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Comandantes Raúl Rodas y José Juan Obregón del PRTC

Comandante José Juan: la ofensiva del 11 de noviembre de 1989, cambio el rumbo de la guerra

Por Oscar Martínez

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Han pasado treinta y seis años desde que las columnas guerrilleras del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional FMLN entraron las colonias populosas de San Salvador y otras ciudades importantes del país, en una de las ofensivas más decisivas de la guerra civil salvadoreña. El 11 de noviembre de 1989, la consigna era clara: “Avanzar sin retroceder. La retaguardia está adelante” … ¡hasta el tope y punto!

El relato de JJ reconstruye algunos hechos y lo humano de los protagonistas de aquella ofensiva, quienes creyeron que asaltarían el cielo con un fusil y un pueblo que estarían en el parque Libertad ondeando la bandera roja del FMLN, esa bandera que durante la ofensiva la arrullo con su vida Chacón y con mucho sentimiento la saco de su mochila, hasta estar en tierra segura: “Guazapa”, la coloco en una ramita y ahí coloco su fusil, se acostó y quedo dormido como un niño hasta que  la orden de formarse a buena 5 de la mañana húmeda, lo despertó para iniciar otra faena.

La decisión de lanzar una contraofensiva militar fue de la Comandancia General del FMLN, explica JJ. No fue solo una iniciativa del Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos PRTC, sino un acuerdo conjunto con las demás organizaciones hermanas: el Partido Comunista Salvadoreño PCS, las Fuerzas Populares de Liberación FPL, la Resistencia Nacional RN y el Ejército Revolucionario del Pueblo ERP.

La Comandancia había valorado que el Ejército estaba debilitado tras años de desgaste militar que le había causado. “Venía ya desde 1985 nuestro plan estratégico, al que llamamos ‘Un mar de guerrillas y pueblo organizado’. La meta era desgastar al enemigo y preparar las condiciones para una ofensiva general. Para entonces, el Ejército estaba moralmente quebrado, dice JJ. Muchos batallones evitaban los combates directos; preferían reportar choques falsos y pedir bombardeos aéreos antes que enfrentarse a nuestras minas.

El comandante José Juan recuerda que la presencia de asesores militares norteamericanos ya era abierta. “Los estadounidenses estaban metidos en todo: en el Estado Mayor Conjunto, en la Fuerza Aérea, en las Brigadas. Su objetivo era claro: impedir que El Salvador se convirtiera en otra Cuba o Nicaragua.

El país vivía bajo una guerra contrainsurgente financiada y dirigida desde Washington. El gobierno norteamericano sostenía al Ejército con un millón de dólares diarios, además de municiones, bombas y aviones. Era una maquinaria de guerra que parecía infinita, pero nosotros sabíamos que la moral de la tropa estaba quebrada.

Los preparativos, recuerda Obregón, fueron enormes. “La ofensiva nos demandó tres grandes esfuerzos: el logístico, el político y el diplomático.

El primero, el logístico, se vio golpeado por una traición. “Habíamos logrado introducir al país 300 fusiles AK-47 y dos millones de tiros. Pero dos compañeros del PRTC, Gustavo Ramírez y Mario González*, entregaron el buzón donde estaban los pertrechos, en la colonia La Rábida. Lo perdimos todo. Fue un golpe durísimo, pero lo resolvimos con el apoyo solidario de las otras organizaciones hermanas”.

El segundo esfuerzo fue el político y psicológico. “Teníamos que convencer a cada combatiente de la importancia histórica de lo que íbamos a hacer. Queríamos que entendieran que íbamos por la ciudad, a tomar el poder, a construir una sociedad con justicia social. No todos los mandos estaban convencidos, pero todos acataron la orden de la Comandancia General.”

Y el tercero, el diplomático: “Se trataba de buscar apoyo en gobiernos y pueblos amigos, y de recolectar fondos para sostener el esfuerzo militar y político que se venía.”

