Página de inicio » Opiniones » El conocimienEl conocimiento y lo ético-moral (I) to y lo ético-moral (I)

El conocimienEl conocimiento y lo ético-moral (I) to y lo ético-moral (I)

Luis Armando González

A mis colegas del Comité de Ética en Investigación de la Universidad Gerardo Barrios

I

La relación existente entre el conocimiento y lo ético-moral ha sido objeto de reflexión cuando menos desde los siglos VI y V a.C. Anunciando un campo temático que llegaría para quedarse en la cultura universal, la filosofía presocrática se hizo cargo por primera vez de esa problemática; después, Sócrates, Platón y Aristóteles –este último con particular fineza— dieron las pautas para desarrollos filosóficos posteriores, hasta llegar al pensamiento filosófico moderno y contemporáneo (para decirlo de manera resumida y con autores emblemáticos: de Descartes, Kant, Hegel y Marx hasta Gadamer, Habermas y Popper), en el cual las relaciones entre lo ético-moral y el conocimiento constituye un asunto de primera importancia1.

Asimismo, la preocupación sobre el tema salió de los linderos de la filosofía y trascendió hacia el ámbito científico, especialmente en lo referido a las implicaciones prácticas de la ciencia; unas implicaciones que se han visto amplificadas de manera extraordinaria por la articulación estrecha –propia del mundo actual—entre ciencia y tecnología. En el ámbito científico, pues, también hay una preocupación por las relaciones existentes entre el conocimiento científico y lo ético-moral que, como se verá más adelante, involucra dos aspectos básicos: a) lo ético-moral en el desarrollo de la práctica científica en cuanto tal; y b) lo ético-moral en las consecuencias (sociales, ambientales, sanitarias, entre otras) de la práctica científica.

Esta última preocupación conecta, en primer lugar, con los usos tecnológicos del conocimiento científico; y, en segundo lugar, con lo ético-moral en el campo de los saberes prácticos o aplicados (como la medicina) o normativos (como el derecho) que –aunque en sus orígenes fueron independientes del conocimiento científico— hoy por hoy, sobre todo y en especial la medicina, descansan en los avances y conquistas de la ciencia. No es casual que, en el ámbito médico, lo ético-moral resuene con particular fuerza y que, como resultado de ello, las reflexiones en este campo se puedan tomar como un foco importante del debate ético-moral en la ciencia.

Pero, en realidad, el debate ético-moral en medicina (o en el ámbito de las instituciones involucradas en áreas de la salud) es algo bien específico –que se refiere al campo de la ciencia aplicada en el ámbito de la salud— y no a todos los aspectos involucrados en el quehacer científico (que abarca las ciencias naturales y sociales) ni a todos los saberes prácticos o de ciencias aplicadas (como las ingenierías, las tecnologías informáticas y de comunicación, y las tecnologías nucleares, entre otras.

II

O sea, cuando se habla del conocimiento y de su relación con lo ético-moral se habla de algo variado y complejo. Más adelante se ofrecen unas ideas adicionales sobre este punto. Ahora, antes de seguir, es oportuno anotar un par de nociones sobre lo que se entiende aquí, por una parte, por “conocimiento” y, por otra, por “ético-moral”. Con ello, serán más claros los indicios del porqué de lo complejo de las relaciones entre el conocimiento y lo ético-moral.       

Cuando se habla de “conocimiento” se hace referencia de una elaboración subjetiva e intersubjetiva –tejida de palabras, ideas y conceptos— de procesos, hechos y fenómenos en principio distintos de la propia subjetividad (o sea, referidos a la realidad exterior a la subjetividad), pero que también pueden referirse a lo subjetivo e intersubjetivo. Es decir, el conocimiento es una actividad subjetiva e intersubjetiva, mediada por el lenguaje, en la cual se crean y recrean (con palabras, ideas, conceptos) las dinámicas de la realidad exterior a la subjetividad y también las referidas a las propias dinámicas subjetivas e intersubjetivas. Cuando esto último sucede, la subjetividad humana se ocupa de sí misma: esta es la raíz de las teorías (o filosofías) del conocimiento.

