan Guaidó y el diputado Edgar Zambrano se atrinchera en el distribuidor de Alta Mira y llama a la insurrección, luego de haber convencido a un puñado de militares contrarios a Maduro. La insurrección fracasa porque la Fuerza Armada Bolivariana se mantiene leal al Gobierno Constitucional de Nicolás Maduro, y gracias al apoyo popular. Leopoldo López se mantenía en prisión domiciliar y fue liberado por los militares sublevados.

El gobierno de Maduro ha sido blanco de diversas modalidades de golpes de Estado, incluido un boicot económico y financiero impuesto por Estados Unidos desde principio del presente año. El boicot “se ha basado en la expulsión de Venezuela de los mercados financieros internacionales, impidiéndole recurrir al mercado de créditos tanto para renovar vencimientos como para realizar nuevas colocaciones”, y dado que Venezuela ha sido principalmente un proveedor de petróleo, lo llevó a convertirse también un importador de otros recursos como los alimentos, cuya escasez por el boicot ha golpeado al pueblo venezolano, pero no ha podido tumbar al gobierno de Maduro.

La última locura de la intentona golpista en Venezuela fue la “autoproclamación”, el 23 de enero del presente año de Juan Guaidó como “presidente Encargado de Venezuela”, apoyado por Estados Unidos, sino es que impuesto, y luego reconocido por cincuenta naciones más, la mayoría de América y gobernadas por mandatarios de derecha. El Salvador -desgraciadamente- ha sido el más reciente en reconocer a Guaidó, con lo que el gobierno de Nayib Bukele respalda el golpe de Estado en Venezuela, el cual ha sido derrotado por el presidente Maduro y el pueblo venezolano.

El domingo, el turno de un nuevo golpe fue Bolivia; la víctima, el líder indígena Evo Morales, por quien de no haber recibido el asilo inmediato del presidente de México, Andrés López Obrador estuviéramos lamentando otro magnicidio en América Latina tras un golpe de Estado dado por militares. Recordemos el asesinato de Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973, en Santiago de Chile, ordenado por Augusto Pinochet y el Pentágono.

Evo Morales fue elegido presidente de la República Plurinacional de Bolivia en 2005, y gana tres elecciones presidenciales.

En los tres periodos como presidente, Evo combatió la pobreza mediante la nacionalización de los hidrocarburos y la entrega de bonos a la gente contemplada en una franja de pobreza extrema, además de otros programas sociales que financió con lo obtenido de la comercialización de los hidrocarburos y de algunas mineras nacionalizadas. Las otras, las más grandes, quedaron en manos privadas y son parte de los que habían venido tejiendo el golpe contra Evo, que lo logran, luego de las polémicas elecciones presidenciales que gana Evo a Carlos Mesa con el 47.08 % de los votos, contra el 36.51 % de Mesa.

Pero Mesa no acepta los resultados, luego de denunciar supuesto fraude y pide se anularan las elecciones.

Curiosamente, la OEA que en un principio había aceptado participar en una auditoría de los votos, para validar los resultados, pero a penas dos días después de iniciar el proceso renuncia el representante de la OEA, lo que provoca más sospechas e incertidumbre.

El domingo 10 noviembre, Evo Morales es obligado a renunciar, luego de que así “se lo solicitara el alto mando”, con lo que se consuma el golpe.

Las jaurías de la derecha destruyen la vivienda de Evo Morales, de otros familiares y de líderes del Movimiento al Socialismo (MAS), cuyos líderes se ven obligados a ‘clandestinizarse’, mientras que el fantasma de los golpes de Estado sale a la luz pública.

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