Al PRTC le correspondió incursionar por Soyapango. “Fue una decisión de la Comandancia General. La RN entró por Ilopango, el PCS por Ciudad Delgado, el ERP por Mejicanos y las FPL por la Zacamil. Pensábamos que la población se iba a insurreccionar con nuestra presencia, y sí hubo apoyo popular, pero el bombardeo y ametrallamiento aéreo fue tan intenso que eso no pudo suceder.”

Los combatientes estaban preparados para la guerra rural, pero no para la urbana. “La mayoría tenía experiencia casa por casa en los pueblos, no en una ciudad como San Salvador. Tuvimos que pedir guías a las milicias y comandos urbanos y a las organizaciones populares para no perdernos en el laberinto de calles y avenidas.”

“La valoración que teníamos era que el Ejército estaba derrotado moralmente, sin capacidad para resistir una ofensiva de esa magnitud. En el PRTC contábamos con unas 400 combatientes entre columnas, tropas especiales y fuerzas territoriales. Nuestras milicias quedaron atrás, operando emboscadas en las carreteras Panamericana y del Litoral para impedir que el enemigo se concentrara en San Salvador.”

El comandante recuerda que los problemas logísticos nunca se resolvieron del todo. “El golpe de la pérdida de armas en San Salvador fue enorme, pero la solidaridad entre organizaciones nos salvó.”

José Juan de origen campesino que al fragor de la guerra se convirtió en comandante, hace una pausa antes de recordar el final de la ofensiva. “No hubo una orden de retirada. La consigna era avanzar sin retroceder. Pero llegó un punto en que los mandos operativos decidieron salir del terreno por agotamiento físico y falta de suministros. La realidad nos obligó a retirarnos” No se alcanzó el objetivo máximo: “No se insurreccionó al pueblo, no tomamos el poder. Pero sí se crearon condiciones políticas que abrieron la puerta a la negociación política para ponerle fin a la guerra”.

“La ofensiva del 89 nos llevó a una nueva etapa. En 1990, el gobierno propuso negociar, pero exigía que entregáramos las armas antes de hablar. Eso era inaceptable. Entonces preparamos una nueva ofensiva, el 22 de noviembre de 1990, esta vez con misiles tierra-aire soviéticos. Derribamos un avión A-37 en Chalatenango y un helicóptero en Jiquilisco. La aviación desapareció del cielo. Si hubiéramos tenido esos misiles en 1989, la historia habría sido distinta.”

Esa segunda ofensiva obligó al gobierno a volver a la mesa en Nueva York, y de ahí se trazó el camino hacia los Acuerdos de Paz de Chapultepec, firmados el 16 de enero de 1992. Con esos acuerdos terminó la dictadura militar que oprimió al pueblo durante sesenta años. Se abrió paso a una democracia frágil, pero posible, con separación de poderes y respeto a los derechos humanos. “La guerra terminó con el fin de la dictadura militar que oprimió al pueblo por sesenta años. Se abrió una democracia frágil, con respeto a los derechos humanos. Lamentablemente, todo eso que conquistamos hoy está siendo destruido”.

Treinta y seis años después, el comandante mantiene firme su convicción y nos dice “Fue una lucha dura, llena de errores y de sueños. Lo importante es no olvidar por qué luchamos, y que las luchas populares son permanentes.”

José Juan Obregón nació el 8 de mayo de 1948 en el Cantón Cerros de San Pedro del Municipio San Esteban Catarina, San Vicente, hijo Simón Dolores Alvarado y de Avelina Antonia Rosales. “Mi nombre de pila es Miguel Ángel Alvarado Rosales”.

*Mario González ha negado, en varios momentos, haber entregado el «Buzón» de armas. El ex comandante de guerrilla urbana asegura que el aserradero, un negocio de fachada del PRTC, donde estaba oculto el arsenal militar, estaba a su nombre, y cuando fue capturado, tras una delación del también comandante Gustavo Ramírez, la policía registró todos los lugares que estaba a su nombre, y por eso es que habrían caído las armas en poder del «enemigo».

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