Ahora bien, el conocimiento humano, entendido como una “creación-recreación subjetiva”, está referido inevitablemente a algo distinto de sí mismo: la realidad y sus dinámicas propias, independientes y previas a la subjetividad e intersubjetividad humanas. Y esto por una razón de peso: si se acepta que el conocimiento, tal y como se ha conquistado y concretado en la historia de la humanidad, es obra de la especie Homo sapiens –una especie que tienen unos 250 mil años de existencia en la tierra— es claro que la realidad del planeta tierra, surgido hace aproximadamente unos 4, 500 millones de años, es anterior al surgimiento del conocimiento humano.

Incluso si se acepta, lo cual es totalmente razonable, que otras especies humanas ya desaparecidas (como Homo habilis, Homo erectus u Homo neanderthalensis) o sus probables ancestros inmediatos (como Ardipithecus ramidus y Australopithecus afarensis  hubieran desarrollado algunas formas de conocimiento, estas no excederían los 4.5 millones de años, lo cual siempre es posterior al origen de la tierra y, antes que ésta, al origen del universo (unos 13, 800 millones de años)2.   

III

Ante la realidad –sin olvidar que la subjetividad misma se puede tratar como una realidad aparte— el conocimiento humano se despliega de distintas maneras en su recreación de las dinámicas de aquélla. Una manera puede ser la creación y recreación sumamente libres de lo que sucede (sucedió o podría suceder en la realidad). Este proceder, anclado en el “funcionamiento de la imaginación –examinado por el Paul Harris en un libro titulado precisamente así3—, no es ajeno a la realidad, pero abre la pauta para prescindir de ella y elaborar narraciones imaginativas –por ejemplo, de tipo mágico-religioso o artísticas, como en el cuento o la novela4— que, dado que la especie humana es una especie social, pueden ser de gran relevancia para la cohesión grupal.

Otra forma puede consistir en la elaboración de marcos conceptuales con los cuales se pretende “capturar” mentalmente (subjetiva e intersubjetivamente)  los ejes (elementos, aspectos, rasgos) más relevantes de la realidad, es decir, aquellos que la definen en su carácter global y fundamental: es el caso del conocimiento filosófico. Un tercer proceder estriba en elaborar explicaciones de cómo determinados hechos o fenómenos de la realidad (que son un problema, que son un enigma) son causados o provocados por otros que son intrínsecos a la realidad, no ajenos o externos a ella (como lo pudieran ser dioses o demonios). Se trata, en este caso, del conocimiento científico que, para elaborar explicaciones de cómo funciona la realidad –de cómo los hechos de la realidad se relacionan e influyen entre sí, y de cómo se transforman en el espacio y en el tiempo—, requiere de la “exploración”  de la realidad, de lo que sucede en ella, de las evidencias que la misma ofrece a las conjeturas que subjetiva e intersubjetivamente elaboramos los seres humanos. Exploración significa investigación: este el rasgo característico del conocimiento científico.

    Los tres tipos de conocimiento que se han  delineado poseen su propia complejidad; tienen, además, su propia relevancia para la supervivencia humana. Pero no son los únicos tipos de conocimiento: los seres humanos, con nuestra subjetividad y nuestras relaciones intersubjetivas –que no son ajenas a la realidad—, podemos elaborar conocimientos que nos indiquen qué hacer (los pasos a seguir) en una situación determinada que nos desafía como amenaza o como un obstáculo para alcanzar una meta o propósito importante para nuestra vida. Se trata de un conocimiento práctico o procedimental; es el conocimiento (no científico ni filosófico) que está en el origen de las invenciones tecnológicas.

En este tipo de conocimiento (y de los saberes prácticos-procedimentales) lo importante es la solución de un problema –cazar más eficazmente una presa, eliminar una molestia corporal, usar una plataforma educativa virtual— no su explicación (ciencia) ni la definición de sus componentes esenciales (filosofía). En este tipo de conocimiento lo que importan son los resultados, los cuales se suelen asegurar siguiendo una receta (una técnica), es decir, un procedimiento que dicta los pasos a seguir para usar correctamente un instrumento o un aparato tecnológico.

Y, por último, se tiene el conocimiento que elabora normas para el comportamiento y las prácticas humanas “deseables”, esto es, orientadas por un “deber ser”. El conocimiento procedimental gobierna en el plano de lo fáctico; el conocimiento normativo gobierna en el plano de lo ideal. Así, desde tiempos inmemoriales los humanos hemos inventado normas que sirvan de parámetro para evaluar (juzgar y valorar) las conductas y comportamientos fácticos. Se trata de las normas morales-jurídicas, plasmadas en textos como el Código de Hammurabi (1795-1750 a.C.), que “ejemplifica la ley de justicia retributiva conocida como Lex Talionis, definida por el concepto ‘ojo por ojo y diente por diente’”5.

