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Fotografía: Rob Escobar

Alegrarse en la distancia

ALEGRARSE EN LA DISTANCIA

Por Wilfredo Arriola

He conocido la noticia de un amigo mío, será padre, él que juró como muchos ser padre nada más solo de sus desventuras y aventuras. La vida es así, en cada curva te devela lo impensable y para ello basta afrontar lo venidero con la mejor cara.

Me ha llamado y me lo ha contado todo y si le ha faltado se lo ha inventado, porque la creatividad en la alegría es solo una continuación de la verdad. Me ha dicho como se llamará y que poco le importa si es él o ella, si será de su color o del de su madre, que en todo caso le representará amor, si es como ella (su pareja) y si es como él al color de su padre -que de Dios goce- me dice de manera reverencial. No le he visto pero en la extensión de su boca se le dibujaba que podía comerse el mundo con sus palabras. No me preguntó incluso, ¿cómo estaba? Él, que siempre me lo pregunta, por su educación, ahora la noticia no era poca. Dejaba por un momento el mundo de la enseñanza para dedicarse de alguna forma u otra a ser padre, me lo dijo así, a quema ropa. Con el aliento de las noticias significantes, con euforia, la misma cuando se cuenta que has logrado un objetivo: graduarte, comprar la casa que esperabas… me dijo algo que dura para toda la vida: ser padre.

De este lado, mientras me contaba su nueva razón de existencia, reparaba en que a todos nos llega la hora, tarde o temprano de explotar en esa sensación de plenitud. De mirar las calles con una magia diferente y eliminar algunas palabras de nuestro diccionario por lo menos por el momento: despertador, amargura, postergar, desaliento, queja. Somos invencibles.

Le atacará la ansiedad, mirará el calendario no para agendar reuniones, ni para identificar los asuetos, quizá, llamará a otros para contarle esta historia, habrá querido, no sé, enviarle una carta a su padre en el cielo o donde esté, que moría de alegría. Su madre que aún vive también volverá a sentir. Al inicio por él y luego por quien esté entre sus brazos. Las semillas son de alguna manera, el deposito de lo que hubiéramos querido hacer en nuestro futuro. Ya no será su madre, se convertirá en la abuela de su hijo, de su hija. Otra medalla para las miles que tienen ellas.

Tomará acciones en su vida, dejará incluso el alcohol social, pensará en otras necesidades, reinventará su espacio. Mirará al mundo con otros ojos, tendrá consideración de su pasado, re seleccionará amigos y en su probabilidad le inventará ya todo lo que él querrá que sea. El impostor del amor es hacer de nuestro amor el mandatario en la vida de otro, no eliges lo que le hace bien al otro, eliges lo que te hace bien a ti saber del otro y entonces, nos convertimos en socios compartidos de una vida que traemos, mas no que decimos por ella.

Le comenté que me alegra su alegría, que se nos adelantó a quienes aún lo valoramos, que verle como padre no dejará de hacer que lo vea como amigo, que la suerte siempre está echada para el momento adecuado y entendería yo, este es su momento. No sé si sonó a despedida, a pesar de que lo fuera, porque me despedía del adolescente que fue e inauguraba al adulto responsable en el que seguirá convirtiéndose. No dudo de su capacidad de formación y disciplina, de su tenacidad e integridad. En cuanto a ser padre, no hay escuela previa, acaso la de nuestros padres sobre nosotros, pero si fuera esa, está bien encaminado. No toleraría una amistad que no comparta mis valores y ética. Que no compartamos conceptos porque eso nos une, y lo que nos pueda desunir lo arreglaremos de inmediato con la honestidad que nos tenemos.

Me llamó y también fue un halago, supe que no necesitaba nada, no me proyecta eso, ver sus números en mi celular. Ya lo diría Luis García Montero, «Un hijo es el segundo país en el que nacemos». Alegría por él, y por un nuevo ser humano que vendrá al mundo a convertirse en una persona de bien.

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«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.