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Desolación e inquietud entre los apicultores italianos

Mondovì / AFP

Céline Cornu /  Charlene Pele

«Esta ha sido la cosecha más difícil de mi vida», confesó conmovido Riccardo Polide, un apicultor italiano, quien considera dramática la situación por la poca producción, que ni siquiera garantiza la supervivencia de las abejas.

Al igual que la mayoría de sus colegas, Polide, de 52 años, tuvo que alimentar este año a las abejas para que no murieran.

A pesar de que la temporada había comenzado bastante bien, «un repentino regreso del frío afectó gravemente las floraciones, especialmente la de acacia», contó el productor quien reside en Mondovi, en el Piedemonte, al norte de Italia.

El pequeño néctar que las abejas lograron recolectar no fue suficiente para ellas y el apicultor se vio obligado, paradójicamente, a ofrecer jarabes de azúcar a base de fructosa, específicamente estudiados para las abejas, y así mantenerlas vivas.

Lo mismo tuvo que hacer Lidia Agnello cuando  vio que sus abejas estaban muriendo de «hambre».

Para tratar de mejorar la situación, ella y su esposo, quienes residen en Demonte, cerca del parque de Mercantour, decidieron «trasladar las colmenas siguiendo la floración», pero sin éxito.

Como le ocurrió a Polide, no hubo cosecha de miel Acacia.

– Costos superiores a los ingresos –

 «Aquí queda sólo desolación», reconoce a la AFP  Maurizio Biancotto, frente a su taller casi vacío, ubicado en el sótano de su casa con impresionantes vistas a las montañas.

Los tres productores pudieron cosechar miel de castaño y de alta montaña. Riccardo inclusive de «mil flores».

Pero fue una producción muy limitada. La floración del castaño, afectada por el calor, duró solo unos días, en lugar de dos o tres semanas.

Sumando todos los tipos de mieles, la producción de Polide fue de menos de 10 kilos por colmena, contra los 60 kilos habituales.

«El valor de nuestra producción es menor que el valor de los alimentos que tuvimos que darles», lamentó el apicultor, quien tuvo que alimentar también en septiembre a las colonias para que puedan superar el invierno.

«Podemos responder por esta temporada, pero si las temporadas que vienen van a ser tan difíciles, la empresa corre el riesgo de desaparecer», sostiene.

Polide sobrevive gracias a la venta de reinas. Pero «las reinas sirven solo a los apicultores», reconoce.

«Si el sector está realmente en crisis, es obvio que no aguantaré …», asegura.

Para Lidia y su esposo, quienes tienen otros trabajos de medio tiempo, «este año será difícil cubrir los gastos» y ha sido «el peor» de su vida como apicultores.

La asociación de productores Aspromiele, presidida por Lidia, pide que se reconozca el estado de desastre natural de manera que los apicultores reciban subsidios y facilidades para pagar los préstamos.

«Eso permitiría a los productores estar más tranquilos y conservar esperanzas para el próximo año», explica Lidia que es más bien pesimista.

– Invasión de miel china –

Para el experto de Aspromiele, Samuele Colotta,  es «preocupante» la situación de los apicultores debido a «una serie de cosechas desfavorables desde hace siete años».

Todo indica que el cambio climático afecta tanto a las abejas como a las plantas.

Los inviernos son más dulces y cortos con respecto a los del pasado, y después de que comienza la primavera con altas temperaturas, llega una ola de frío, como ocurrió en el 2017.

Esas lluvias repentinas y prolongadas también causan daños.

«Acostumbrada desde hace milenios a tener un ciclo de vida anual, la planta, cuando cambia el clima, con evoluciones térmicas y precipitaciones excepcionales, tiene problemas: no puede proporcionar polen y néctar de manera óptima», explicó.

Colotta considera que el impacto por el aumento del dióxido de carbono en la atmósfera afecta la producción de néctar así como el uso de pesticidas (insecticidas, herbicidas …) que envenenan a las abejas y diezman a las colonias.

Además de estos peligros climáticos y ambientales, Agnello denuncia los «bajos precios de la miel, lo que no cubre los costos» de producción.

La otra amenaza a la que se enfrentan es la importación masiva de mieles extranjeras, especialmente chinas, de menor calidad, las cuales son mezcladas sin que el consumidor lo sepa.

A pesar de todas esa dificultades, los apicultores no se quieren dar por vencidos.

«Esto lo hacemos por pasión», porque es un «trabajo magnífico», sostiene Riccardo, quien pide a las autoridades europeas medidas concretas para proteger el producto  como etiquetas que indiquen el origen de la miel.

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