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¿En qué se parece el país con el de hace 43 años?

Licenciada Norma Fidelia Guevara de Ramirios

Hace 43 años, para imponer en el país -contra la voluntad popular- a un militar en la Presidencia de la República, se acudió a la fuerza militar, se reprimió la protesta contra el fraude y se impuso el terror. Ahora, un presidente que ganó las elecciones, para suprimir la diferencia y los contrapesos, sistemáticamente va imponiendo el terror.

La madrugada del 28 de febrero de 1977, con tanquetas y armas de ejército y policías se reprimió a miles de salvadoreños que exigían respeto a la voluntad popular; y para legalizar la represión se emitió un decreto de “garantía del orden público”, en el que se prohibían manifestaciones y reuniones mayores a siete personas.

Ahora, para anular el contrapeso de una Asamblea Legislativa, el presidente tomó el 9 de febrero pasado, el salón azul y todos los contornos de dicha Asamblea, con militares y policías, y afirmó: “ahora está claro quien tiene el control”. Es decir, que quien ordena a los militares actuar contra el más representativo de los órganos de Gobierno, puede también ordenar llegar hasta el ciudadano en su casa de habitación o donde quiera que pueda alcanzarle “el control”.

Cómo si eso no fuera suficiente, y a pesar de las ordenes de la Sala de lo Constitucional, en el sentido de no usar al ejercito ni a la policía para fines distintos a los que mandan sus leyes respectivas; el presidente continúa con ellos crea escenarios para proferir nuevamente las mismas acusaciones y amenazas contra los diputados, tal como lo hizo en la Plaza Gerardo Barrios una semana después.

Sus mensajes son incendiarios, promotores de odio y llenos de mentiras. Su soberbia es tanta que los repite más tarde en una reunión del Banco Interamericano de Desarrollo; y esta vez, desnuda para quienes tienen alguna duda, su faceta fascista, hitleriana, cuando afirma ante extranjeros que si ellos “vivieran un día en El Salvador, quemarían juntos a todos los políticos”.

Cree que su propia intolerancia es también característica de otros funcionarios de organismos financieros. Permítanme poner en duda que empleados o funcionarios de otros países tengan la misma fascinación incendiaria que la que padece el presidente de nuestro querido país.

Quienes han respaldado al Gobierno le aconsejan el dialogo, para resolver los problemas y las diferencias entre órganos de gobierno y, sin embargo, la respuesta del presidente es subir varios escalones más en su prédica de intolerancia y odio, que para justificarla, los acompaña de relatos mentirosos.

Eso representa un serio peligro para nuestra sociedad, pues, desde que inició su Gobierno,  estableció la lógica de que la legalidad no le importa, al ordenar a sus funcionarios ejecutar sus órdenes, aunque estas fueran ilegales; y en este camino ha llegado al nivel más peligroso e ilegal, al usar el aparato estatal represivo para intentar intimidar y someter a los que piensan diferente o no actúan al ritmo que él demanda.

Hace 43 años la sociedad se convenció que la lucha pacífica y la expresión libre y soberana era irrespetada y se reveló. Ahora, es distinto, se han creado mecanismos institucionales para defender la democracia; que deberían operar para poner un alto al autoritarismo y a los peligros de violencia incendiaria que promueve el presidente Bukele.

Hace 43 años, apartarse del cauce justo y democrático nos trajo un conflicto que tardó quince años en resolverse. Es tiempo de evitar que esta vorágine de violencia verbal y física que se expresa en despliegue de fuerza para intimidar, continúe, acudiendo ara ello a mecanismos democráticos existentes.

La peor política es creer que está fuera de lo político; el presidente de un país, es político, ¿quién se lo puede informar al presidente de nuestro país? Y la política es para buscar el bien común, no para destruir a los otros que son diferentes dentro de la propia comunidad.

Debemos dejar de ser objeto de preocupación y de risa de nuestros vecinos y del mundo; el presidente debería tomar la altura propia de su cargo, que le da obligaciones para con quienes lo eligieron y para con quienes no le elegimos.

La reflexión debería ser tomada en serio por quienes están en su alrededor, pues, las responsabilidades de un funcionario difícilmente se pueden escudar en órdenes superiores; ni siquiera en una finca es así respecto a los capataces, si estos vulneran la ley.

En esos años difíciles, el autor de “Mafalda”, nos ilustró sobre la relatividad de la fortaleza y de la debilidad. En una ambulancia aparecía un enfermo débil, era el Gobierno; y frente a la ambulancia, un carro con militares muy bien armados, era la vitamina. Hay medicinas que enferman más y es inconveniente acudir a ellas, eso lo registra también nuestra historia.

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