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¿Cazar como animales?

José M. Tojeira

La semana pasada el actual Fiscal General, Rodolfo Delgado, decía textualmente refiriéndose a la persecución penal de algunos miembros de maras:  “Si se comportan como animales, los cazaremos como animales y los encerraremos, para que no vuelvan a causar luto en las familias salvadoreñas”. Las palabras son improcedentes e impropias de una persona de leyes, pues si bien la legislación salvadoreña exige perseguir el delito y, por supuesto, a los delincuentes, en ninguna parte autoriza a cazar como animales a ninguna persona, por mala que pueda ser.

A  ningún ser humano se le puede tratar como si fuera una cosa o un animal. A parte de que hay muchas maneras de actuar como animales, incluso dentro de las costumbres más o menos establecidas. Y eso sin hablar de las masacres, más propias de animales en disputa de territorio que de personas. Porque ciertas formas de tratar a la mujer en nuestras sociedades muestran una actitud más propia de animales que de humanos, más allá de su legalidad o ilegalidad. Y lo mismo podríamos decir de formas de enriquecimiento y disfrute de la riqueza que no tienen en cuenta valores humanos como el de la fraternidad. Este tipo de expresiones de cacería, que hacen pensar más en venganza que en justicia, reflejan tristemente una tendencia poco reflexionada y poco seria de algunas personas en el ámbito de las ideas y de los valores de humanidad. Hoy, que se está hablando de la posible reapertura del juicio referente al caso de los jesuitas, quiero hacer un poco de historia y una reflexión personal en este contexto de cacería.

El mismo día del asesinato de los jesuitas, quienes representaban a la Compañía de Jesús dijeron que no querían venganza, sino justicia. Y pocos días después, para aclarar qué significaba para ellos justicia, exigieron un proceso en el que hubiera “verdad, justicia y perdón”. La verdad como el primer paso de la justicia, la justicia como reconocimiento estatal del crimen, con todas las consecuencias legales para el mismo, y el perdón como mecanismo de reconciliación que debía extenderse también a formas legales de reducción o conmutación de las penas. Los gobiernos de aquel entonces optaron por la impunidad con la ley de amnistía, no solo para el caso jesuitas, sino para todos los crímenes de la guerra civil.

Incluso en el primer juicio contra los hechores materiales, el sistema judicial terminó optando por absolver a los hechores materiales, condenar a los intermediarios de la orden de asesinar y encubrir a los autores mediatos o intelectuales, como les solemos llamar. Los jesuitas en aquel entonces nos conformamos con que se hubiera hecho verdad respecto a lo que hicieron los autores materiales. Pero seguimos en la lucha durante 30 años en favor de que se juzgara a los autores intelectuales. En el caso del coronel Benavides fuimos coherentes con nuestro lema de verdad, justicia y perdón, al solicitar para él la conmutación de la pena. Lo mismo hizo en su momento el Papa Juan Pablo II contra el que intentó asesinarle, dejándole gravemente herido, en 1981.

Cuando hoy se habla de cazar personas como animales, y viendo el humillante, ilegal y mal trato que con frecuencia se le da a personas acusadas de algunos delitos, además de la situación deplorable de la mayoría de nuestras cárceles, es bueno recordar algunos principios básicos no solo referidos a los Derechos Humanos, sino también a una sana tradición cristiana. Acusar a alguien no es juzgarle, sino pedirle al Estado que lo investigue y que si lo encuentra culpable le imponga las penas adecuadas, incluida la debida reparación a las víctimas. La presunción de inocencia y, por tanto, el enjuiciamiento en libertad, deben ser respetados en la gran mayoría de los casos. No queremos que el caso jesuitas sea el único en el que se busque justicia. Hay casos más graves, como la masacre de el Mozote, y ciertamente (y al menos) todos los casos expuestos por la Comisión de la Verdad tienen el mismo derecho que la masacre de la UCA a ser esclarecidos y juzgados, aunque la llegada a sentencia tenga sus tiempos propios. Y, con no menos importancia, todos estos juicios, el de los jesuitas incluido, debería llevarse a cabo dentro de una ley de justicia transicional.

Ban Ki Moon decía en 2011 ante el Consejo de Seguridad de la ONU, que la justicia transicional debe darse en el marco de una sociedad que busca “afrontar un legado de abusos a gran escala del pasado, para asegurar responsabilidad, rendir justicia y lograr reconciliación”. En El Salvador, durante la guerra, todos nos dimos cuenta de que se dieron “abusos a gran escala”.Y sobre el perdón como camino de reconciliación, Juan Pablo II decía que el “presupuesto esencial del perdón y de la reconciliación es la justicia”. E insistía en que “el perdón no elimina ni disminuye la exigencia de la reparación, que es propia de la justicia, sino que trata de reintegrar tanto a las personas y los grupos en la sociedad”. En este contexto de “cacería” de personas, que ojalá no fuera más que una metáfora desafortunada, no es extraño que desde la óptica de los Derechos Humanos y desde su inspiración cristiana, la UCA permanezca atenta a cómo se desarrolla éste y los otros juicios que debe haber.

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