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¡Beatificación/Canonización!

Renán Alcides Orellana

En el marco de un desbordamiento humano, viagra se dio el estallido espiritual: ¡la beatificación/canonización de Monseñor Romero! Fue el pasado 23 de marzo. Una indescriptible multitud (sin distingos de raza, malady credo, order idioma…) venida de todos los rumbos del planeta, se hizo una con la gozosa población salvadoreña, para celebrar, unificadas, el singular acontecimiento. Y -coincidencia feliz- el acto se realizó en la Plaza del Divino Salvador del Mundo, patrono de El Salvador.

Independientemente de los pormenores de la -extraordinaria-celebración en sí, lo que importa es profundizar en el legado de  singular dimensión, expresado en el acto: Vida (Ejemplar), Pasión (Sacerdocio), Muerte (Asesinato)  y Beatificación (Santificación) del Obispo Mártir, una trayectoria humana/sacerdotal inspirada en su vocación de enunciar el Evangelio, denunciar las injusticias y de hacer vida su opción preferencial por los pobres. Desde luego, estas características, propias de un verdadero misionero, no podían ser aplaudidas por el sistema oligárquico-represivo y excluyente, que durante décadas ha padecido El Salvador.

Por el contrario, incomodó tanto al sistema la demanda de justicia y de respeto a los derechos humanos de Monseñor Romero, que se ordenó su muerte. Y un día, el 24 de marzo de 1980, manos asesinas al servicio del poder político-económico, perpetraron el horrendo crimen del Arzobispo Romero. Testimonios verbales, documentos, la auto aceptación y acusaciones directas de algunos implicados y, especialmente, los señalamientos de la Comisión de la Verdad, mencionan como autor intelectual al mayor del ejército Roberto d´Aubuisson y como coordinador de los autores materiales al capitán Álvaro Saravia. Hubo, además, encubridores y cómplices. Era urgente acabar con el “intruso” a sus acciones antipopulares y de explotación, y lo mataron. Y ese día, instigadores/patrocinadores, los autores intelectuales y  materiales, los encubridores y los seguidores por conveniencia, celebraron con champan la gran hazaña “haga patria, mate un cura”… terminaban -según ellos- las peroratas del cura comunista, a quien su pueblo llamaba -acertadamente- “la voz de los sin voz”…

Pero no. Si bien entonces parecía nuevo triunfo de la palabra del poder sobre el poder de la palabra, como se había estilado durante los regímenes militares, en el caso de Monseñor Romero el tiempo ha dicho no. Lejos de la torpeza que le endilgaba el calificativo de comunista, la palabra de Monseñor Romero es hoy -a la luz del Evangelio- más profética que nunca: impulsa hacia la liberación de las clases más desposeídas y a promover la justicia, mediante el respeto a la dignidad e inteligencia de los salvadoreños…

Sin embargo, 35 años después del horrendo asesinato, y cada vez más cerca el día de su Santificación, la figura de Monseñor Romero sigue siendo víctima de rechazo y hasta de denuestos -aunque en grado mínimo- de quienes, mediante el poder ideológico-económico, quieren seguir ejercitando el estado de cosas contra el pueblo, que Monseñor Romero tanto denunciaba y que fue la razón que lo llevó a la muerte. Y con ellos, están también sus seguidores, por conveniencia económica o compromiso político partidario, aun cuando sean personas de baja condición social y, para más, autonombrados católicos…

Aparte de la feligresía católica, y también de la población nacional y mundial no católica pero amante de la paz y la justicia, que asistió gozosa al acto de beatificación, las oposiciones descalificando la vida y obra de Monseñor Romero, futuro Santo salvadoreño, sin duda seguirán. Y es su total derecho a disentir. Sólo que a la verdadera feligresía católica y al resto de ciudadanos, les será difícil entender la coherencia cristiano-católica de aquellos, si al visitar el tempo dan la espalda, con no disimulada ira, al nuevo Santo de América… (RAO)

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