Por Julio Enrique Ávila[1]
Insigne poeta salvadoreño
Quisiera que estas palabras mías fueran un canto a la juventud, ya que es la juventud su inspiradora. No con la voz otoñal que ya atisbó los granizos del invierno, sino con la voz de la alondra en primavera, que saluda al sol y corre presurosa a quemarse bajo su llama.
No quiero embriagarme en el recuerdo ni lamentarme como el melancólico Rubén, cuando dijo, como un sollozo:
“Juventud, divino tesoro,
ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro
y a veces lloro sin querer…”
No. Ya Pan quebró su flauta, porque los hombres, poseídos por el odio, ya no aman la armonía. Su canto quedó perdido entre las selvas helénicas, y sólo se escucha el caer de los árboles decapitados por el hacha. Es la tempestad la que hoy grita su trágico poema.
Pareciera que de ahora en adelante el hombre ha de ser triste desde que nace. La juventud se ha ido haciendo más angustiada cada día; y el viejo concepto que la compara a una mariposa, que luce sus colores sin sentido aparente, para júbilo del mediodía, sin otra razón que vestir de ternura y de belleza la vida, no será posible, mientras la tierra sea incapaz de otorgar a cada hombre un pan para su cuerpo y una ilusión y una fe para su alma.
Quiero recordaros, sin embargo, que la juventud no es precisamente frescura y salud del cuerpo, fuerza e impulso material; eso es sólo la apariencia, el engaño de los sentidos. La juventud está más dentro y va más lejos, es algo que bulle en el interior y transciende a la persona como un halo: El Espíritu! Por eso, en todos los tiempos, los filósofos, los poetas y los artistas, han tenido alabanzas para la juventud, sobre todo cuando la suya empieza ya a marchitarse, cuando la fruta en sazón comienza a acendrar las mieles de la madurez. Entonces mojados en una vaga añoranza de ilusión realizada y acabada, surgieron los mejores lienzos, las esculturas más palpitantes, los poemas más efusivos, para hacerla eterna.
Quien dice juventud, dice ideal en perpetua lucha por el bien, carnes que se ofrendan voluntarias para el martirio, alma que se otorga sin avaricia. ¡Quien dijo Juventud, ha dicho amor!
X X X
Pero, sobre todo, la juventud es un camino. Un camino de aprendizaje, que nos lleva al puerto desencantado de la experiencia. Un camino: Brazo tendido al infinito… Camino- afán y lucha, ilusión, desengaño, dolor y gozo, agraz y madurez, vida y muerte- todo cabe en la extensión de sus tres sílabas.
¡Caminos del mundo! Tantos y tantos, que las plantas sangrantes se desgajan antes de recorrerlos. Caminos para la gloria y para el desastre, para el amor y para el olvido, para la paz y para el crimen.
Joven amigo, entre tantos, ¿Cuál será tu camino? ¿Cuál es el que está iluminado por tu estrella y el que guarda diseminadas entre las frondas de sus orillas, las palabras de tu mensaje? ¿Cómo distinguir entre tantos caminos tu camino?
Mas no sólo los cuerpos, vivaces en la adolescencia y encorvados en la vejez por largo trajinar, son los huéspedes de los caminos.
A veces los esqueletos caminan solitarios, sin alma, arriados por la vida implacable; otras veces las almas, en alas de una ilusión o de un imposible, caminan solas, infatigables mientras los cuerpos yacen encadenados. Pero algún día se transita por el camino esperado, en el cual el ser pleno, en cuerpo y alma, ¡va pisando su propia vida!… ¡Entonces es la plenitud! Ya sea en el triunfo o en la amargura, la plenitud del que encontró su propio destino…
Sin embargo, por desgracia, raramente sabemos si hemos acertado o estamos en engaño. Y en la incertidumbre, vacilamos, tropezamos, y cobardes cambiamos de senda continuamente, enredados en la madeja de nuestras ansias y de nuestros errores.
¡Ah, caminos! ¡Caminos de la vida! Brazos tendidos al infinito. Tránsito eterno de las almas sin cuerpo y los cuerpos sin alma… Caminos sin principio ni fin, largos como el tiempo, indescifrables como la verdad , misteriosos como la conciencia del hombre…Yo os amo caminos, porque más allá de vosotros está la más alta concepción del espíritu: Dios!
X X X
En el camino largo y accidentado de la juventud desembocan todos los caminos, con sus insinuaciones engañosas, y el joven, absorto y deslumbrado, debe de elegir el suyo, aquel que guarda diseminadas entre las frondas de sus orillas, las palabras de su mensaje; aquel que está iluminado por su estrella. Pero como aún ignora la vida y ésta no se deja vivir impunemente, sufrirá error tras error y caída tras caída.
Camino de aprendizaje, no tanto de ciencia especulativa como de la vida misma. Ascensión continua hacia una cima que se ofrece al alcance de las manos y que se aleja, misteriosa ante nuestras pisadas.
Y cuando al fin se llega, el espejismo de la cumbre luminosa se ha desvanecido; y nuestro cuerpo está magullado por las caídas infinitas y nuestras espaldas encorvadas por la responsabilidad no cumplida, y nuestras plantas en carne viva por el tránsito tantas veces errado y rectificado.
Entonces nos volvemos cautelosos y desconfiados, nos volvemos cobardes. Ya no pensamos en la vida sino en la muerte. Hemos llegado al puerto desencantado de la experiencia. Y ahora empieza la verdadera lucha.
El mismo Rubén, el maravilloso, ya majado por el castigo, explicó con serena amargura:
“Yo sé que hay quienes dicen: ¿Por qué no canta ahora
con aquella locura armoniosa de antaño?
Esos no ven la obra profunda de la hora,
la labor del minuto y el prodigio del año.
Yo, pobre árbol, produje, al amor de la brisa,
cuando empecé a crecer, un vago y dulce son.
Pasó el tiempo de la juvenil sonrisa:
¡Dejad al huracán mover mi corazón!
Bibliografía
Revista Patria (s.f.)
[1] Revista Patria

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