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El relato engañoso y la distracción nacional

José M. Tojeira

Con el bitcoin nos vamos a enriquecer todos. Con China estaremos mejor que con Estados Unidos. La honorabilidad y honradez de los funcionarios actuales es absoluta. No hacemos caso de la Lista Engel porque estamos contra el imperialismo. Todo lo que hicieron los gobiernos anteriores no sirve para nada. Todo lo que se hace en la actualidad es novedoso y beneficioso. Los romeristas de antaño se pasaron al bando de los corruptos. Estas y otras sandeces son parte de lo que difícilmente puede llamarse pensamiento, emitido por diversos partidarios del actual Gobierno.

Y por supuesto forman parte también del mismo relato engañoso tanto las alabanzas al líder como los insultos e incluso persecución a todo aquel que desde la crítica da opiniones adversas al pensamiento oficial. Este panorama no es extraño en El Salvador, porque los gobiernos anteriores han acudido también a la creación de relatos falsos. Pero en la actualidad, y con el refuerzo de las redes, asistimos a un abigarrado escenario dualista de blanco y negro, buenos y malos, que no solamente divide a la ciudadanía, sino que distrae respecto a los problemas estructurales salvadoreños.

Generalmente este tipo de relatos se termina desmoronando solo. Cuando se da una dictadura fuerte, el relato tarda a veces décadas en reducirse a escoria. En un régimen híbrido como el nuestro, donde democracia, corrupción y autoritarismo se dan la mano desde hace tiempo, los relatos tardan menos en disolverse y desaparecer. En buena parte porque la misma oposición, cuando llega al poder, generalmente por vía electoral, se encarga también de destruir el relato de los anteriores para construir el propio. Pero esta dinámica solo nos lleva a paralizar un camino hacia el desarrollo material y humano que va siempre demasiado despacio, marginando a muchos y creando desigualdad.

En cualquier proyecto de realización común, un mínimo de reglas claras y un saber aprovechar lo bueno del oponente son tareas básicas para llegar al fin que se pretende. Y un país, El Salvador en concreto, no podemos dejar de verlo como un proyecto de realización común que debemos construir juntos, incluso desde nuestras propias diferencias de opinión.

Además, los relatos partidistas tienen siempre una buena parte de hipocresía y mentira. Así ha sido en nuestro país y en muchos otros incluso desde la independencia. Y sobre la mentira difícilmente se puede construir con eficacia. En Estados Unidos la mentira, especialmente cuando se le miente al Estado, sea funcionario o simple ciudadano quien lo hace, se comete un delito. Entre nosotros mentir parece un deporte nacional, especialmente en el campo de la política. Y por eso mismo los relatos partidarios oscilan entre las promesas falsas y los gritos defendiendo la propia y supuesta moralidad notoria, mientras se acusa a otros de ladrones.

Un magistrado de la Corte Suprema puede cometer prevaricato o firmar sentencias contradictorias. Pero si es dócil y servil ante otros poderes permanecerá en el cargo tranquilamente. Los que son independientes y llegan al grado de molestar a los más poderosos, pueden ser destituidos fácilmente si el que tienen más poder tiene los votos suficientes, independientemente de que haya causa o no de destitución. El poder defiende sus relatos desde la prepotencia de su poderío y trata de aplastar, aunque sea en algunos momentos solo a gritos, a quienes levantan la voz en contra de narrativas tan absurdas como a veces ilegales.

Lo pernicioso y fatal para un país es perder el tiempo y las oportunidades de desarrollo defendiendo proyectos torpes y de escasa racionalidad, o posiciones personalistas e intereses particulares como los que se esconden tras el bitcoin. Los relatos políticos son con demasiada frecuencia discurso vacío, distracción de los verdaderos objetivos de bien común que la política debe tener. Si nuestros políticos no quieren aprender de la ética, y prefieren solo llenarse la boca con la palabra mientras la destruyen con sus hechos, al menos sería bueno que aprendieran de la literatura. El ambicioso y cruel Macbeth, cuando veía próximo su final, decía en medio de un monólogo que “la vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no tiene ningún sentido”. Una buena descripción de algunos de nuestros relatos políticos.

Aunque hay que advertir que la mayoría de nuestros políticos, marcados por la ignorancia o por la falta de ética, probablemente no son tan malvados como el Macbeth de la tragedia. Pero probablemente tampoco son lo suficientemente inteligentes como para darse cuenta de que sus relatos no son más que una farsa que nos distrae de los objetivos racionales de la política.

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