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Cultura de paz y machismo

José M. Tojeira

La cultura del machismo está agotada en El Salvador. Continúa habiendo abuso de la mujer y violencia contra ella, pero cada vez más la conciencia de la realidad de abuso e irrespeto se vuelve radicalmente crítica contra todo tipo de abuso sexual. Las denuncias ante la PNC por delitos de orden sexual continúan describiendo un país radicalmente machista. En el año 2018 se presentaron ante la Policía Nacional civil 3231 denuncias de delitos sexuales, mientras que el número de homicidios fue prácticamente igual (3,341 en 2018). Esas cifras representan una verdadera epidemia de abuso sexual. En otras palabras, vivimos en un país enfermo no solo por la violencia homicida sino por la violencia sexual. Y aunque no le demos tanta importancia como a los homicidios, tenemos una epidemia de violencia sexual mucho más grave e incluso más impune. Las cifras del año 2018 significan que tenemos 51 abusos sexuales por cada 100,000 habitantes al año. Con el agravante que así como los homicidios tienen un registro adecuado, las denuncias de delitos sexuales tienen un muy bajo registro. De hecho todos los estudios internacionales aseguran que por cada violación denunciada suele haber cuatro que no se denuncian. El hecho de que en las manifestaciones contra la agresión sexual cometida hace unos días contra una niña, algunas mujeres indignadas se lanzaran a denunciar públicamente las violaciones cometidas contra ellas no es más que un botón de muestra de tanto abuso no denunciado ante las autoridades.

Las cifras dadas nos llevan a asegurar que hay en el país una epidemia, en su propia dimensión epidémica, más grave en el campo del abuso sexual que en el campo del homicidio. Y con el agravante que nos cuesta reconocer el hecho y todavía más reconocer la gravedad del hecho. Nuestra cultura machista está demasiado adaptada al abuso sexual. Y evidentemente este tipo de cultura machista impulsa siempre la cultura de la violencia. Si aprendiéramos a desarrollar una cultura respetuosa con los derechos de la mujer en el campo sexual estaríamos no solo humanizándonos, sino contribuyendo al descenso de los homicidios. Porque al final, quien es capaz de abusar violentamente contra la intimidad de una persona, puede también atentar contra la vida de otro. Aunque no hay un estudio serio sobre el tema en El Salvador, puede decirse, sin temor a error, que la mayoría de los homicidas tampoco son personas respetuosas del derecho de la mujer a la protección de su cuerpo.

La cultura y el comportamiento humano positivo avanza siempre desde el respeto a lo más sencillo y simple. Si no respetamos el derecho de los niños a no ser golpeados ni tener castigos físicos, nos resultará más difícil enfrentar el recurso a la violencia en medio de situaciones conflictivas. Si no respetamos el derecho de la mujer a que su cuerpo sea plenamente respetado, tampoco respetaremos fácilmente el derecho de otros cuerpos, incluidos los masculinos a no ser agredidos. Si recurrimos a la violencia o la agresión, de cualquier tipo que sea, en situaciones simples, caseras o incluso casuales, estamos preparando el camino para que la cultura de la violencia se convierta en una plaga. La brutalidad del homicidio o de la violación no son hechos que surjan de la nada. Al contrario, se vienen preparando desde falsos valores y actitudes perversas asumidos desde la transgresión en el nivel más simple.

Respecto a la agresión sexual no solo es necesario en algunas ocasiones aumentar las penas y analizar mejor los hechos. Además de ello es indispensable tomar decisiones educativas, insistirle a niños y niñas en la escuela sobre la necesidad de denuncia de todo abuso, educar hacia formas de masculinidad menos agresivas y violentas, convertir el machismo en algo despreciable y mantener una cultura de respeto hacia la mujer mucho más amplio que el actual. Utilizar a la mujer como objeto para la propaganda comercial, hacer uso de dimensiones eróticas como gancho para aumentar las ventas, es parte de esa cultura machista que deberíamos despreciar pública y sistemáticamente. De lo contrario seguiremos teniendo epidemias de violencia. La cultura de paz pasa siempre, necesariamente por el respeto pleno a la mujer, a su cuerpo y a sus derechos a la integridad sexual. No bastan los Acuerdos de Paz con los que finalizamos la guerra. Es indispensable una cultura de paz más amplia. Y esta no se logrará de un modo decente mientras no superemos el machismo.

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