Luis Arnoldo Colato Hernández
Educador
Llamar simplemente fascista al régimen ilegal salvadoreño, si bien cierto, no solo es un mero relativismo, también es pecar de superficiales en el intento de entender cómo y porqué actúa como actúa.
Si partimos de sus crímenes cometidos contra salvadoreños detenidos arbitrariamente bajo el régimen de excepción que ha prolongado violentando el tenor que sobre esto tiene la Constitución, así como el que este se ha instrumentalizado con el solo ánimo de imponerse por terror ante la población, pues sí, es un régimen fascistoide, dependiente por entero del poder militar para preservarse en el poder.
Si además consideramos como ha concentrado todo el poder en la sola persona del caudillo, menospreciando incluso a sus acólitos, entonces tenemos además una plutocracia, que por extensión es además dirigido a favorecer al clan familiar, con planes trazados que inclusive planea de antemano el futuro como autócrata, de la generación familiar que le sigue al ilegal caudillo.
Por otro lado, el permanente saqueo que de la hacienda pública hace el completo régimen desde todos sus estamentos, lo conforma como una cleptocracia corrupta además de autoritaria, por entero aberrada y, en consecuencia, dirigida a vejar la propiedad del pequeño tenedor para favorecer de nuevo al latifundio, en completo desprecio de las lecciones que, sobre ello, nuestra historia ofrece.
Es entonces un régimen de corte oligarca y liberal, así como ultra conservador, por la concentración de poder, como por extensión su instrumentalización en el afán de favorecer materialmente a las élites financieras, en completo detrimento de las mayorías y absoluto desprecio de la legalidad y la institucionalidad.
Así, la concentración de la riqueza cargando los dados desde el estado para el solo beneficio de esas élites, ha sido llevado por este régimen a nivel de religión, procurando naturalizarlo ante el imaginario colectivo, como además y para sustentarlo, establecer los arreglos que bajo el tapete este hace con el bajo mundo, lo que manipula para utilizarlo políticamente pretendiendo reforzar su supuesto prestigio, fortaleciendo la imagen de supuesto defensor de la integridad y la seguridad pública, utilizando políticamente esa inseguridad consuetudinaria, no solo no atacando sus causas estructurales, además presentándose como el único que es capaz de contrarrestarla.
Entonces nos enfrentamos a un régimen que además de ilegal e ilegítimo, es de corte oligarca, que hace del culto al líder, al caudillo propiamente dicho, el eje sobre el cual sustenta su permanencia, estableciéndose como uno designado por la divinidad, que no tienen ningún reparo en afirmarse dentro de ese rol, como pretender desde este ser el elegido para hacer en la dirección del país, la voluntad divina.
Dicho de otro modo; no tiene empacho en aprovecharse de la histórica ingenuidad religiosa reforzada desde el pentecostalismo duro, para favorecer su posición de líder, con la complicidad de estos, y desde la simpleza del común.
Para, prevaliéndose del poder, perpetuarse en él, respaldado por el norte, que ve en este y al menos por ahora, el recurso que hará su trabajo sucio.