IV

Decimos normas “morales-jurídicas” porque en la época del Código Hammubi las exigencias morales –obrar con justicia y rectamente— eran de obligatorio cumplimiento, el cual estaba asegurado por una autoridad externa a los individuos. Fue hasta tiempos recientes –con la “invención de la autonomía6”—que el ámbito de la moral se separó (aunque no de manera absoluta) del ámbito de lo jurídico. Cuando esto sucedió –después del Renacimiento—, lo moral pasó a ser una atribución de los individuos (el terreno de los comportamientos y opciones libres reguladas y orientadas por un “deber ser”) y lo jurídico, una atribución del Estado. Las normas morales y las normas jurídicas, sin dejar de relacionarse, siguieron sus propios caminos. En la época moderna (que se inagura con el Renacimiento y se consolida con la Ilustración) se entendió que hacerse cargo de unas determinadas normas morales era un asunto de libre elección individual; con ellas, los individuos orientarían su propia conducta moral.  Y, desde ellas, los demás los juzgarían moralmente.

Por otro lado, también se entendió que las normas jurídicas (y los comportamientos exigidos por ellas) no era una elección libre, sino obligatoria. Es decir, el legado de la Ilustración –de la cual fue un vocero el filósofo Immanuel Kant7— es que la moral (es decir, el comportamiento orientado por normas morales) descansa en una obligatoriedad asumida libremente (nadie puede ser obligado a ser bueno o recto si no lo elige), mientras que lo jurídico (los comportamientos regulados por normas jurídicas) descansa en una obligatoriedad impuesta desde fuera, por una instancia que está por encima de los individuos: el Estado (todos los miembros de una sociedad regida jurídicamente están obligados, les guste o no, a someterse a sus normas jurídicas).        

Referencias bibliográficas

(Endnotes)

1. Sobre algunos de esos autores he escrito de manera sistemática. He aquí los ensayos y artículos en los que tratado sus planteamientos: “Lo ético-moral en Demócrito” (Insurgencia Magisterial, https://insurgenciamagisterial.com/lo-etico-moral-en-democrito/); “Aproximación a la filosofía de Hegel” (Revista Realidad, https://www.lamjol.info/index.php/REALIDAD/article/view/4059); “Acerca del problema de Dios en Hegel” (Revista Realidad, https://revistas.uca.edu.sv/index.php/realidad/article/view/2022); “Los fundamentos de la filosofía idealista alemana: Kant, Fichte, Schelling” (Revista Realidad, https://revistas.uca.edu.sv/index.php/realidad/article/view/2044); “El concepto de praxis en Marx: la unidad de ética y ciencia” (Revista Realidad, https://www.camjol.info/index.php/REALIDAD/article/view/5344); “Aproximación a las ideas políticas y éticas de Karl Popper” (Revista Teoría y Praxis, https://www.lamjol.info/index.php/TyP/article/view/6351).

2. Cfr., Bermúdez de Castro, José María, Dioses y mendigos. La gran odisea de la evolución humana. Barcelona, Crítica, 2021.

3. Cfr. Harris, Paul L. El funcionamiento de la imaginación. México, FCE, 2005.

4. En la línea que, por ejemplo, sugiere Mario Vargas Llosa, quien ve la creación literaria como una invención de mentiras que se creen o se presentan como “verdades”. Cfr. González, Luis Armando, “Onetti visto por Vargas Llosa”, en Las ideas y el poder en América Latina. San Salvador, UFG, 2013, pp. 99-103.

5. Mark, Joshua J.,  “El Código de Hammurabi”. https://www.worldhistory.org/trans/es/1-19882/el-codigo-de-hammurabi/

6. Schneewind, Jerome B., La invención de la autonomía. Una historia de la filosofía moral moderna. México, FCE, 2009.

7.Kant, I. “¿Qué es la Ilustración?”. http://users.df.uba.ar/solari/Docencia/Complejos/kant1.pdf

Ver también

Contrarreforma constitucional y consolidación dictatorial

Por Leonel Herrera* Las constituciones de los países necesitan reformarse cada cierto tiempo, para adecuarse …